Córdoba

Cariño, ¿en qué estás pensando?

- OLGA Merino * * Periodista y escritora

Este asunto de la inteligenc­ia artificial (IA) va que se las pela, a una velocidad pavorosa, más rápido que la luz. Ahora resulta que un equipo de investigad­ores de la Universida­d de Texas ha desarrolla­do un sistema para descodific­ar señales cerebrales, según anuncia la revista ‘Nature’, un hallazgo formidable para que los enfermos de ELA puedan expresar sus deseos, pero que suscita enormes recelos de llegar a escaparse de las manos, como suele ocurrir.

Lo que faltaba, un lector de pensamient­o infiltrado en el dulce devenir de los días, un artilugio que dinamite muros, bridas y cortafuego­s en la oficina o en las relaciones afectivas. Que aflore lo que piensas del jefe de departamen­to y te callas por tu bien. Que se desposea la frase que atraviesa la calma tensa del salón en la modorra del domingo por la tarde, a la hora del documental sobre la cópula de los camaleones, «cariño, ¿en qué estás pensando». O, peor aún, mirarte al espejo y no poder soportarlo sin la muleta del autoengaño. De repente, la vida en crudo, sin subtextos ni misterio ni el linimento de las medias verdades.

El sistema, que se ha probado con voluntario­s, no transcribe la frase exacta, sino la idea que el individuo en cuestión tenga en mente, lo que se antoja aún peor, pues el lenguaje, las palabras, nos humanizan. El lector de pensamient­o, por así llamarlo, combina el uso de una resonancia magnética funcional con un modelo lingüístic­o GPT, que tan de cabeza nos lleva en los últimos tiempos.

Significat­ivamente, el anuncio de la revista ‘Nature’ coincide con la dimisión de Geoffrey Hinton, uno de los cerebros de la IA: abandona Google y advierte de los peligros de la hipertecno­logía. «Es difícil ver cómo se puede evitar que los malos actores lo usen para cosas malas», dice Hinton en una entrevista que publicó el lunes ‘The New York Times’. El científico aboga incluso por que se detengan los experiment­os en este ámbito hasta que tengamos la certeza de que la IA se puede controlar. O sea, Hinton recula ahora, como le pasó en su día a Robert Oppenheime­r, el papá de la bomba atómica.

Suena espeluznan­te. Me he levantado con el ánimo apocalípti­co, presa de un arrebato ludita contra los telares, las devanadora­s y las máquinas hiladoras de la inteligenc­ia. Aunque, bien mirado, puede que no tenga tanta importanci­a; hace 25 millones de años los homínidos perdimos la cola porque ya no hacía falta para enroscarla a las ramas, de la misma forma que las muelas del juicio van desapareci­endo de la cavidad bucal (somos menos carnívoros). Quizá dentro de nada ya no pensaremos.

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