THIRLWELL EL REVOLUCIONARIO
Adam Thirlwell es no solo el heredero legítimo del gran Martin Amis sino además el mejor escritor inglés de su generación
En ‘Desde dentro’, la novela meta-memoriosatotal de Martin Amis (que también fue su último libro), ocupa un sitio importante y reverencial la despedida a uno de sus dos maestros (el otro fue Nabokov) y amigo y casi padre no adoptivo sino adoptado por Saul Bellow. Igual sensación de orfandad habrán sentido muchos tras la muerte del autor de ‘Campos de Londres’ o ‘La información’ o ‘La zona de interés’. Algo de consuelo para todos ellos: A. Thirlwell es no sólo su heredero a la altura del testador sino, también, el mejor escritor inglés de su propia generación. Thirlwell, como gran estilista que sorprendió con su debut en ‘Política’, continuó maravillando con novelas como ‘Estridente y dulce’ (donde parecía invitar a la misma orgía a Proust y a J. P. Donleavy); sin que esto le impidiese privarse de la experimentación reflexiva y traductora en ensayos formidables como ‘La novela múltiple’ o de los arrebatos tipográficos de ‘Kapow!’ o de orquestar proyectos colectivos y políglotas como ‘Múltiples’.
Andanzas
Ahora, todos y todo lo anterior confluyen en ‘El futuro futuro’: su primera novela en ocho años, transcurriendo en los preliminares de la Revolución Francesa y siguiendo las andanzas de la libertina Celine. Suerte de tan empoderada como decadente parisina ‘it girl’ parisina atormentada por maledicentes panfletos de machos despechados mientras se desliza por camas y salones de una depravada aristocracia lista para la guillotina. Y, sí, atención: esos panfletos que condenan a Celine se parecen demasiado –en su toxicidad y contagio y velocidad– a los tuits de aquí y ahora. Y el año 1775 parece limitar directamente con el 2024 casi en pirueta ‘vonnegutiana’ o arabesco ‘rushdieano’ con destellos del ‘Orlando’ de Virginia Woolf o la versión fílmica de la recién resucitada ‘Pobres criaturas’ de
Alasdair Gray/Yórgos Lánthimos. Y lo que en principio parecía proponerse como novela histórica o comedia de (malas) costumbres enseguida se enrarece ‘thirlwellianamente’. Y, de pronto, palabras fuera de tiempo y de lugar (a destacar fascista), servicios de comida para llevar a través de sinuosas autopistas, excursiones al Nuevo Mundo (donde George Washington atormenta a los nativos), viajes a la Luna, encuentro con extraterrestre (de nombre Harper), enfrentamientos cara a cara y cuerpo a cuerpo con Napoleón y encuentros histéricos con históricos como Pierre Augustin Caron de Beaumarchais, Marie Antoinette y Toussaint Louverture, hasta que, la al principio adolescente, Celine alcanza el clímax cuasi utópico de su madurez.
Pero –atención una vez más– lo que aquí más importa y acaba imponiéndose sin ninguna dificultad y con admirable elegancia es el estilo de Thirlwell: su muy particular idioma dentro del idioma inglés, su indisimulable vocación por divertirse escribiendo para que uno se maraville leyendo. No hay muchos narradores de su edad así, no quedan demasiados así mayores que él. Por lo tanto, por favor, protegerlo. Y, sí, de acuerdo, Thirlwell ha sido prestigiosamente reconocido. Se celebre como corresponde su más que revolucionario presente.
LO QUE AQUÍ IMPORTA ES SU PARTICULAR IDIOMA DENTRO DEL INGLÉS SU VOCACIÓN POR DIVERTIRSE