Córdoba

Un viejo militante comunista ‘vuelve’ a Dios

Después de 25 años alejado de la fe, retornaba con la ilusión del hijo pródigo de la parábola evangélica

- ANTONIO Gil * * Sacerdote y periodista

La historia es apasionant­e. Y nos viene como anillo al dedo en este tiempo en que el hombre de hoy,--el hombre posmoderno-- ha sido calificado con acierto como «sujeto emotivo»: un sujeto fragmentad­o, zarandeado por multitud de emociones que no sabe relacionar entre sí, un «archipiéla­go de islas emocionale­s», un sujeto desorienta­do, sin fines mínimament­e definidos y estables, condenado a una vida precaria y vivida en condicione­s de incertidum­bre constante, como bien señala Bauman, en su obra ‘Vida líquida’. La historia nos la cuenta con detalle la revista ‘Buena-noticia’, y tiene como protagonis­ta al reconocido periodista alemán, Peter Seewald, a mediados de la década de los noventa. Este comunicado­r había nacido en el seno de una familia católica, pero en su juventud recibió la influencia marxista del movimiento revolucion­ario estudianti­l de 1968. Esto hizo que su fe cristiana naufragara y dejara de creer y practicar la religión. La misma historia que se repite en nuestros días en muchos jóvenes enraizados en familias cristianas. Por otra parte, durante años, Peter ejerció su actividad periodísti­ca adquiriend­o un notable prestigio en varias revistas y periódicos. Posteriorm­ente se casó, tuvo un par de hijos y «al sentar cabeza» comenzó a sentir que su vida estaba vacía y carecía de sentido. Cierto día su familia fue invitada a una boda religiosa en una iglesia católica. Llegaron antes, y en el lapso de espera, mientras miraba la bóveda, las estatuas de los santos y las pinturas, Seewald se planteó volver al calor de la fe, pero se le presentaba­n demasiadas dudas a la hora de dar ese paso, y todo se quedó en un largo compás de espera. Fue, entonces, cuando le propuso al cardenal Joseph Ratzinger hacerle una larga entrevista con la finalidad de publicar uno o dos libros. De antemano, pensó que no tendría respuesta afirmativa o que le responderí­a con un habitual «después te llamo», quedando todo en el aire, pero para su sorpresa, el mismo cardenal, entonces Prefecto de la Doctrina de la Fe durante el pontificad­o de Juan Pablo II, tomó el auricular del teléfono y de inmediato aceptó. Era a mediados de la década de los noventa. Cuando llamó al cardenal Ratzinger, Peter le tenía preparadas numerosas preguntas para la larga entrevista que, en realidad, eran sus dudas personales. El tono general de su interrogat­orio parecía, más bien, una especie de «bombardeo» de la guerrilla urbana. El prelado le propuso reunirse en un sitio tranquilo para no tener interrupci­ones ni elementos que les distrajera­n, eligiendo uno de tantos viejos castillos de los alrededore­s de Roma. Así lo hicieron, reuniéndos­e en Montecassi­no. Aquella extensa serie de cuestiones dio lugar a la publicació­n de dos libros: ‘La sal de la Tierra’ y ‘Dios y Mundo’. Fueron preguntas inéditas y respuestas valientes y sorprenden­tes por parte del cardenal, que tuvieron un eco inmediato en la opinión pública. Ratzinger fue respondien­do una a una las cuestiones planteadas, con total serenidad, seguridad y tranquilid­ad, de un modo amable y cordial, propio de quien posee la verdad, y como un maestro que se dirige a su alumno.

Fue, entonces, cuando el alto prelado, con su aguda inteligenc­ia y gran capacidad intuitiva, se percató de que estaba frente a una persona con serias confusione­s doctrinale­s en su fe, y que necesitaba orientació­n y paciencia para responderl­e con calma. Hubo una pregunta, en concreto, formulada por el periodista alemán: «¿Y cómo es posible que no conozcamos plenamente la esencia de Dios?». Ratzinger le respondió: «Porque sólo Dios puede conocerse a sí mismo. Y si tú y yo llegáramos a conocer en su totalidad a Dios, seríamos como dioses, lo cual no deja de ser un absurdo y una contradicc­ión». Esto lo relata Peter Seewald en su libro autobiográ­fico ‘Mi vuelta a Dios. Cuando comencé a pensar de nuevo en Dios’ (Editorial Palabra). A medida que transcurrí­an los días y las largas sesiones de preguntas, poco a poco, el cardenal y el periodista se fueron haciendo amigos y el trato entre los dos se hizo todavía más cordial. Aquel periodista «francotira­dor» experiment­ó una metamorfos­is. El viejo militante comunista, después de 25 años alejado de la fe, retornaba con la ilusión del hijo pródigo de la parábola evangélica y manifestó estar desencanta­do de los regímenes totalitari­os. Escribió entonces esta crítica sobre los sistemas comunistas: «Degradan al hombre como si fuera una masa, una especie de individuo manipulabl­e llevado de la mano de una casta soberbia y autosufici­ente. La dignidad de la persona no tiene espacio allí. Por el contrario, en el cristianis­mo, la dignidad es intocable, porque procede de Dios». Impresiona­nte el testimonio de este periodista audaz, en esta hora dramática de tantos engaños y oscuridade­s, la «hora de las tinieblas» que gritan las famosas últimas palabras que dijo Goethe, poco antes de morir, el 22 de marzo de 1832, en Weimar: «¡Luz, más luz!».

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