Córdoba

Nuestras redes tras la muerte

- ENRIQUE Benítez Palma * * Economista | @ebpal

Hace unos días, en la página de Facebook de un viejo amigo con el que tuve mucho contacto en su momento, pude leer que había fallecido. Lo habían escrito sus hijos, para avisar a toda esa comunidad variopinta que interactua­ba con su padre en las redes. No ha sido la primera vez que ocurre algo parecido. Personas a las que no hemos visto en muchos años, personas a las que no conocemos cara a cara, pero que sentimos cerca por lo que piensan, lo que escriben o lo que nos aportan, dejan de estar de un día para otro, y las mismas redes que nos han puesto en contacto y nos han unido son los medios que nos transmiten su muerte.

¿Qué pasa con nuestros perfiles en las redes cuando ya no estamos? Sobre este asunto, cada vez más frecuente, ha escrito la periodista Julie Jargon en el Wall Street Journal. Esta periodista es una de las principale­s inspirador­as de esta columna, porque aborda las cuestiones digitales desde puntos de vista cercanos y cotidianos.

Gracias a ese artículo he descubiert­o que las principale­s redes sociales ofrecen la posibilida­d de gestionar lo que se conoce como nuestro legado digital, es decir, lo que queda de nosotros en el espacio digital. Google, por ejemplo, ofrece la posibilida­d de utilizar el administra­dor de cuentas inactivas para que nosotros mismos decidamos cuándo debe considerar que ya no estamos, y qué debe hacer al respecto. Incluso se puede dejar programada la eliminació­n de nuestra cuenta.

Facebook y Apple dan más informació­n a través de la figura del contacto de legado. Este contacto es el que decide si se elimina nuestro rastro, o si se conserva como un perfil conmemorat­ivo. En este caso, esta decisión es visible, ya que en la página personal de Facebook se indicará que es una página en memoria de la persona fallecida. Lo mismo ocurre en el caso de Apple, cuyas cuentas se pueden dejar configurad­as en previsión de que pueda pasarnos algo. No es pesimismo, es previsión.

Lo importante de todo esto es que, en un mundo digitaliza­do, parece necesario pensar en todo esto. Ser consciente­s de que dejamos atrás un legado digital en forma de publicacio­nes en las redes sociales, que puede seguir vivo tras nuestra muerte. Gestionar nuestra memoria implica decidir qué queremos que ocurra con todo esto cuando llegue el día del último viaje. Y esta realidad podría ayudarnos, antes de teclear cualquier disparate, a pararnos a pensar cómo queremos que nos recuerden. No hay mejor epitafio que el respeto a los demás.

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