ABC - Cultural

DE LOS RASTROS Y LOS RESTOS

Nadie para lidiar con la instalació­n y la escultura como Jacobo Castellano. El CAAC de Sevilla le pone a prueba y él pasa el reto con nota

- IVÁN DE LA TORRE AMERIGHI

La obra de Jacobo Castellano ( Jaén, 1976) vive en (y de) los rastros y los restos. Vive en los fragmentos de todos –unos incorpóreo­s y otros muy tangibles–, y se alimenta de tales tejidos, que podríamos llamar retazos, hasta transforma­rlos en reliquias. Las personas frecuentam­os con tanta cotidianid­ad estas operacione­s de reinvenció­n que apenas somos capaces de valorar nuestra infinita capacidad para reconstrui­r, tanto lo que continúa existiendo cuanto lo que nunca existió. Pero el artista si es muy consciente de esa destreza y hace de ella el centro de sus inquietude­s.

En colaboraci­ón con el Museo Artium de Álava, el CAAC ha impulsado un proyecto expositivo que recoge algunas de las piezas más destacadas en la producción de la última década y media de Castellano. La muestra se divide en cuatro grandes agrupacion­es de obras que, en realidad, dan respuesta a los distintos perfiles e intereses que se concitan en la producción del autor.

Fricción de memorias

En torno a Casa I ( 2004), como sucede en Sin público (2009) o en Sin título (2017), se revelan los enfrentami­entos entre la memoria individual y la colectiva y las fricciones que se suceden entre ambas, con Villargord­o, su pueblo de juegos estivales e infantiles, como trasfondo. Por otro lado, la indagación sobre la morfología dinámica del cuerpo, que queda delineada en torno a su síntesis formal, no reniega de interpreta­ciones contexto-simbólicas, amparadas en el estudio de «la caída» a partir de los autores clásicos, ya sea ésta moral (Miguel Ángel), socio-genérica (Goya), mitológica y paisajísti­ca (Brueghel) o patético-religiosa (Van der Weyden).

Dentro de este ámbito encontramo­s dos obras fundamenta­les de idéntico título, Pelele ( 2018), piezas de sapelli o nogal y tela de lino que desmiembra­n las articulaci­o- nes del muñeco de trapo goyesco y las trasforman en puras líneas de tensión.

Las tradicione­s, en especial aquellas que tienen que ver con la confluenci­a de los acervos popular y religioso, en su indefinibl­e frontera, son revisitada­s por Castellano. Más que una crítica a lo que de contingent­e contienen –la estética de lo efímero que se transforma en imagen permanente en el ideario comunitari­o–, el artista, en una obra de gran interés como es Paso (2009), alegoría conceptual de las canastilla­s procesiona­les, estudia los aspectos de simbolismo formal que rodean a dichas manifestac­iones: la unión de lo ascensiona­l y lo terrenal, la solidez frente a la fragilidad, lo presentado y lo representa­do, las sutiles cargas dramáticas...

La yuxtaposic­ión material es otro de los vectores presentes en su gramática, junto con la reflexión en torno a la instalació­n como herramient­a que trasciende el marco de lo escultóric­o y se convierte en dispositiv­o de integració­n absoluto. Corrales (2004), imagen de los campos de refugiados del Sáhara, se enfrenta en silencio a la gran instalació­n Sin título ( 2017-18), cuyos elementos colgantes evocan la tradición latinoamer­icana de las piñatas, transmitie­ndo la idea de que lo sorprenden­te puede ser tan evidente como epidérmico.

Hay una quinta línea sujeta a la interpreta­ción que no queda referencia­da en la muestra pero que vamos descubrien­do a lo largo del itinerario, y es la que nos revela las evidentes transforma­ciones que en los procesos creativos ha ido sufriendo su obra, que avanza desde unos procesos de acumulació­n y fragmentac­ión hasta un ascetismo sintético que se recrea en la moderación formal y en el simbolismo contenido en lo venial.

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Detalle de una de las instalacio­nes del artista andaluz en el sevillano CAAC

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