ENTRE EL AMOR Y LA ENVIDIA. O lo que ocurre cuando el éxito o el poder se interponen en la pareja.
PASA HASTA EN LAS MEJORES FAMILIAS (INCLUSO LAS REALES): CUANDO EL PODER, EL DINERO O EL ÉXITO ESTÁN DESCOMPENSADOS, LA PAREJA SE TAMBALEA. EVITA QUE ESO ACABE CON LA TUYA.
Hoy a la mujer se le da el título de reina, pero su marido no se convierte en rey, por lo que la relación de pareja queda desequilibrada y eso es traumático». Así se quejaba en una entrevista (concedida, por supuesto, a espaldas de la casa real) el príncipe Henrik de Dinamarca, que se pasó los últimos años de su vida muy cabreado. Esa situación, decía, le hacía sentir un inútil, y sus desplantes negándose públicamente a asumir su papel de segundón fueron muy sonados. Otra cosa es la mella que esa envidia hiciera en su matrimonio... Algo parecido le sucedió al duque de Edimburgo, marido de la actual reina de Inglaterra. Si has visto la serie británica The Crown (Netfix), conocerás al dedillo las dificultades que tuvo para someterse a ciertos protocolos que le relegaban a un lugar secundario. Eso le dolió en su masculinidad, porque después de la coronación de Isabel II empezaron sus escarceos y noches golfas por el Soho londinense. Y no es sólo ficción, sino un hecho contado por biógrafos y cronistas. Aquí abajo, de vuelta al planeta Tierra, ni el más común de los mortales está a salvo de la fragilidad de la lucha de poder y de los estragos del choque de egos en una pareja. Tendemos a asociar estos conceptos con el ámbito laboral, la política o las altas esferas en las que se deciden temas trascendentes, pero con más frecuencia de la que pensamos el campo de batalla es el dormitorio, y la guerra, muchas veces silenciosa, se disputa en pijama y zapatillas. La munición que alimenta esta rivalidad son hechos cotidianos, como un sueldo más alto que otro, que los niños se rían más con él (o con ella) o que a uno le haya funcionado mejor la dieta y haya perdido más peso. Capítulos sencillos, aparentemente normales que, sin embargo, avivan los rencores y pueden acabar por asfixiar para siempre el amor.
Competición sí, respeto también
Porque los celos no solamente tienen que ver con las disputas amorosas, también los despiertan los logros profesionales, el reconocimiento, la familia o los amigos, la belleza, el tiempo libre del que se disfruta… y son igual de tóxicos en todos los casos. Cuando los éxitos del otro se convierten en motivo de reproche, ¡cuidado!, signifca que te estás adentrando en terreno pantanoso. Dicho esto, es importante aclarar que, al contrario de lo que pudiera parecer, la competición y la ambición no siempre están reñidas con el amor y pueden suponer un aliciente si se entienden de una manera sana. Como explica Ana Villarrubia, psicóloga y directora del centro de psicología Aprende a Escucharte, «la rivalidad es positiva siempre y cuando nos empuje a crecer, porque permite desplegar habilidades o adquirir destrezas. La competencia puede ser tremendamente inspiradora y motivacional. En cambio, resulta absolutamente negativa cuando se interpone entre nosotros y otras personas de las que podríamos enriquecernos si hubiera colaboración. Esto ocurre cuando ser fel a la rivalidad supone traicionar a otros y destruirnos a nosotros mismos, perdiendo de vista lo que es realmente importante».
En busca de la satisfacción del otro
¿Cómo lograr la ansiada estabilidad? Impulsándose y respaldándose mutuamente. Pero esto no consiste en ganar lo mismo ni conquistar logros
LA RIVALIDAD ES POSITIVA CUANDO AYUDA A DESPLEGAR HABILIDADES Y A CRECER
similares, sino en buscar la satisfacción de los dos, asumiendo que cada uno tendrá poder en áreas diferentes. Michelle y Barack Obama, por ejemplo, fueron alumnos de Harvard con un par de años de diferencia. Y dicen sus profesores que ambos eran ambiciosos y tenían grandes sueños, pero que la que destacaba por su talento era ella. «Los dos eran estupendos, pero Michelle le superaba», asegura Charles Ogletree, su profesor de Derecho Constitucional. Entonces no se conocían. Eso ocurrió años más tarde, en un despacho de abogados de Chicago, donde ella era su jefa. Esta posición de superioridad no impidió que se enamoraran y formaran una familia. Después le tocó destacar a él, que acabó convirtiéndose en el presidente de Estados Unidos, y ella le respaldó como una primera dama con voz y atribuciones propias, eso sí. Puede que la ambición de cada uno haya sacado lo mejor de los dos, pero también, sin duda, ha jugado un papel importante el reconocimiento mutuo e incondicional.
Elemento imprescindible
¿Es entonces la rivalidad un ingrediente básico en el amor? «¡Absolutamente! –afirma la doctora Villarrubia–. La admiración ( junto con la pasión) marca el punto de partida de la relación de pareja, le da sentido, representa el motivo mismo de la decisión de emparejarse con esa persona en concreto y no con otra. Sólo viendo al otro como atrayente, especial, misterioso y digno de toda nuestra atención, nace el interés». Y, sin embargo, el riesgo está en que de
EN UNA PAREJA SANA, AMBOS SE CONSIDERAN Y SE TRATAN DE IGUAL A IGUAL
ahí a los celos personales sólo hay un paso (a veces es tan fácil darlo), y estos sí que son totalmente incompatibles con el amor porque son destructivos y no pueden formar parte de un sentimiento que es constructivo por naturaleza. «La envidia rompe la reciprocidad (base de una pareja saludable en la que ambos se consideran de igual a igual). El que manifiesta este sentimiento se coloca implícitamente como inferior y, para ser compensado en ese rol, necesita boicotear al otro. Sin importar las malas artes que requiera, o los pactos de respeto implícitos que haya que quebrantar», explica Ana Villarrubia. Esto, claro está, no hay pareja que lo aguante, ya que el apoyo, la seguridad, la confianza y el enriquecimiento correspondido quedan completamente sepultados. Y, sorpresa, se da la circunstancia de que, con frecuencia, ese espíritu de equipo es más frágil cuando la balanza se inclina a favor de la mujer.
¿Motivo de separación?
En los foros en los que se debaten las conquistas femeninas no es raro escuchar, en boca de ejecutivas de éxito, un añadido a la célebre coletilla «detrás de un gran hombre hay una gran mujer» que dice que, «detrás de una gran mujer, suele haber un gran divorcio». Y las cifras parecen darles la razón: según un estudio de la institución académica ESADE, siete de cada diez empresarias están separadas. La psicóloga Ana Villarrubia lo tiene claro: «El hombre que ve como un problema que su mujer triunfe deja entrever sus más profundas debilidades psicológicas: baja autoestima, escasa o nula asertividad, narcisismo herido, pobres estrategias de afrontamiento, baja inteligencia emocional, mal manejo del conflicto y un nocivo estilo de atribución de logros». Una bomba de relojería, vamos. Los científicos, sin embargo, no lo pintan tan complicado. En algo tan difícil de medir como el amor, estudiosos de la Universidad de Harvard han concluido que para que una pareja funcione no es necesario que ambos opinen igual o quieran lo mismo, sólo que sean conscientes de los deseos del otro.