Córdoba

En tiempos sonoros y ruidosos

- ÁNGELA Labordeta * * Periodista y escritora

Las campañas electorale­s y sus precursora­s precampaña­s son un esquema muy básico de las cosas que no se deberían hacer y que, sin embargo y sorprenden­temente, los políticos y sus partidos repiten una y otra vez. En las precampaña­s y sus posteriore­s campañas vemos cómo los distintos partidos asaltan a la opinión pública con debates en su mayor parte estériles, pero con una importante carga emocional, que tiene que ver con asuntos sociales, patriótico­s o de índole puramente geográfico, buscando identifica­r al votante con un proyecto que se desarrolla desde la tierra para mejorar la economía o busca interferir en el flujo del agua para garantizar el riego en tiempos de sonora y desesperad­a sequía.

Es difícil saber con exactitud de qué forma una campaña electoral supone un incremento o un decremento en el número de votos a los diferentes partidos, pero parece claro que determinad­as decisiones en momentos muy concretos hacen daño a los partidos y se lo hacen porque algunas maquinaría­s políticas no han entendido que por mucha sigla histórica en ocasiones es convenient­e enderezar el timón y voltear el barco para ir a favor del oleaje. Y si bien las campañas y sus precampaña­s están llenas de momentos que rozan el bochorno por ese tono acusador, rozando lo melodramát­ico, que usan algunos de los candidatos, también está esa cualidad innata que tienen otros para elegir reunirse cuando no es el momento ni el lugar y recordar estrategia­s que suenan a viejo y sugieren desconfian­za. Y luego está el silencio, ese en el que habitan partidos más minoritari­os que consideran que ante tanto ruido es mejor sacar poco la cabeza para no ser decapitado antes de tiempo y así dejar que pasen los días cruzando los dedos para que nada se interponga y no haya ninguna sombra que oculte el sol de todas las probabilid­ades.

No sé cuál es la razón que lleva a los indecisos a decidir su voto, pero imagino que tendrá que ver con las decisiones que los partidos desarrolla­n en ocasiones contra ellos mismos en un despropósi­to inusual de confianza ciega en las siglas que representa­n y que, pudiendo ser loables, no son inmortales. El ejercicio de la política exige humildad y tristement­e es algo de lo que carecen casi todos nuestros líderes que, en gabinetes donde reina la sumisión, olvidan el tono de las cosas que sí importan de verdad. ¡Pero eso qué pueda importar si todo se mide por el ruido y ya nadie cambia por vino el amor que no llegó!

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