La difícil sencillez
Quisiera volver un poco a la cuestión del estilo –el literario–, de la que he hablado con anterioridad y que era un asunto importante en las clases de lengua y literatura que recibí en mi época escolar. No sé si ahora se incide en esto del estilo, pero entonces era una cuestión de peso. Los ejercicios de redacción eran frecuentes y mis profesoras –monjas todas ellas– hacían mucho hincapié en la corrección. No nos alentaban al cultivo de la originalidad, pero en el momento de valorar los ejercicios, a nadie se le escapaba que la originalidad obtenía muchos puntos. Las monjas pregonaban la corrección, pero luego premiaban la originalidad. Todo dentro de unos límites, por descontado. Nada de incontinencias.
Lo que se podía intuir era que buena parte del valor de aquellos ejercicios de redacción residía en el sello personal que las alumnas fuéramos capaces de poner. No escuché nunca una recomendación que lo expresara con claridad, pero siempre entendí que escribir era un asunto muy personal. No se trataba únicamente de aplicar correctamente las reglas de la gramática y de la ortografía, sino de algo mucho más interesante: de mostrarte a través de ellas, de decir algo propio y, en consecuencia, importante.
Leyendo un relato de una escritora rusa, Tatiana Tolstoi, de la que sé muy poco – que nació en Leningrado en 1951 y que, como el apellido sugiere, está emparentada con León Tolstoi–, me hice una nueva reflexión sobre el estilo. Hay escritores en cuyo estilo se dan muy interesantes variaciones. El texto va atravesando paisajes distintos. Las frases nos conducen por ellos, adaptándose a las condiciones climáticas y topográficas, a las horas del día, a la personalidad de los personajes que salen a nuestro encuentro.
En el caso de Tatiana Tolstoi, cuya prosa puede alcanzar una gran frondosidad y exuberancia, se produce de pronto una sencillez casi mística, estremecedora: «En el norte hace frío, el sur es cálido, las mañanas de mayo son preferibles a las nieblas de noviembre. El sol, los lirios del valle, los rizos dorados, son un bien; los torbellinos, los sapos, la calvicie, un mal. Pero lo mejor del mundo son las rosas».
El relato se titula ‘ La más querida’. ( El volumen al que pertenece, ‘Sonámbulo en la niebla’) El parrafo citado se refiere a ella, «la más querida», a sus querencias, valores o sueños. A la extraordinaria sencillez que la caracteriza.
Hay escritores en cuyo estilo se dan muy interesantes variaciones El texto va atravesando paisajes distintos Las frases nos conducen