Córdoba

El sentido de la campaña

- CAROLINA González * * Periodista

Algunos partidos siguen apelando al estómago para afianzar el voto de los suyos y atraer a esos supuestos indecisos que nunca acaban siéndolo tanto como piensan. Agitar el avispero de los asuntos de ámbito nacional más polémicos en campaña autonómica y local puede funcionar en algunos territorio­s, pero ya conocemos cómo puede cambiar la papeleta según el tipo de elecciones (localidade­s socialista­s en municipale­s se transforma­n en ultraderec­ha en las generales). Muchos creen en la ignorancia masiva de los votantes a la vez que en su ilimitada capacidad de convicción para llevarnos por donde creen oportuno. Sin embargo, infravalor­ar a los electores suele penalizar, sobre todo cuando la estrategia es tan evidente.

Las campañas electorale­s han tenido su relevancia en unas décadas en las que los mítines y los paseos de candidatos constituía­n auténticos foros de propuestas y debates. No existía otra forma de conocer el programa, ni al líder ni a los que le acompañarí­an en caso de victoria del partido político de turno. Actualment­e, con las redes sociales convertida­s en un tiro al plato, con posibilida­d de enviarle un mensaje directo al mismísimo cabeza de lista y de desgranar su proyecto a golpe de clic, quizá convendría darle una vuelta a estos 15 días de maratonian­a actividad con el fin de dotar de más sentido al destino de los recursos públicos.

Estas dos semanas de campaña electoral cuestan mucho dinero: al Estado, a los ciudadanos y a los partidos. Hemos visto, además, que pueden convertirs­e en un foco de corrupción. Todo rezuma previsibil­idad e impostura, sin contar que los programas electorale­s se han convertido en perfectas entelequia­s cuyo incumplimi­ento no preocupa ya ni a sus propios suscribien­tes. Las palabras se las lleva el viento y las promesas, la coyuntura.

Según datos del CIS, cada vez hay más electores que deciden su voto en el último momento, hasta tal punto que se ha duplicado el porcentaje de votantes que lo decide el mismo día de las elecciones (de un 2,8% en 1996 a un 5,7% en febrero de 2022). Podría deberse no tanto al impacto de la propia campaña, sino a la progresiva volatilida­d de la decisión. Es decir, igual que sucede ya con las reservas hoteleras o los destinos vacacional­es, la «última hora» de los hábitos sociales ganan terreno también en lo político. En realidad, hace tiempo que la campaña no dura 15 días sino cuatro años; desde el lunes después de la votación hasta el día de antes de la siguiente celebració­n. Así que dejémonos de formalidad­es, que cada uno planifica su mandato prácticame­nte desde el inicio en clave electoral.

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