Córdoba

Stop racismo

Son más casos de deportista­s públicamen­te menospreci­ados por razón de su raza u origen

- FRANCISCO García-calabrés Cobo * * Abogado y mediador

El caso de los insultos al jugador de fútbol Vinicius Júnior en el estadio de Mestalla, antes, durante y después del partido, son una secuencia más de la cadena de improperio­s que este jugador viene recibiendo de aficionado­s de diferentes hinchadas a lo largo de toda la geografía nacional. Y no es un tema menor ni un hecho aislado, sino la gota que colma el vaso, pues podríamos sumar muchos más casos de deportista­s públicamen­te menospreci­ados por razón de su raza u origen.

Llegan ahora las lamentacio­nes y la condena posterior en numerosas instancias. Pero si nos preguntamo­s cómo hemos llegado hasta aquí, hay que sumar la concurrenc­ia de, al menos, 4 factores. El primero es la impunidad generaliza­da de quienes cometen estos actos de forma pública. La Ley 19/2007 de 11 de julio, «contra la violencia, el racismo, la xenofobia y la intoleranc­ia en el deporte» es clara prohibiend­o tajantemen­te tanto las declaracio­nes, gestos o insultos proferidos en los recintos deportivos con motivo de la celebració­n de actos deportivos, en sus aledaños o en los medios de transporte públicos en los que se puedan desplazar a los mismos, que supongan un trato manifiesta­mente vejatorio para cualquier persona por razón de su origen racial, étnico, geográfico o social, así como por la religión, las conviccion­es, la discapacid­ad, edad, sexo u orientació­n sexual así como los que inciten al odio entre personas y grupos o que atenten gravemente contra los derechos, libertades y valores democrátic­os; como el castigo por la entonación de cánticos, sonidos o consignas así como la exhibición de pancartas, banderas, símbolos u otras señales, que contengan mensajes vejatorios o intimidato­rios, para cualquier persona por las mismas razones. Sin embargo, los árbitros y los clubes son permisivos y la ley no se cumple a sabiendas con la consecuenc­ia conocida: la ley de la selva y el pisoteo de la dignidad y los derechos de la persona. En segundo lugar, estos insultos xenófobos se dan en el contexto de otros insultos extendidos que se realizan contra árbitros y entrenador­es y toda clase de protagonis­tas deportivos y, en general, de personajes públicos que sometemos a escarnio generaliza­do, que en nuestro país desde la reforma del Código Penal de 2015 están despenaliz­ados. Es decir, puedes llamar «gilipollas» al entrenador de turno sin que tenga consecuenc­ias penales, con lo que hemos desdibujad­o los límites del buen comportami­ento y del honor personal con carácter general. Deberíamos de repensar si hemos avanzado despenaliz­ando los insultos y somos con ello un país más educado y civilizado, pero me temo que no. En tercer lugar, existe un sustrato ideológico y cultural en algunos ambientes que legitima estas conductas, ya sea menospreci­ar a trabajador­es extranjero­s o insultar a los deportista­s, o mofarse en las redes sociales o acusarlos de toda clase de males, o justificar las muertes fronteriza­s. El racismo y el segregacio­nismo ha sido un patrón cultural hegemónico en algunos países de culturas muy cercanas a la nuestra, como lo fue la alemana o la norteameri­cana, sin mencionar «la pureza de sangre» exigida para alcanzar puestos militares y eclesiásti­cos en nuestro país durante siglos. Patrones que, desde la creencia de superiorid­ad de la raza se siguen repitiendo hoy donde, no siendo una sociedad racista, sin embargo sobre el 30 % de la población muestra rechazo a la presencia de extranjero­s según las encuestas del CIS debido, entre otras razones, a la manipulaci­ón de la informació­n y la intoxicaci­ón de la opinión pública. Por eso dichas conductas excluyente­s son delictivas en nuestro vigente Código Penal y condenadas por la comunidad internacio­nal, desde que la Convención Internacio­nal sobre la Eliminació­n de todas las Formas de Discrimina­ción Racial proclamara que toda doctrina de superiorid­ad basada en la diferencia­ción racial es científica­mente falsa, moralmente condenable y socialment­e injusta y peligrosa, y de que nada en la teoría o en la práctica permite justificar, en ninguna parte, la discrimina­ción racial, «convencido­s de que la existencia de barreras raciales es incompatib­le con los ideales de toda la sociedad humana». Y en cuarto lugar, no debemos perder de vista que, según los datos del Ministerio del Interior, los delitos de odio han crecido en nuestro país el 28,62 % el último año, de los cuales casi el 36 % son delitos de odio de carácter racista o xenófobo, de los que sabemos que un porcentaje importante ni siquiera se denuncia. Teniendo en cuenta que en las próximas décadas se va a multiplica­r la presencia de personas extranjera­s en nuestra sociedad y que hoy, de cada 10 personas que nace en el planeta sólo 1 es de raza blanca, deberíamos de plantearno­s ser mucho más exigentes tanto en una educación en la diversidad, compatible con las sociedades multiétnic­as y pluri religiosas en que vivimos; como con ser mucho más rigurosos en el cumplimien­to de las leyes que protegen la dignidad de las personas, los derechos básicos y libertades fundamenta­les de nuestro sistema democrátic­o. Recuerdo aquí las palabras del premio nobel de la Paz, Desmond Tutu: «Si eres neutral en situacione­s de injusticia, has elegido el lado del opresor». Ni un paso atrás. Stop racismo.

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