«ESTADOS UNIDOS TIENE LOS MISMOS PROBLEMAS QUE EN LA ÉPOCA DE LINCOLN»
Willie LincolnLincoln, hijo del presidentepresidente, falleció a la edad de once años. Su fantasma discurre por la novela ganadora del Man Booker 2017
uando George Saunders terminó de escribir Lincoln en el Bardo experimentó esa sensación que sólo se tiene con los «libros importantes»: ahí puedes dejarlo. Un vértigo creativo comparable a la necesidad de tirarse que siente el que tiene miedo a las alturas al llegar al último piso de la Torre Eiffel. Como si de una sinfonía narrativa se tratara, el estadounidense compuso una novela magistral, que aparentemente aborda la muerte del hijo de Abraham Lincoln, pero que en realidad es un hermoso salmo sobre la pérdida, el luto y el amor. —¿Qué hizo que, siendo un genio del relato, se decidiera a escribir su primera novela? —No quería, pero el material lo demandaba. Con los años he aprendido que tienes que escuchar al libro, y si te dice que tienes que hacer una cosa, la haces. Fue divertido, porque cuando publiqué el último libro dije cuánto me gustaba el relato y que nadie debería escribir novelas. Y, de repente, me vi escribiendo una. Es el deber del artista: admitir que no sabes nada sobre el trabajo que haces. —No sé si le sorprenderá, pero en la novela encuentro ecos de Walt Whitman. —Me gusta lo que piensa (ríe), pero ojalá estuviese a su nivel. Whitman fue una influencia para esta novela. Lo que me encanta de él es que escribió en una época en la que EE.UU. aún no sabía qué país era, y tenía una idea muy hermosa y optimista sobre eso. Al volver a él, me he dado cuenta de que seguimos sin saber qué país somos. Ahora necesitamos voces que nos recuerden que podemos ir en una dirección real-
Cmente buena o realmente mala. Nuestra visión poética de nosotros mismos es lo que hace que nos convirtamos en algo. —Es muy difícil escribir sobre la muerte de un niño sin caer en el sentimentalismo, pero usted lo ha conseguido. —Espero que sí. Una de las cosas que intenté recordar es que, al escribir sobre la muerte, escribes sobre el amor. —Estoy de acuerdo: el amor y la muerte son lo mismo. — Exacto, son lo mismo. Por suerte, no sé nada de fantasmas, pero sé de amor. Al recordar el amor que siento por ciertas personas intenté imaginar cómo Lincoln sufrió la pérdida de su hijo y se enfrentó a ella. —¿Representa Lincoln el rostro de la pena, de la tristeza, para los estadounidenses? —Sí. Se ha convertido en eso, porque incluso antes de la muerte del chico tuvo una racha bastante depresiva. Es interesante, porque los estadounidenses no piensan que sean personas tristes. —Más bien todo lo contrario. —Sí, no nos gusta admitirlo. Tenemos una opinión muy optimista de nosotros mismos. Pero si miramos la violencia de nuestra historia... Los estadounidenses no estamos cómodos con la tristeza, y eso es un problema real. Se puede ver en el Gobierno actual: todo es increíble siempre, nunca se comete un error. Lincoln es lo contrario de eso, luchaba todos los días para hacer lo correcto y seguir viviendo. Es un modelo bonito. —¿Y cómo será recordado Donald Trump? —No lo sé. Hay gente a la que le gusta mucho. Me lo recordó hace poco un amigo: lo interesante es que ha llegado al poder y tiene mucho apoyo. —Por eso se mantiene. —Y ese es el problema. Usa una energía que es muy real en el país, y eso tiene que ver con que todo el dinero ha ido a parar a ese 1% del que habla Bernie San- Lincoln no es el por morir Abraham Lincoln sino el ya muerto por fiebre tifoidea «Willie» Lincoln, hijo de once años; el Bardo es esa sala budista entre la muerte y la siguiente encarnación; Saunders es, desaparecido Foster Wallace, el escritor norteamericano más celebrado con prestigiosos premios sin por eso privarse de ser el número uno en ventas de su país. A veces pasa, cada vez menos. Y lo cierto es que se esperaba la primera novela (luego de admiradísimas colecciones de cuentos) con la expectativa e inquietud de contemplar a un mago experto quien, de golpe, anuncia que se meterá en la jaula de los leones y a ver qué pasa. Y lo que pasó es que Saunders se paró frente al más feroz de los felinos y genérico rey de la selva y realizó su truco más impresionante hasta la fecha. Así, «Lincoln...» es un libro tan extraño como su título y que, superado su inicial desconcierto, provoca la más melancólica de las felicidades. Melancolía por su trama sobre héroe y ultratumba, transcurriendo a lo largo de una sola noche de febrero de 1862, y basada en la muy documentada anécdota real de un desolado presidente Lincoln visitando la tumba de su hijito para allí abrir su ataúd y abrazar su cadáver y hablarle. A su alrededor, orbita una sucesión de 166 voces ordenándose y desordenándose a lo largo de 108 capítulos. Algunas de espíritus a ciegas; otras brotando como citas de libros verdaderos o inventados; todo funcionando a veces casi como haikus y otras como micro-relatos y a veces como postales íntimas (el dolor de un padre se vuelve algo casi palpable para el lector) hasta acabar enhebrando los hilos de la inteligencia de Saunders. Materia volátil a la vez que muy sólida que, aún en su inesperada originalidad, no evita el recuerdo de ecos diversos. A saber: el «Our Town» de T. Wilder o aquellas obras radiofónicas de Dylan Thomas para la BBC, las epifánicas fantasmagorías de E. Lee Masters y Bradbury, el modus-operandi de las biografías orales/corales de J. Stein y George Plimpton, Burroughs decía que un ácido «se define a algo como experimental cuando el experimento salió mal». Por suerte, «Lincoln...» no es un experimento sino la primera y atípica novela de Saunders. Y salió bien, muy bien. Lincoln en el Bardo G. Saunders Seix Barral, 2018 páginas 21 euros ders. Si va a nuestro Medio Oeste, esos pueblos están diezmados y la gente está sufriendo. Pero la gente, equivocadamente, ve algo simpático en él. —En ese sentido, ¿cuál es la mejor forma de continuar: resistirse o mostrar empatía? —Tengo claro que yo no voy a ser un fanático, no voy a ser violento, no voy a odiar. La empatía suprema es tener el control de tu mente y tu corazón para trabajar siempre por el bien. Quizás la gente está un poco mimada, no está acostumbrada a los conflictos reales. —Durante las elecciones de 2016, cubrió mítines de Trump para «The New Yorker » . ¿Cómo fue la experiencia? — Comprobé que el país está afrontando ahora los mismos problemas que entonces. Nunca se resolvieron. Desde que