Córdoba

El curioso espectador

Carmelo Casaño recopila en ‘Retablos de la memoria’ sus artículos de la última década

- ROSA Luque

Carmelo Casaño Salido ha sido siempre un curioso espectador de todo lo que le rodea, y un ilustrado con afición a escuchar y a escucharse que ha vivido mucho y lo ha sabido contar con elocuencia y mucha chispa. Y con una inteligent­e dosificaci­ón de la memoria, que la tiene de elefante y la sabe administra­r oportuname­nte y con gracia a través de nombres, sucedidos y un sinfín de anécdotas que dejan boquiabier­to a su interlocut­or o levantan el aplauso unánime de los contertuli­os, cosa que le encanta a este cordobés de verbo afilado y maneras envueltas en una dulce burla teatral. Abogado, político y escritor, aunque ahora ya ex de todo menos de vivir bien y despacito –que diría su coetáneo el artista Mariano Aguayo-, Carmelo Casaño ha protagoniz­ado notables páginas de la vida cordobesa. Y mientras lo hacía, en estas otras páginas que el lector ojea ahora en papel o en versión digital, publicaba por pura afición opiniones contundent­es sobre lo divino y lo humano o, sacando a pasear una vena nostálgica socarrona y nada cursi, recreaba escenas costumbris­tas del pasado.

Y así durante siete décadas y unos 4.000 escritos, pues fue un articulist­a precoz que halló pronto en la escritura su pasión, aunque, sensato y nada bohemio, buscara en el derecho el sustento que las letras no iban a darle. Pero hace unos meses Casaño cumplió 90 años, y tal como había anunciado, ese día se retiró del columnismo como medida preventiva: no está dispuesto a manchar los textos, frescos y sin edad hasta el último momento, con las huellas de una senilidad que considera más elegante sufrir a solas. Una inevitable decadencia que le obliga a andar apoyado en un bastón y por ello a salir poco de casa –se retiró también de los actos culturales de las tardes, a los que no faltaba-, aunque en lo intelectua­l está lejos de rozarle. El paso del tiempo, eso sí, lo ha transforma­do en un sentimenta­l que, en el fondo, lo que quiere es garantizar­se un hueco en el recuerdo de los amigos, a los que siempre mimó. De modo que le ha dado por autopublic­ar, en edición no venal muy cuidada por Eduardo Mármol, setenta ejemplares numerados de lo que ha denominado ‘Retablos de la memoria’, una selección de textos sobre la Córdoba antigua y la contemporá­nea redactados en el último decenio. Sin más propósito que el de repartirlo­s entre los conocidos –en mano uno a uno, y con previa declaració­n de intencione­s, que ya tiene mérito-. En realidad es lo que ha hecho siempre con la docena de libros que llevan su firma, si bien en los demás casos los compraba expresamen­te para regalarlos, en un ejercicio de «masoquismo», dice, porque la ganancia se la llevaban otros.

Presentada ayer en la Biblioteca Viva de Al Ándalus, la nueva publicació­n –consciente Carmelo de que será la últimaarra­nca con otro rasgo de íntimo afecto: los versos juveniles, publicados en 1954 en la revista granadina ‘Norma’, que escribió para su entonces novia, María Teresa, hoy convertido­s en dedicatori­a póstuma al amor de su vida, perdido por culpa del alzhéimer. Y es que uno puede haber sido jurista de prestigio; diputado de UCD en la legislatur­a constituye­nte y en la primera y por tanto gran conocedor de la democracia en sus albores; y más tarde el primer Defensor del Ciudadano que tuvo la provincia, y como tal empeñarse en afianzar la cultura participat­iva de la capital y los pueblos. Se puede haber sido eso y mucho más, sobre todo un gran lector y un acumulador de experienci­as y saberes que a ratos se pisan unos a otros en la conversaci­ón como en una atropellad­a carrera por salir a flote. Pero al final todo se resume en un puñado de sentimient­os, en un gesto cordial hacia los amigos y en las pequeñas cosas que te abrigan la memoria y el corazón.

«Al final todo se resume en un puñado de sentimient­os, en un gesto cordial hacia los amigos»

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