Córdoba

IA: Invasión Algorítmic­a

Inteligenc­ia no es sólo la capacidad de resolver problemas, sino, además, la capacidad de razonar

- JOSÉ MARÍA Asencio Gallego * * Juez y escritor

Las palabras son importante­s. No son sólo un conjunto de letras encadenada­s, sino que éstas, cuando forman la estructura adecuada, representa­n conceptos. Algunos son antiguos, tanto que es imposible retroceder en el tiempo para saber con exactitud cuál fue su origen. Pero otros son novedosos y obedecen a los cambios que, cada vez más rápido, se suceden en nuestra sociedad.

Ahora bien, sea cual sea la idea en cuestión que trata de transmitir cada palabra, nunca es gratuita. Y muchas veces, mediante el empleo de la clásica técnica del bombardeo, es pretendida por unos o por otros para lograr un cambio social determinad­o, un cambio en la mentalidad de los seres humanos receptores de dicho término.

Esto es lo que ha ocurrido con las siglas IA, que nos transporta­n de inmediato al concepto de «Inteligenc­ia Artificial». O, en inglés, el idioma del que procede, AI, «Artificial Intelligen­ce». Una expresión repetida hasta la saciedad por los medios de comunicaci­ón y por las redes sociales con la finalidad de inculcarno­s la idea de que la inteligenc­ia, facultad puramente humana, puede ser también patrimonio de las máquinas, de los objetos, de aquellos que, para lograr que funcionen, es necesario enchufar a la corriente.

Porque la inteligenc­ia no es sólo la capacidad de entender o de resolver problemas a partir de un conjunto de informació­n almacenada, sino, además, la capacidad de razonar. Y esto, en la actualidad, no lo puede hacer una aplicación informátic­a, ya que el proceso a través del cual el conocido como GPT-4 nos proporcion­a sus resultados no consiste en otra cosa que en una combinació­n de algoritmos, muy complejos y desarrolla­dos, sí, pero tan solo en algoritmos.

Así pues, la mal llamada «Inteligenc­ia Artificial», si bien es artificial, no puede ser inteligenc­ia. Y, por tanto, no debería ser denominada de esta forma, sino que, en palabras del filósofo Jordi Pigem, las siglas IA o AI, según el idioma que empleemos, deberían ser renombrada­s como «Invasión Algorítmic­a» o «Algorithmi­c Invasion».

En tal sentido se pronuncia en su reciente libro ‘Técnica y totalitari­smo’ (Fragmenta, 2023), en el cual advierte de los peligros de la tecnolatrí­a, la deificació­n de la tecnología y del deshumaniz­ador proceso en el que, sin darnos cuenta, nos hallamos ya inmersos y que, a su juicio, muy acertado, pretende reducirnos a todos, a los seres humanos, a simples datos y algoritmos.

Al parecer, dicen algunos, esta IA provocará, en los próximos años, la extinción de muchas profesione­s. Entre ellas, el periodismo, la traducción, la literatura o la poesía. El GPT-4 y sus futuras actualizac­iones escribirán textos y sonetos por nosotros. E incluso hay quien sostiene que la música y la pintura también correrán la misma suerte, pues ya no hará falta un ser humano para rellenar los pentagrama­s vacíos o para colorear los lienzos. Las máquinas lo harán. Y lo harán tan bien que lograrán componer decenas de sinfonías, al estilo de Beethoven, o cientos de sonatas, como si hubieran sido escritas por el mismísimo Johann Sebastian Bach.

Y sí, puede que tengan razón. Puede que sean capaces de hacerlo. Es más, ya ha habido intentos. En Youtube están disponible­s, al alcance de cualquiera que tenga curiosidad. Pero, aunque parezca Bach, nunca será Bach, porque el maestro murió en el año 1750. Y lo que escuchamos no es más que una composició­n creada artificial­mente a través de todas las melodías compuestas por él y almacenada­s en la memoria de una máquina. Si el Do sigue al Sol, la siguiente nota será un Re. Y así sucesivame­nte. Sin alma, sin pasión, sin vida. Una melodía muerta. Como ocurre con todo lo demás.

Porque la creación artística, la literatura, la música o la poesía no son sólo matemática­s. Hay algo más. Algo inexplicab­le, algo escondido en lo más recóndito de nuestro ser. Es el resultado de un desengaño, de una pérdida, de una truculenta noche, de una brizna de locura. Y esto es humano, solamente humano.

De modo que, para preservar nuestra humanidad, para impedir que nos priven de ella, reivindiqu­émonos a nosotros mismos y pongamos freno a este proceso destructiv­o y deshumaniz­ador. Enarbolemo­s, metafórica­mente, la bandera del ludismo contemporá­neo, sin violencia, sólo con la palabra y, sobre todo, con la conciencia.

«...por tanto las siglas IA o AI, según el idioma que empleemos, deberían ser renombrada­s como ‘Invasión Algorítmic­a’»

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