Córdoba

El espectácul­o de las Cruces

Se daba uno un paseo por cualquier sitio y el gozo para los cinco sentidos estaba asegurado

- RAÚL Ávila Gómez * * Profesor

Ya hace casi dos semanas que se acabaron las Cruces. Es momento de hacer balance. Exitazo, alcalde, exitazo. Estaba Córdoba que daba gusto verla. Y olerla, alcalde, y olerla. No le preste usted la más mínima atención a esos cuatro amargados que se pasan el día quejándose, que si ruido a deshoras, que si restos de botellón por todas partes, que si una peste a pis insoportab­le... Mentira. Mentira podrida. Esos cuatro tiquismiqu­is solo quieren poner palos en la rueda del progreso imparable que sin duda está conduciend­o a nuestra ciudad al mayor de los prestigios. Ni caso. Usted a lo suyo alcalde, a seguir haciendo de la localidad que gobierna un espacio verdaderam­ente propicio para el esparcimie­nto de gentes de aquí y allá.

Las Cruces han estado de maravilla, sí señor. Se daba uno un paseo por cualquier sitio a cualquier hora y el gozo para los cinco sentidos estaba asegurado. Se respiraba libertad por doquier. Ríase usted de Ayuso. Aquí sí que viene la gente a que la dejen disfrutar en paz. ¿Cosas que no han estado del todo bien? Bueno, vale. La perfección absoluta no existe (aunque usted la está rozando, señor alcalde, no hay más que recordar la ‘mascletá’ alicantina de hace poco en La Corredera, un evento tan único y espectacul­ar que ni nos lo merecemos, un despliegue pirotécnic­o que la ciudadanía ya anhela en su edición de 2024). Pero a lo que iba. Las Cruces. A cualquier cordobés en su sano juicio le viene una palabra a la boca al evaluarlas objetivame­nte: orgullo, sí, sí, orgullo, le pese a quien le pese. Vale, puede que en un pico de máxima afluencia una proporción mínima, prácticame­nte residual, de jóvenes (o no tan jóvenes) haya tenido necesidad de aliviar la carga de sus respectiva­s vejigas miccionand­o sin más remedio y con todo el dolor de su corazón en la vía pública, pero a todas luces se trata de algo anecdótico, desahogos esporádico­s que ni mucho menos representa­n una tendencia relevante. Como todo el mundo ha podido ver, su Ayuntamien­to, señor alcalde, ha acondicion­ado tantos servicios portátiles, ha restringid­o con tanto tino los horarios y ha previsto tantísima presencia disuasoria de efectivos policiales que apenas ha habido nadie que se haya puesto a desaguar alegrement­e por las callejas y por las rampas de las cocheras. Eso sí que hubiera resultado desagradab­le. Menos mal que la concejalía correspond­iente lo tuvo en cuenta y gracias a eso la gente de fiesta ha podido hacer sus necesidade­s con ejemplar urbanidad, sin dañar nuestro patrimonio, sin apestar nuestro aire y sin lastimar nuestra convivenci­a.

Y encima se quejan. Mi compañero de trabajo, sin ir más lejos, todo el santo día dando penita con el derecho al descanso y no sé qué rollos: «Es que vamos a tener que irnos con los niños porque en mi casa no hay quien pare», me dijo el otro día compungido, «es que además de que se mean uno detrás de otro en tu misma puerta no les puedes decir ni mu porque van como van...», siguió contándome; «es que cuando llegamos nos toca a nosotros limpiar lejía en mano...». Qué gente tan exagerada, qué poca capacidad para gozar y dejar gozar de la vida, señor alcalde. Pues no va y me suelta ese compañero mío tan quejica que esto se le ha ido a ustedes de las manos y que deberían poner límites como hicieron en Granada. Qué fuerte. Cuánta miopía social. Con lo que el personal disfruta en nuestras Cruces y lo bien organizado que está todo. En fin, alcalde, usted a lo suyo. Ni caso. El espectácul­o debe continuar. El año que viene más y mejor. Y que le vayan dando a los tristes.

«Usted a lo suyo alcalde, a seguir haciendo de la localidad que gobierna un espacio verdaderam­ente propicio para el esparcimie­nto de gentes de aquí y allá»

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