ABC - Cultural

SERGE GRUZINSKI

Ante la quiebra de las historias nacionales, es la hora de una historia global. El historiado­r francés Serge Gruzinski, que inauguró en Valladolid el Congreso sobre el viaje de Magallanes y Elcano, defiende la importanci­a de la Monarquía Hispánica en el é

- JESÚS G. CALERO

El eminente investigad­or francés anima a los historiado­res españoles a reivindica­r el pasado de nuestra nación

Serge Gruzinski (Tourcoing, Francia, 1949) es, tal vez, el historiado­r que mejor ha formulado, desde la perspectiv­a global, la aportación española y portuguesa al mundo moderno. Sus obras Las cuatro partes del mundo. Historia de una mundializa­ción y La guerra de las imágenes. De Cristóbal Colón a Blade Runner, ambas editadas por el Fondo de Cultura Económica, ponen en su lugar las fake news de la leyenda negra y permiten comprender el papel esencial de la Monarquía Hispánica en la historia del progreso y la entrada en el mundo moderno. Dictó la lección inaugural del Congreso Internacio­nal dedicado al viaje de Magallanes y Elcano en Valladolid. Sonriente y afable, pone a los españoles frente a la paradoja de un pasado grandioso que no defendemos, encadenado­s como estamos a las falsedades de la leyenda negra. – ¿Cuáles son las causas de que no se haya dado la importanci­a que debía darse a la contribuci­ón de España y Portugal a la historia del progreso? –No quiero hablar contra España, pero hay varias explicacio­nes. Por una parte, durante el franquismo ustedes vivieron una exaltación de la grandeza española y aún asocian la expansión y los descubrimi­entos con el franquismo. En 1975 yo estaba en Sevilla y sé que aquello acabó con la muerte de Franco, pero lo que le sucedió fue un vacío. Decidieron ustedes que era mejor no hablar de todo aquello. Además, hay un grave problema en su país, que es el repliegue sobre de las provin- cias. En vez de ver España como la puerta de América Latina y un país que habla un idioma universal –ese ya no es el caso de mi idioma, el francés–, pasan a considerar que el centro del mundo es Andalucía, Cataluña o el País Vasco… Una fragmentac­ión increíble. Con esa situación ¿cómo pensar el papel de España en el mundo? – Somos únicos destruyend­o lo mejor que tenemos… –Hace 20 años, en un curso en Barcelona, me dijeron: «Tenemos traductore­s, aquí puede hablar en francés». Insistí en hablar en castellano y se indignaban: «¿Por qué?» Y lo mismo me pasó en Valencia. Y les dije: «Es que yo hablo español, pero no de aquí, de México» (risas). Debería ser un orgullo, yo enseño en Nueva York y allí el 35% de la gente habla español. – España se ha convertido en nuestro laberinto. –Pasa igual en Italia, donde la separación entre norte y sur es cada vez mayor. En Bélgica también. Y esto nos lleva a una tercera explicació­n: la resistenci­a a la mundializa­ción desde bases locales, Barcelona, Amberes, Milán o Lombardía. – ¿Hemos superado las fronteras de la nación para nada? –El problema es que los catalanes no se dan cuenta de que el poder ya no está en Madrid. Para mí, francés, como para ellos o ustedes, está en Bruselas. No ayuda nada separarse. – Europa ha modernizad­o España pero no ha ayudado a resolver este conflicto. –Es que para mostrar su adhesión a Europa los españoles asumieron en parte la leyenda ne- gra. Una incapacida­d de decir, «como ibéricos, nuestra contribuci­ón a la historia europea ha sido fundamenta­l: América, la circunnave­gación global…» Creo que vieron que la leyenda negra seguía con fuerza en Europa y no tuvieron la energía para volver a enfrentars­e a la idea del genocidio indígena. – Debo darle la razón. Y ahí sigue, vigente, cada 12 de octubre, incluso entre nuestros políticos, sobre todo de izquierda. Lo curioso es que solo quedan indios en América donde hubo españoles, Norteaméri­ca incluida. Es un hecho, pero no se acepta. Es más fácil culparnos del genocidio. –Totalmente de acuerdo. Vivo en Nueva York. Hay noches en las que vuelvo del teatro y en el metro escucho indígenas que hablan en nauatl, que yo he es-

tudiado y también entiendo. Van a trabajar a esas horas, no solo son mexicanos, pero entre ellos no hablan español, hablan nauatl. Así que es exactament­e como usted dice. Pero es problema de ustedes, no lo va a resolver un francés. – ¿No cree que en esto Europa pueda ayudarnos? –Somos todos adultos. Si ustedes no son capaces de decir: «nosotros somos esto, hicimos eso y eso», si los españoles no luchan por dar a conocer su historia, ni Europa ni nadie va a ayudarles. Europa es una hegemonía franco-germana. Así funcionaba y continúa funcionand­o, aunque a veces funcione mal. Pensar en una igualdad es iluso. Lo lamento mucho. Les pasa igual a Italia y a los demás. Solo el trabajo de ustedes les permitirá ser reconocido­s. No esperen que cambien los euro- peos, es una relación de persuasión, o mejor de fuerza, aunque pacífica. – El conflicto catalán ha despertado al español de su perfil bajo. Las banderas en los balcones, el himno en un concierto pop… Ya no estamos de acuerdo con que se asocie la reivindica­ción de nuestra historia con el dictador. –El pasado es algo que tiene que ser construido. Los historiado­res de su país tienen que ayudar a construir el pasado común, pensarlo. Tienen pobla- ción inmigrante de América y del Magreb y todo eso deben tenerlo en cuenta. – Solo ese detalle anula la gastada retórica del franquismo. –Un profesor de Murcia me decía que tiene en su clase un tercio de cristianos viejos, un tercio de inmigrante­s ecuatorian­os y otro tercio de inmigrante­s magrebíes. El desafío es qué historia podemos enseñarles, cómo les hablamos de la reconquist­a y la caída de Granada, o de la conquista de América. Es una situación que existe ya en todos los países europeos. – Entonces, ¿la respuesta es la historia global? –Debemos repensar la historia de Francia, de España, en función de estos grupos. Si los ecuatorian­os son parte de la historia de tu país, y los musulmanes también durante ocho siglos, veremos la dificultad de pensar una memoria en la que haya lugar para los cristianos viejos y para estos grupos que vienen a trabajar. Es totalmente factible pero requiere mucho trabajo del historiado­r. – ¿Cómo es en Francia? –Soy flamenco, de la frontera norte. Allí tenemos un 70% de musulmanes en las clases. Es imposible hablar de la colonizaci­ón francesa, se enfadarían y destrozarí­an el mobiliario. ¿Cómo construir una memoria francesa y europea en la que pueda entrar esta gente? – Para mí el titular de su conferenci­a fue: «O construimo­s la memoria europea o llegamos al final de nuestra época». –Los mexicanos dirían: «O nos chingamos» (risas). – Efectivame­nte. –Estoy convencido porque lo veo en mi sociedad. Vienen de Asia, del Caribe, de África. Es responsabi­lidad de los historiado­res otro tipo de discurso. – ¿Cuál es la base de esa nueva historia europea para que no acabe siendo una memoria censurada para evitar que los grupos se molesten? –La experienci­a en Francia me dice que debemos partir de la realidad local. No podemos crear de base una memoria nacional válida para todo el territorio. Mi tierra del norte pertenecía a Carlos V y hasta el XVII Lille es una ciudad española. Hoy es francesa, pero hasta la conquista de Luis XIV era española. Debemos asumir la multiplici­dad de estas memorias. Es la dificultad. Somos franceses, pero antes fuimos españoles, y en la época de Carlos V, la de la Vuelta al Mundo, éramos del mismo imperio que México, Nápoles y Valladolid. Debemos reconectar pasados. – ¿La construcci­ón de una historia global nos exige globalizar­nos personalme­nte? –Sí. Y el mejor argumento es la urgencia absoluta. La única opción que nos queda es Europa. Y educar para la movilidad de una generación que tendrá que buscar trabajo en otros paíes. ¡No tenemos posibilida­d de escoger si hacer historia global o no! Imagine que a usted le dicen que debe dejar de cubrir historias de viajes y naufragios y va a informar de China... – Menos mal que los juncos también se hundían (risas). La curiosidad es lo que nos salvará entonces… –Sí, forzosamen­te, frente a la dificultad del empleo, debemos de educar para la movilidad, física, intelectua­l. – ¿Es una manera nueva de entender la ciudadanía? –Nueva o antigua. Para volver al siglo XVI, al mundo ibérico, la movilidad de esta gente es increíble. Los españoles modernos son los del siglo XVI, mucho más que los de hoy. No les daba miedo irse a otra parte del mundo. Los españoles tienen mucha suerte porque la globalizac­ión empezó justamente en la península ibérica. Fue pensada aquí. Tienen un acceso privilegia­do a los inicios.

Españoles modernos eran los del XVI, mucho más que los de hoy. No les daba miedo irse a otra parte del mundo»

Los historiado­res de su país tienen que ayudar a construir el pasado común, pensarlo, incluir a los inmigrante­s»

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FRANCISCO JAVIER DE LAS HERAS
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Fernando de Magallanes
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