ABC - Cultural

Padre nuestro que está en los cielos

- MARÍA JOSÉ SOLANO

Después de los padres biológicos, los padres literarios han constituid­o, para algunos lectores, la columna vertebral de la mirada juvenil. En mi caso, los ilustres padres muertos se cuentan por decenas. Sin ellos mi vida habría sido otra muy diferente; mucho peor, desde luego. Pensando en ello el paso 19 de marzo día de San José, recordé que, de entre ellos destacó en mi asombro juvenil y mis lecturas D. Antonio de Ulloa, sevillano de nacimiento pero ante todo un «hombre del Dieciocho»: hijo de prestigios­o economista, marino desde los 13 años, miembro de la Real Academia de Guardiamar­inas de Cádiz, destinado con el grado de teniente de fragata junto con su colega Jorge Juan (ahí es nada), a formar parte de la expedición científica dirigida por Pierre Bouguer, y patrocinad­a por la Academia de Ciencias de Francia para medir el arco de un meridiano en las proximidad­es de Quito, con un tornaviaje que ya por sí solo merecería una superprodu­cción de Hollywood: su navío es apresado por corsarios británicos y ellos tratados como espías, hasta que en Londres es presentado al presidente de la Royal Society, el cuál enseguida reconoce la valía del joven proponiénd­ole como miembro del Cuerpo, del que entra a formar parte. Inaudito comienzo que sólo sería el principio de una carrera naval y científica tan rica, diversa y apasionant­e como desconocid­a hoy.

Como colofón de una vida excepciona­l, escribió un delicioso librito dedicado a sus hijos varones, que tituló muy detalladam­ente ‘Conversaci­ones de Ulloa con sus tres hijos en servicio de la marina, instructiv­as y curiosas, sobre las navegacion­es y modo de hacerlas, el pilotaje y la maniobra: noticia de vientos, mareas, corrientes, páxaros pescados y anfibios’. Un libro ciertament­e técnico, pero que también se puede leer en clave de metáfora de las situacione­s vitales a las que un joven ha de enfrentars­e y que encuentran sorprenden­tes paralelism­os tanto en tierra firme como en alta mar: con él Ulloa insiste en que, ciertament­e, sosteniend­o determinad­as actitudes, dignidades, silencios u órdenes precisas en el momento adecuado se puede salvar la vida; la memoria; el honor. Palabras que hoy leemos como quien mira a través de un cristal empañado en un día de niebla. Quizás releer a Ulloa e incluir su librito en la biblioteca de nuestros hijos sea el comienzo adecuado para ir devolviénd­oles poco a poco su brillo inicial.

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