ABC - Cultural

García Márquez, resucitado

- LAURA REVUELTA

García Márquez ha resucitado por obra y gracia de una novela póstuma con la que nos ha alegrado la actualidad literaria en las últimas semanas. ‘En agosto nos vemos’ se titula. Ciento cuarenta y dos páginas la componen. Hay quien la define como un logrado cuento y escatiman palabras mayores bien por sus dimensione­s reales (ese centón de cuartillas con letra grande y expandida), bien por sus virtudes narrativas, no del todo a la altura del Premio Nobel. La semana pasada en este mismo suplemento Álvaro Enrigue acotaba los límites a las mil maravillas: «Es el registro de una mente superdotad­a para la escritura literaria en un momento que ya no podía trabajar».

García Marquez ya no podía trabajar pero seguía fabulando, y después de muerto también porque sus hijos le han puesto a ‘trabajar’. En el prólogo de ‘En agosto nos vemos’, Rodrigo y Gonzalo García Barcha (sus vástagos) alegan que no están seguros de que a su padre le hiciera mucha gracia la publicació­n de estas cuartillas porque él era consciente de que no estaba en plenitud de facultades (ni vitales ni literarias, se las arrebató la demencia), pero, obvio, ¿cómo hurtarle a sus tantísimos lectores esta obra final? Digamos que esa es su coartada que a mi me suena a excusa para aliviar los males de la conciencia. Pero, claro, lo que yo piense a ellos les dará lo mismo. Soy un granito de arena en una gigantesca montaña.

García Márquez nunca dejó de fabular, porque hasta sus desvaríos sonaban a música celestial. Doy fe de ello. En Cartagena de Indias tenía su casa y en Cartagena de Indias en 2007 se celebró el IV Congreso de la Lengua aprovechan­do que el autor cumplía ochenta años y su célebre ‘Cien años de soledad’, cuarenta. Para las celebracio­nes, llegó hasta las costas del Caribe colombiano su amigo Bill Clinton. García Márquez dio sobre el escenario un discurso en el que se trenzaban los vericuetos de la verdad y de la imaginació­n. Un delirante ejercicio de realismo mágico entre cuyas puntadas se distinguía­n los hilos de esa demencia que le acompañó en sus últimos años. No voy decir que no disfrutara con este relato, pero también sentí una inmensa pena. En las calles le esperaban cientos de lectores, de fans.

No voy decir que no disfrutara con su relato pero también sentí una gran pena

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