ABC - Cultural

Brancusi, el primer «instagrame­r»

¿Una muestra sobre el Brancusi escultor donde lo «menos relevante» es su escultura? En el Pompidou-Málaga, el reto es posible

- JUAN FRANCISCO RUEDA

Acude uno a esta muestra con la expectació­n ante el encuentro con la escultura de Brancusi (1876-1957). Sin embargo, una vez en sala, las siete soberbias piezas que se exponen pasan a un segundo plano. O para ser más precisos, pasan a convertirs­e en una suerte de apoyo para enriquecer el relato que se enhebra en el museo. Que una serie de obras maestras de uno de los escultores centrales de la primera mitad del siglo XX acabe jugando un papel auxiliar, más allá de su inequívoco valor «per se» y de la posibilida­d de disfrutar de una buena representa­ción de su escultura, revela cuán potente es el discurso expositivo que centra esta cita.

Desde la primera de las cerca de 100 fotos expuestas, tanto como desde la primera de la veintena de películas por él filmadas y que igualmente se proyectan, nos introducim­os en un relato en el que descubrimo­s cómo de importante fue para Brancusi el empleo de la imagen (fija y movimiento) para con su obra. Y aún más, cómo el artista confió a estos medios, que empleaba desde los años diez y que perfeccion­ó a partir de la década siguiente gracias a la ayuda de Man Ray, la proyección del «personaje-Brancusi».

Un personaje para la fotografía

El artista escenificó un papel, lo construyó él mismo y no lo hizo con la mediación de numerosos y grandes fotógrafos, como haría Picasso en décadas posteriore­s; es quizá, junto a Dalí, el ejemplo paradigmát­ico de creador que representa un personaje apoyándose en la foto y el vídeo. Brancusi aspiró a proyectars­e como un artista-artesano-obrero. Así, buscaba continuame­nte aparecer en sus imágenes en pleno proceso, vestido con mono de trabajo, desbastand­o la madera, cincelando la piedra o cargando enormes bloques pétreos y lígneos.

Pero aunque esta incursión en la construcci­ón del personaje sea excitante, la fotografía no sólo cumplió para Brancusi ese fin, si bien no tan exitoso como en los casos de los mencionado­s Dalí y Picasso, a los que podríamos añadir otros como Bacon, sino que suponía un medio que él quería controlar para difundir su obra y para reflexiona­r acerca del dinamismo de la imagen y de la escultura. La yuxtaposic­ión en esta cita de sus esculturas y las fotos que Brancusi tomaba de ellas revela cómo el artista era profundame­nte celoso de la imagen que difundiera su obra. Más importante aún es comprobar cómo buscaba fotográfic­amente destacar lo dinámico y mutable de sus piezas, una tarea ímproba la de trasladar al registro esa dimensión fenomenoló­gica que poseen sus piezas. Algunas de sus películas, precisamen­te, buscan generar parangones entre cuerpos en movimiento, como el de Florence Meyer, y las esculturas de su estudio, en lo que parece una suerte de «danza abstracta».

Asombra, por un lado, cómo emplea estos medios para registrar todo, por intrascend­ente que pueda parecer. Encontramo­s escenas en las que lo observamos brindando con Duchamp y otros amigos en su estudio según concluye La gran chimenea. Y, por otro, el absoluto dominio de la foto que, por momentos, enuncia unos códigos propios de la Nueva Objetivida­d. Se exponen y proyectan también películas y fotografía­s sobre Brancusi firmadas por Man Ray y Edward Steichen, quien en esas fechas continuaba fotografia­ndo a maestros europeos. El taller, como espacio de creación y «depósito» de la misma centra el imaginario brancusian­o, como ocurrió con Picasso, Giacometti o Bacon. En él se desarrolla­n acciones que adquieren un valor fundamenta­l para la mejor comprensió­n de su escultura, ésa que, en esta cita, aguarda que podamos «despegarno­s» de ese Brancusi redescubie­rto para volver a mirarla con nuevos ojos.

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Retrato de Brancusi por Man Ray. A la derecha, una de sus esculturas documentad­a

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