CORRE, GABRI, CORRE
Primero fue el ‘jogging’, después las carreras kilométricas para ‘runners’ sin miedo. Ahora, encima, les ponen obstáculos. ¿Qué más nos espera?
Los días se acortan, vuelve el frío y has cambiado los mojitos de fresa por caldo de pollo, algo que confirma que se ha acabado el verano para siempre. Estábamos A. (por cierto, os tengo que presentar a A. en profundidad) y yo en el sofá viendo la teletienda sin oponer resistencia, deleitándonos con las bondades de un cortador de verdura y una barra antirresbalones de la ducha, cuando unos amigos nos llamaron para preguntarnos que si queríamos participar en una carrera con obstáculos: «Son sólo 10 kilómetros. Te los haces con la gorra».
Al momento dijimos que sí, «que tenéis razón, que es una carrerita de nada y que nos pasamos un finde divertido y sanote». Estas palabras escondían el subtexto de: «¡Madre mía, si nosotros en la cinta del gimnasio aguantamos 15 minutos y eso porque en las teles ponen Pasapalabra subtitulado!». Y, además, con obstáculos: a mí, que se me cae un euro detrás del sofá y ya eso me parece insalvable. Estaba claro que teníamos que entrenar.
Me metí en la web y, lo primero, una pregunta a la yugular: «¿Estás realmente fit?». Mal empezamos. Menos mal que tenían unos tutoriales para superar los obstáculos, y no parecían difíciles. Mentira. Me parecieron supercomplicados. A. y yo pensamos en borrarnos, pero ya era tarde: nuestros amigos habían hecho camisetas y, algo peor, un grupo de WhatsApp llamado Gladiadores del barrio. Sólo quedaba entrenar.
El día de la carrera #tevienes arribísima #tecomesaDiosporunapata #power y vas supermoderno con una ropa que te ha costado una pasta y te dispones a llenarla de un barro que jamás se limpiará del todo. ¡A. estaba tan guapa...! (¿Cómo se puede estar pibón en ropa de deporte?) ¡Hasta yo me notaba tremendo! Después supe que es cosa de las endorfinas y que todo eso se pasa en el momento en el que dan la salida.
Nuestros amigos los runners pillaron ritmo al momento y nosotros los pudimos seguir hasta los malditos burpees, donde el árbitro me dijo que no bajaba el culo lo suficiente y que tenía que repetirlos una y otra vez. Me sentía como Beyoncé ensayando mal un videoclip. A A. se le cruzó la prueba de la cuerda: no podía trepar y se quedó girando en la soga como un lémur de Madagascar.
Mientras pasaba por debajo de una alambrada arrastrándome por el barro, pensaba en el señor de la teletienda, que tenía su propio andador para el sofá y que debía de estar a gustísimo con sus zapatillas de andar por casa rellenas de gel. Y en mi madre diciendo: «¡Qué necesidad, hijo!». Pero me lo estaba pasando bien. Y A. estaba muy guapa también con barro, la cabrona.
Llegamos al final, y nos dieron una medalla y un diploma que acreditaba el sufrimiento. Todos sucios y felices nos abrazamos, hasta que el amigo que nos fue a buscar dijo: «Así no os meto en el coche».