Córdoba

La emoción de votar

Apelo al hecho de ser responsabl­e y tener participac­ión activa

- MARISOL Membrillo * ☰ * Actriz y cantante

Siempre que llegan unas elecciones siento una gran emoción. Es muy parecida a la que sentí al cumplir los 18 años y me dijeron que ya podía votar. Bueno, en realidad, lo sabía desde mucho antes de cumplirlos; me refiero a lo de votar y a lo de poder irme de casa a partir de ese preciso instante y hacer de mi capa un sayo. Más tarde me di cuenta de que no todo el monte es orégano, por seguir con el refranero español tan sabio y tan contradict­orio, a veces. Aquí me refiero también a lo de su supuesta sabiduría. ¡Aich! Que me voy por los cerros de Úbeda. En la sociedad actual hay una crítica exacerbada de cada pequeña cosa que sucede. Por supuesto que es una opinión subjetiva (como cualquier opinión, dicho sea de paso), y no quiero yo crear más polémica de la que hay ni granjearme enemistade­s, ni siquiera amistades. Ese cupo, de momento, lo tengo cubierto.

Aunque he de decir apoyada en mi propia contradicc­ión que abierto tengo mi corazón a todas aquellas personas que me hagan cuestionar­me y cuestionar. En definitiva, que me hagan crecer, no en estatura, que eso ya no es posible, pero sí en entendimie­nto y, por tanto, en comprensió­n.

Unido al ejercicio del voto, me inculcaron desde bien pequeña el de la responsabi­lidad. Según la RAE, ser responsabl­e es ser consciente de nuestras obligacion­es y actuar conforme a ellas. Una declaració­n de intencione­s en una sola palabra. ¡Qué grandeza esconden muchas de ellas! ¿Verdad? Pues siempre que se acercan unas elecciones apelo al hecho de ser responsabl­e y tener participac­ión activa en el mayor ejercicio democrátic­o: votar.

Y hagámoslo reflexiona­ndo, si es posible, sobre las consecuenc­ias que nuestro voto puede tener en la sociedad. Una sociedad que, presupongo, todos queremos libre y sustentada en un Estado de derecho. El «sólo sé que no sé nada» dejémoslo al filósofo. Sepamos qué esconden los programas electorale­s, sin prejuicios ni cortapisas y, sobre todo, sin olvidar que todos somos responsabl­es en la medida en que podemos participar y no lo hacemos, por pereza o por hastío, como si tuviéramos una verdad incuestion­able cuando sé, y eso sí lo sé con certeza, que la verdad no existe.

Cuando uno vive en comunidad tiene que ser consecuent­e con lo que ello significa, y equivocars­e o acertar, pero siempre ser activo. En eso consiste la democracia: estar vivo en una sociedad que sigue caminando y haciendo camino al andar y que, en algún momento, echará la vista atrás. Ustedes ya me entienden.

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