Ciega adolescencia
En el DLE consta una única acepción de la palabra «adolescencia»: «Período de la vida humana que sigue a la niñez y precede a la juventud». Una definición aparentemente simple, basada en acotar el transcurso de la vida de las personas, pero que entraña una complejidad que ha hecho correr ríos de tinta entre los especialistas y mares de lágrimas entre los padres de los adolescentes. Por otro lado, la OMS afirma que será adolescente aquel individuo que tenga entre 10 y 19 años. Entendemos que esta travesía por el desierto será más o menos larga según la suerte que corran cada persona y su familia.
Los adolescentes pueden definirse por todo aquello que desconocen. Ellos no saben que la sombra de cualquier error en que incurran puede alargarse durante toda la vida; que sus padres no son sus enemigos, sino que darían la vida por ellos; que muchos de esos amigos que dicen quererlos más que nadie irán desapareciendo como pisadas que se deshacen en la playa, ola tras ola, y que renunciar a sueños por amores que se antojan eternos es la mayor estupidez que jamás podrán cometer. Sus padres estarán a punto de perder, o quizás ya hayan perdido, a los suyos, y los adolescentes no saben que el ser humano, por muchos años que tenga o por muy grande que sea la familia que haya formado, nunca está preparado para decir adiós a sus progenitores. Desafortunadamente, los adolescentes no saben que en estos momentos de maltrato a sus padres es precisamente cuando estos más los necesitan a ellos. Hace poco he sabido que una alumna ha decidido cambiar sus planes para el próximo curso, porque se ha enamorado de alguien que no piensa moverse hasta el lugar en el que hasta hace dos días estaba el sueño universitario de la joven. Deseo que esta adolescente no pase a formar parte del grupo de mujeres que cambiaron el rumbo de sus vidas por quien amaron durante la adolescencia. Aquella otra adorable niña ya es una adolescente que está haciendo pasar las de Caín a unos padres que muchos niños querrían para ellos. Ella está atravesando las tinieblas de esta etapa que bien podría parecerse al cruce por el estrecho canal de agua en el que Escila y Caribdis casi acaban con el aguerrido Ulises, o al descenso de Eneas al Hades. Cuando pase la nube de dolor, como decía Bécquer, los cantos de sirena habrán desaparecido y, en la nueva isla desierta de sus vidas, los exadolescentes encontrarán a sus padres, quienes los ayudarán a continuar caminando. Entonces la imagen de enemigos que refleja de forma injustamente desvirtuada el ojo adolescente será sustituida por la figura nítida de unos aliados a los que desearían no haber lastimado. No ha vuelto nadie del más allá, pero los que seguimos aquí podemos explicar a los adolescentes que un día ese «pesado» aparecerá ante su mirada como un héroe que fue capaz de cruzarse el país un billón de veces para estar con sus hijos, como alguien que viajaba a Madrid en autobús toda la noche para ayudar con los estudios a su hija deportista, o bien como un ornitólogo o lingüista inigualables. Y dirán: ciega fue mi adolescencia.
Todo pasará, aunque puede variar el número de años que dure este proceso. Después de hacer desaparecer el suspenso quitándole valor, el Gobierno ahora propone regalar viviendas a los adolescentes, hayan o no hayan dado un palo al agua. De hacerse realidad esta última propuesta, que más bien parece de corte electoralista, la OMS ya puede ir alargando la acotación de la adolescencia en España desde los 19 años hasta una edad indefinida.