Manuel Román sale a hombros de Los Califas
Manuel Román pidió el sobrero y sólo esta afirmación basta para intuir el preámbulo de este relato. Y lo pidió porque la tarde se le iba. Se le descomponía el plan cuando, previamente, había roto el maleficio de Los Califas. Porque Román ha sido capaz de formular la pócima mágica con la que, después de más de 30 años, un novillero cordobés, por sí solo, consiguió meter más de 5.000 personas de pago en Los Califas. Por fin el ayuno de ilusiones toreras de la ciudad se levantó con este menudo torero y su presencia en el cartel llevó a la plaza a un público variopinto y entregado.
A las 18.45 horas, hasta los niños jugaban al toro en los aledaños de la plaza, sólo faltaba conseguir un triunfo rotundo para potenciar la romanización completa de Córdoba. Pero la tarde discurrió a medio gas. Y por ello el torero, consciente de que las cosas no terminaban de cuajar, regaló el sobrero con la intención de forzar una puerta grande que, a la postre, fue excesiva, con dos orejas de muy escaso peso y tras un uso muy deficiente de los aceros.
Pero vayamos por partes. Manuel Román, de apenas 17 años, apostó fuerte y eso es preciso valorarlo. Con varias novilladas con caballos en su haber, pidió su debut en Córdoba al amparo del ambiente que genera. La taquilla respondió y la expectación fue la de otros tiempos. La novillada, a modo, con dos hierros de primerísima línea respondió y el público seguidor, el entregado, se fue feliz porque hasta que no vio al torero a hombros no descansó. Mas no debemos llevarnos a engaños. Román no ha roto como se esperaba. Y aunque tiene el toreo y la técnica en la cabeza, está, de momento, sin concepto definido.
Al menos ayer, se le vio sin fibra y sin profundidad. La ilusión de que Córdoba tiene un torero está muy bien, pensar que hemos quebrado esa suerte de maleficio, también. Ojalá. Pero lo visto en la tarde de ayer debe ser objeto de reflexión por parte del novillero y de su entorno, porque a una plaza de primera, a tu plaza, se debe venir más enchufado, con tres o cuatro faenas en la cabeza, con más tensión, con más recursos. Sin eso, no se transmite. Y el juicio, además, debe ser ajustado a la verdad, porque el tendido y el palco fueron en exceso generosos, teniendo en cuenta, sobre todo, que la espada viajó defectuosa en casi todas las ejecuciones. Así no se puede andar con el metal.
La novillada, en general y sin ser un dechado de virtudes, fue manejable y tuvo novillos como el primero, el segundo y el cuarto con la bravura y la nobleza suficientes para armar faenas notables. Es de reconocer que, en estos tres, hubo pasajes lucidos por parte de Román, cuya idea es organizar tandas despacio y encajadas, y así logró muletazos sueltos preciosos por ambas manos, pero se echó en falta la ligazón, los remates por abajo... el giro completo de la cadera. El toreo que emociona, básicamente. Por momentos le molestó el viento, es cierto, y quizá por ello desarrolló el grueso de las faenas en el tercio del tendido 1, demasiado encima de los novillos siempre. Así, los terrenos le restaron toda la tarde. El tercer novillo fue más áspero y no le ayudó tanto y el sobrero, un torito por la cara, fue muy a menos, ante lo que Román se fue arrimando para sacar pases con cuenta gotas. Al final, sin apenas ligar un tanda vibrante y con una media estocada perpendicular, Jesús Coca, el presidente, le dio las dos orejas, quizá como premio al compromiso global, porque otra cosa no hubo.