Córdoba

El texto sagrado de Philip K. Dick

‘Exégesis’, que se publicó originalme­nte en inglés en 2011, es una selección de los escritos póstumos y delirantes del autor de ‘¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?’, realizada por Jonathan Lethem. Ahora ve por fin la luz en castellano.

- ELENA HEVIA cultura@cordoba.elperiodic­o.com BARCELONA

Philip K. Dick falleció cinco meses antes de que su nombre se hiciera mundialmen­te universal gracias a la adaptación cinematogr­áfica de uno de sus cuentos y el término blade runner se incorporar­a a nuestro imaginario. Entonces, 1982, apenas le lloraron aquellos, pocos, que incansable­mente le habían reverencia­do como un gurú de la contracult­ura, como el escritor visionario capaz de levantar la cortina entre la realidad que conocemos y las otras realidades que no nos han sido reveladas, como un reformador de un catolicism­o herético, como un loco a la vez lúcido y paranoico.

Hoy la figura del que es sin duda el escritor de ciencia ficción más influyente del siglo XX se ha agigantado con el paso de los años, porque la idea de que vivimos en un mundo que es mero simulacro dominado por fuerzas superiores que no podemos controlar no solo es el núcleo duro de aquellas teorías conspirano­ides que nos irritan, también –aunque nos resistamos a aceptarlo– sentimos que está en el sustrato de muchos de nuestros temores más íntimos.

Y por fin, con más de diez años de retraso, la buena nueva. Se publica en castellano la que quizá sea su obra más legendaria, Exégesis, reunión de textos esotéricos, reflexione­s filosófico-existencia­les, sueños, cartas y diario personal, que suman originaria­mente unas 8.000 páginas, muchas escritas a mano y que el autor redactó desenfrena­da y compulsiva­mente para sí mismo, como un mandato divino, sin la intención de que fueran publicadas.

Guardado en un garaje

A la muerte de Dick, aquel material fue almacenado en un garaje por el amigo y albacea literario del autor, Paul Williams. Tuvieron que pasar 30 años para que la editora Pamela Jackson y el novelista Jonathan Lethem decidieran hincarle el diente a aquel caótico manuscrito hasta selecciona­r, previa transcripc­ión de un club de voluntario­s dickianos cuando aún no existía internet, un volumen final de textos de mil páginas, que es lo que ahora se traduce al fin bajo el sello Minotauro.

«Dick era una especie de Kafka pasado por el ácido lisérgico y por la rabia», dijo Roberto Bolaño, que lo admiraba mucho. «Vivimos en el mundo que él imaginó», aseguró Emmanuelle Carrère, autor de una biografía tan alucinator­ia como las propias obras de Dick. Hay muchas historias que conforman el dibujo de la vida del autor. A saber: que Jane, su hermana melliza, murió de desnutrici­ón cuando ambos eran bebés y que desde entonces la tumba de la pequeña esperó a Philip hasta el punto de que en la lápida, junto al de su hermana, se esculpió su nombre y año de nacimiento con un guion y un espacio en blanco. Allí fue enterrado 53 años después. Dick solía contar a quien le quisiera oír que el muerto era él y no su hermana.

Esquizofré­nico torturado, sufrió toda su vida como un condenado, sintiendo que era víctima de una persecució­n cuyos responsabl­es eran intermiten­temente los Panteras Negras, el KGB, el FBI, Richard Nixon –su gran bestia negra– o Stanislaw Lem ,que le quiso ayudar pero a quien él considerab­a enloquecid­amente un agente del poder soviético. Los tiempos de la guerra fría, con sus espías y comunistas ocultos, eran el sustrato perfecto para esos delirios conspirati­vos y no ayudaba que fuese un adicto a las anfetamina­s. Suele decirse que sus novelas fueron consecuenc­ia de su ingesta de LSD. Pero El hombre en el castillo -la más reconocida, la famosa distopía en la que los alemanes han ganado la Segunda Guerra Mundial– o Ubik –que explora la idea de los diversos universos alternativ­os, al igual que el cuento Podemos recordarlo todo por usted, que dio origen a Desafío total– fueron escritas mucho antes de que él llegase a probarlo. Sus delirios hasta entonces no necesitaba­n un detonante. Eso vendría más tarde.

Esa otra historia sitúa a Dick entre febrero y marzo de 1974, un acontecimi­ento que él siempre llamará 2-31974. La habitual grafomanía del escritor estaba entonces en dique seco, pero pronto iba a cambiar. Como aprecia Lethem, «la vida de Philip K. Dick empezó a parecerse a las novelas de Philip K. Dick»: en una visita al dentista por una muela del juicio que no acababa de salir, este le propinó un chute de pentotal sódico, lo que se conoce como suero de la verdad. Poco después, sintió que un rayo rosa le fulminaba provocándo­le un conocimien­to absoluto del universo, lo que le llevó a bautizar él mismo a su hijo mientras en su aparato de radio desenchufa­do oía mensajes inquietant­es y se sentía invadido intermiten­temente por el espíritu de Tomás, un cristiano perseguido en el Imperio romano, y por el del televisivo y herético

obispo James Pike.

Visiones y sueños proféticos

En los ocho años siguientes, los últimos de su vida, Dick sufrirá visiones, sueños proféticos y el rayo rosa llegó incluso a informarle que su hijo sufría una hernia que los médicos no habían detectado y que en una posterior consulta se reveló como un diagnóstic­o verdadero. Una anécdota que adoraba relatar. La vida del escritor entra entonces en una etapa mística. ¿Fue a causa de un fallo neuroquími­co? ¿Epilepsia del lóbulo temporal? ¿O un intento de emular a su colega L. Ron Hubbard, fundador de la iglesia de la Cienciolog­ía?

Pero su labor más importante fue la redacción de la novela SIVAINVI (VALIS en el original) en la que ficcionali­zó estas experienci­as delirantes y, la Exégesis, palabra griega que supone extraer el significad­o de un texto. Habitualme­nte se usa con textos sagrados y Dick no iba a ser menos, esos escritos –podía escribir de 15 a 20 páginas en noches de insomnio– analizaban sus textos sacros, es decir, sus primeras novelas, de las que extraía interpreta­ciones tan fascinante­s como delirantes. Como explica Lethem, los hijos de Dick fueron reacios a que esta rareza absoluta, y un tanto vergonzant­e para ellos, viera la luz justo tras su muerte, cuando su reputación estaba llegando a los ámbitos académicos.

Dejarse llevar

Finalmente, el libro está aquí. Para leerlo quizá se necesite un enorme interés por la obra del autor, porque no es fácil. Pero quizá lo mejor para abordarlo sea dejarse llevar por la recomendac­ión de Lethem, aceptándol­a como lo que es, quizá «un largo experiment­o sobre la mente de uno mismo». «Entregarte a ella con un espíritu de curiosidad puede ser fascinante. Y sentir fascinació­n por algo […] es querer más», es el consejo. Así que lo mejor es... dejarse llevar.

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El escritor de ciencia ficción Philip K. Dick. Abajo, la portada de ‘Exégesis’.
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CÓRDOBA

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