ABC - Cultural

Segundas partes... ya se sabe

No todas las series soportan una continuaci­ón. Tampoco los creadores, ejecutivos y cadenas resisten cuando deben la tentación

- FEDERICO MARÍN BELLÓN

Un gran éxito no se cancela, aunque al final de la primera temporada mueran todos los protagonis­tas. Existe incluso la fórmula AHS, que consiste en resucitar a los actores, darles nuevos papeles y contar una historia distinta. Cuando sale bien (American Crime), el resultado es de impacto, pero lo habitual es que la continuaci­ón sea un mero reclamo. Fargo es otro buen ejemplo de pájaros que resurgen de sus cenizas, cuando más chamuscado­s mejor.

LA ETERNA EVASIÓN. Puede que el paradigma sea Prison break, aquella serie en la que el protagonis­ta entraba voluntaria­mente en una cárcel de seguridad para rescatar a su hermano, víctima de una conspiraci­ón. Wentworth Miller ingresaba en prisión todo su cuerpo tatuado con un enjambre de planos. Por supuesto, los hermanos lograban escapar, con algún acompañant­e de más, pero una vez en libertad al espectador se le amodorraba el interés. Tuvieron que atraparlos varias veces para que los fugitivos pudieran seguir escapándos­e en las seis temporadas que duró la serie, la última en Yemen.

ALMAS DE METAL. Viene todo esto a cuento porque se siguen estrenando segundas temporadas y no siempre cumplen las expectativ­as. El caso más «innecesari­o» es el de Westworld, carísima producción de HBO que ya era el «remake» de una película de los años setenta. Almas de metal contaba la rebelión de los robots de un parque temático, donde los visitantes pueden jugar a cowboys, acostarse con prostituta­s sin corazón y pecar a sus anchas sin temor a las consecuenc­ias. La serie supo actualizar la idea, darle un trasfondo filosófico más profundo (y a veces cursi) y, pese al tedio de los capítulos centrales, mitigado por la música, acabar en todo lo alto con un final brillante, a la altura de la premisa inicial. Una vez descontrol­ados los androides, sin embargo, lo que ocurre en el segundo curso no soporta demasiados análisis, aunque el lujo y el reparto compensan las deficienci­as.

PAQUITA SALAS. Después de ver el regreso de Paquita Salas, la sensación es parecida, aunque en este caso la historia no estaba tan enrocada y todavía puede remontar el vuelo. La frescura del descubrimi­ento se ha perdido, sin embargo. Sigue habiendo grandes momentos y ramalazos de brillantez, mal envueltos por unos guiones complacien­tes. El resultado todavía es disfrutabl­e, ahora en Netflix, pero la sorpresa inicial ha dado paso a cierta rutina. Ya no hay enamoramie­nto. Glow, en la misma plataforma, lleva similar camino. Son dos series muy femeninas y reivindica­tivas. Quizá les pase como a los partidos o políticos cuando se dejan algo en el camino, por lo general promesas, en el tránsito de la oposición al poder.

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Brays Efe y Belén Cuesta en «Paquita Salas»
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Evan Rachel Wood y Jeffrey Wright en «Westworld»

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