Córdoba en Napoli Las mil caras de Nápoles
Una ciudad vibrante, indómita, pasional y aventurera
Beberse un capuccino en una cafetería de la zona universitaria de Nápoles puede servir de estudio preliminar de un trabajo de Sociología. Y en cualquier otro café de la ciudad. Porque el habitante medio de la capital del sur de Italia no deja de sorprender por muchos días que uno pase visitando y viviendo entre ellos.
En primer lugar, hay que decir que si lo que se busca por vacaciones es un destino tranquilo, alejado del mundanal ruido y donde relajarse, Nápoles no es el lugar ideal. Caótica, ruidosa, por momentos estridente y obsesiva, esta perla del Mar Tirreno, otrora gran puerto del Mediterráneo sur conectado fuertemente con España y la Corona de Aragón, tiene actualmente un innegable toque decadente. Pero, también, unas gentes pasionales, alegres y divertidas que enamoran a todos los que allí se aventuran.
El napolitano, y este solo es uno de sus puntos en común con el andaluz medio, vive la vida en voz alta y la amistad con abrazos en mitad de la calle. Y ve pasar las horas sentado en una silla en la calle a la puerta de su comercio, de su hotel, del bar donde trabaja, del café donde para. El clima mediterráneo, la cercanía del mar, que alivia sus temperaturas y las hace ideales para el turismo en primavera y verano, no sirve para matizar su temperamento volcánico, que parece ser afectado por el Vesubio. Este monte domina de forma increíble el skyline la ciudad a pocos kilómetros y es lugar de visita prácticamente obligado.
Sobre el sentido del respeto a las normas y la picaresca en Nápoles se podrían escribir muchos libros. Seguramente ya los hayan escrito. Baste un ejemplo para ilustrar cómo es vivir en esta ciudad y lo que se encuentran sus visitantes. En el centro, y también en el Barrio Español, hay una serie de calles peatonales. ¿Lo sabían? ¿No? Este redactor tampoco. Pero mudestaca cho menos parecen saberlo los napolitanos, acostumbrados a circular en motocicleta, con hasta tres personas encima, por empedradas y empinadas calles, a priori, pensadas para el peatón.
Hay, por supuesto, muchas Nápoles. Una ciudad con muchas caras y aristas. La Nápoles empresarial, que comienza a la espalda de la estación central de plaza Garibaldi, coronada de rascacielos. La parte más alternativa y combativa, que se reúne en los cafés de la zona universitaria, llenos de carteles y murales reivindicativos. El modo de ser y de vivir napolitanos no pueden entenderse sin su aspecto festivo y cómico. Pero tampoco sin su aire reivindicativo, rebelde e independiente. Por ello, en sus calles se entremezclan cómicos, titiriteros, adivinos y jugadores de cartas que demuestran sus poderes a sus visitantes. Pero, si en algo convergen todas esas Nápoles, ese torrente plural, multicolor y a veces contradictorio, es en unos ropajes celestes y blancos, unas calles engalanadas por el club de fútbol, la SSC Napoli, que en pocas semanas se proclamará campeón de Liga. Aunque los napolitanos hace semanas que celebraron ya el título, retando a la suerte y con las matemáticas aún en el aire. El «¡forza Napoli!» es el grito que une a la ciudad, que vive por y para el Calcio.
De todos modos, lo que más de Nápoles no es el fútbol. Y eso que prácticamente todos sus habitantes son forofos. Lo que de verdad atrae al visitante es su faceta artística y monumental. Los amantes de la pintura y la escultura pueden maravillarse con las galerías del Museo Arqueológico y del Palacio Real Borbónico, frente a la sensacional plaza del Plebiscito. El Cristo Velado que custodian en la Iglesia de San Severo, obra de Giuseppe Sanmartino, es un auténtico espectáculo.
Hay un lugar sorprendente, y
Dos son los personajes cordobeses que dejaron huella en ‘Napoli’. El primero fue el filósofo Séneca, una de las figuras más importantes del Imperio Romano . El segundo, el Gran Capitán, ,Gonzalo Fernández de Córdoba, quien tomó la ciudad para España en 1503 y fue nombrado Virrey en 1504. En los museos de Nápoles hay amplias referencias y archivos de ambos.
que además suele pasar desapercibido en las guías de la ciudad, que es el Museo de Capodimonte. Ubicado en lo más profundo de un auténtico bosque urbano homónimo, dentro se encuentra la única réplica del fresco de la ascensión de Miguel Ángel, que atrae a millones de personas al Vaticano, en la capilla Sixtina. Realizada por uno de sus pupilos, mantiene el diseño inicial, en el que todos los personajes van desnudos, al contrario que el original, censurado por la Iglesia Católica. Un ejemplo más de cómo afrontan los napolitanos la viestuvo da. De un modo muy diferente al norte de Italia. Un país con unas enormes diferencias, de todo tipo, entre la parte septentrional y la meridional que en Nápoles son palpables. Una urbe que durante siglos fue capital de Reino homónimo que controlaba el sur de la península Itálica, Sicilia y
Cerdeña. 300 años bajo dominio español-borbónico y no fue hasta 1870, empujada por los camisas rojas de Garibaldi, cuando Italia se unificó. En Roma, una espectacular Plaza de Venecia da fe de este proceso con enorme pompa y estatua real ecuestre incluida.
Sin embargo, en Nápoles se recuerda mucho más a Garibaldi, el aventurero. Se defiende con ahínco la identidad propia, el acento del sur de Italia, coronado por su orgullosa capital. Una villa en la que se cumple el dicho popular de que «en Nápoles se llora dos veces: al llegar y al marcharse». Pero que es ante todo un oasis de alegría, libertad, pureza y pasión.