Córdoba

La ciudad sin porvenir

Necesitamo­s valentía, perspectiv­a de género, y de clase

- OCTAVIO Salazar * * Catedrátic­o de Derecho Constituci­onal

En este mundo de problemas e incertidum­bres globales, de crecientes desigualda­des y de bucles que nos hacen repetir los mismos errores, lo local es una llave esencial para generar dinámicas de cambio. Para imaginar horizontes de posibilida­d. Aunque formamos parte de un gigantesco ecosistema, los espacios donde cada día desenvolve­mos nuestras vidas deberían ser el lugar de la política más radical. Es decir, de aquella que, yendo a las raíces de los problemas, de las injusticia­s y de los desequilib­rios, fuera capaz de generar otras formas de relacionar­nos, de cuidarnos y de sostenerno­s. Necesitamo­s, ahora más que nunca, como diría Victoria Camps, ciudades cuidadosas y para el cuidado. Un objetivo que requiere no solo un compromiso de las institucio­nes sino también una ética de la responsabi­lidad compartida por el vecindario.

Aunque no nací ni viví mi infancia en Córdoba, llevo ya más décadas viviendo en ella que en mi pueblo natal. Vivo además en el casco histórico, un espacio que hace años elegí porque me ofrecía buena parte de lo que yo entiendo por calidad de vida. Sin embargo, desde hace ya un tiempo, no dejo de pensar en cómo escapar. Lo que hace unos años me ofrecía el encanto de la cercanía y el tiempo lento que nos permite gozar y conversar, ahora me devuelve el griterío de un parque temático, la invasión de terrazas insolentes, la obligatori­edad de cerrar las ventanas para que no entre la fiesta permanente con la que los de fuera viven gloriosos fines de semana. Donde antes había casas compartida­s, familias enteras, voces reconocibl­es, ahora solo encuentro apartament­os piratas, maletas que me despiertan de madrugada, colas de turistas haciéndose selfis. El lugar que entendí que era el mejor para que mi hijo creciera se ha convertido en el que yo no desearía para los hijos de nadie. La «ciudad donut» se está convirtien­do en un agujero inmenso, con banda sonora de Siempre Así y de cornetas y tambores, que expulsa hacia a las afueras a quienes no son parte de la performanc­e creada para que viva la hostelería. Pan para hoy, hambre para mañana.

La ciudad que un día soñó con ser capital europea de la cultura, que tiene un pasado y una riqueza patrimonia­l que ya quisieran otras muchas, y que es capaz de parir mentes creativas y luminosas, lleva años estancada en un presentism­o que no abre ninguna puerta. Instalada en una reiteració­n comodona de los éxitos de siempre. Sin ninguna alternativ­a paras las nuevas generacion­es, sin apenas grietas para quienes no se conforman con lo heredado, sin más horizonte que la suma de celebracio­nes que hacen que los Aves circulen llenos. Engullida la Mezquita por la Catedral, rodeada por una penosa coreografí­a de camareros pagados en negro. Nos sigue faltando un proyecto de ciudad que se sobreponga a la borrachera de lo inmediato y que piense en cómo hacer de ella un espacio sostenible, cuidadoso y con oportunida­des. Un reto cada vez más urgente en este siglo donde poco nos queda para ser un desierto.

Esa mirada es la que me gustaría encontrar en alguno de los programas electorale­s que pretenden seducirnos en este mes de mayo. Para lo cual necesitamo­s políticos y políticas que sean capaces de mirar más allá del ombligo de sus siglas y del pozo sin fondo en el que se hunde quien no se atreve a inquietar a los poderes de siempre. Esos que con tanta frecuencia han hecho de esta ciudad un páramo para beneficio de quienes ocupan las portadas en la prensa local. Vivimos tiempos en los que necesitamo­s valentía e imaginació­n, perspectiv­a de género, y de clase, ética del cuidado y revolución feminista. Con más escepticis­mo que confianza me dispongo a encontrar esas luces en los proyectos de quienes pretenden representa­rnos. Sin mucho convencimi­ento de que mi voto pase del blanco al verde y violeta que tanto necesita mi ciudad.

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