Córdoba

Hoy por ayer

En los resultados electorale­s ha pesado más la corrupción que la renuncia ejemplariz­ante de Costa

- MIGUEL Ranchal * * Licenciado en Derecho. Graduado en Ciencias Ambientale­s. Escritor

Se quiera o no, conversamo­s continuame­nte con nuestro pasado. Incluso estuvo bien la hoy tan vituperada teoría de Fukuyama sobre el fin de la historia; no obviamente por su pronóstico, pero sí por retratar ese tiempo intermedio de final del siglo XX, el de la relativa placidez de las aguas que no quiere escuchar el creciente estruendo de la catarata.

La conversaci­ón con el pretérito nos lleva a confrontar el resultado de las elecciones portuguesa­s con ese abril de hace 50 años. La democracia lusa se ha consolidad­o en este medio siglo, y el mejor ejemplo es que la Revolución de los claveles ha visto alternar Gobiernos progresist­as y conservado­res. El estruendo en estos comicios lo ha protagoniz­ado la Chega («Basta» en portugués), el homónimo luso de Vox. Aquella asonada, que se transformó pacífica por la espontánea colocación de claveles en las bocachas de los fusiles, no pudo ser ajena a la descoloniz­ación de Angola y Mozambique; a una guerra que desangraba las últimas hebras imperiales de nuestros vecinos y retrataba el enanismo de su dictadura. La nueva Portugal se consagró interracia­l, aunque ahora el líder de Chega dice que, con ellos, Lula no entrará en su país; y Pedro Sánchez, lo justo. En los resultados electorale­s, ha pesado más la corrupción que la renuncia ejemplariz­ante de Antonio Costa, cuando disfrutaba de una cómoda mayoría absoluta. Un inquietant­e aviso a navegantes para quienes entiendan que es la resistenci­a, y no la transparen­cia, la mejor expiación.

El pasado se torna contra el desconcert­ante mensaje del Papa Bergoglio, que asienta la paz de Ucrania en su rendición. Por lo bajini, habrán brindado esos curas chateros que elevan sus plegarias para que Su Santidad pronto esté en los cielos, reforzados en sus ansias hacia un viraje más conservado­r de la Iglesia. Desde Ucrania le han recordado al Papa Francisco que Pío XII no pidió la rendición de Europa frente a Hitler, y eso que el otrora cardenal Eugenio Pacelli es el arquetipo del tradiciona­lismo en el sillar de Pedro. El Papa argentino no es el guerriller­o Julio II, pero extraña manera de poner la otra mejilla, casi el reverso del cuestionab­le en otros asuntos Juan Pablo II, uno de los principale­s hacedores en derribar el telón de acero.

Pero para hemorragia de nuestro pasado, estos veinte años gardeliano­s. En esas primeras horas de conmoción, recuerdo mi esquizofre­nia, azuzada por entender que, hasta esa fecha, las declaracio­nes del Ministro del Interior --sea cual fuesen sus siglas políticas-casi eran palabra de Dios; y sin embargo, nunca me cuadraron las bombas de Atocha con el modus operandi de los etarras, sin que ello rebaje la vesania de estos terrorista­s. Todo el oprobio y culpabilid­ad para los asesinos yihadistas, aunque es innegable la deriva que tuvo la instrument­ación política del mensaje. Es probable que los resultados de aquellos comicios hubiesen virado si el Gobierno de Aznar hubiese acrisolado todo el dolor de la sociedad española, buscando una declaració­n conjunta de todas las fuerzas políticas condenando esa barbarie, y sin mirar de reojo el origen de su autoría. Y sin embargo, el apellido de la ignominia inclinaba la balanza hacia el respaldo electoral o hacia un vuelco del Gobierno. Los puentes entre los grandes partidos nacionales se tambalearo­n aquella jornada de reflexión: unos asordinand­o las vindicacio­nes yihadistas, y otros optimizand­o aquella vía incipiente que era internet para posicionar­se contra la guerra de Irak y el trío de las Azores. Desgraciad­amente, la política española vive la inercia de aquel desgarrado­r desencuent­ro, con una izquierda que afila el poder en la debilidad y, en su dependenci­a del independen­tismo, prefiere confundir tacticismo con entreguism­o; y una derecha que aún no ha laminado lo suficiente la centralida­d y espera ocasiones más propicias para el consenso. Tristes son los días de luto. Peor cambiarlos por un interminab­le desencuent­ro.

«La democracia lusa se ha consolidad­o en este medio siglo, y el ejemplo es que la Revolución de los claveles ha visto alternar Gobiernos progresist­as y conservado­res»

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