ABC - Cultural

«En este mundo de ‘influencer­s’, ¿qué sentido tiene ser un donnadie?»

Se consagró como autora de referencia con Mi año de descanso y relajación Ahora publica en España McGlue la que fue su primera novela y repasa en esta conversaci­ón su obra y obsesiones

- BRUNO PARDO PORTO

Ottessa Moshfegh (Boston, 1981) entra en una habitación de la última planta de un buen hotel del centro de Madrid: es delgada, pero digamos que tiene más sombra que carne. Viste una chaqueta vaquera, debajo el negro. Un lunar enfatiza el rostro en su parte derecha, y uno más pequeño lo equilibra en la izquierda. Su padre es iraní; su madre, croata: ambos músicos que decidieron hablarle en inglés. Su hermano pequeño murió de sobredosis. Su mentora se suicidó. Todo eso se intuye en su mirada severa, en la gravedad de su presencia, en sus silencios. No lo ha contado en sus libros.

Moshfegh saluda, posa para las fotos, se sienta, escucha y empieza a encadenar historias. Está muy despierta después del ‘ jet lag’.

¿Con cuál empezar? Siempre por el principio. Por un principio.

« Recuerdo que estaba en la universida­d a punto de graduarme cuando sucedió el 11-S. No estaba pasando por un buen momento, mentalment­e no estaba bien. Me habían diagnostic­ado erróneamen­te de muchísimas cosas; ahora creo que básicament­e todo se reducía a que estaba profundame­nte deprimida… El 11-S me desperté, encendí la radio, me metí en la ducha y estaba a punto de vestirme para ir a clase cuando escuché la noticia. El presidente acababa de declarar que era el ataque más grande contra el suelo americano desde Pearl Harbor. Y yo estaba como: ¿qué demonios ha pasado? No acababa de entender. Total, que bajo las escaleras, voy por el portal y lo veo en las noticias: dos aviones se acaban de estrellar contra las Torres Gemelas. Y yo: ¡ Mierda! Pero, ¿por accidente? Era algo que no podía pasar. No era plausible.

» Mi prima trabajaba en el World Trade Center y la única vez que había ido allí fue para visitarla. Me dio mucha impresión porque no es que me gusten mucho las alturas. Sentía cosas que segurament­e estaban motivadas por la ansiedad. De cierta manera sentía que las torres se movían. Recuerdo coger el ascensor para bajar, como desde el piso cien, y pensar: los seres humanos no deberían estar tan alto [sonríe, pero no ríe].

»No podías llamar a nadie. Todos los móviles y todos los teléfonos estaban totalmente colapsados. No pude llamar a mi prima. No pude llamar a casa, a mi familia. Y estaba tan en shock que decidí ir a clase. Nadie más había ido a clase, claro, y al final escuché por megafonía que iban a cerrar el centro. Era todo muy raro... Entonces hice una promesa conmigo misma. Estaba fatal, pero me dije: si mi prima está bien, me voy a sacar a mí misma de esta depresión; y si no está bien, me mato, me suicido, me quito de en medio de una vez porque no hay nada bueno en esta vida. [ Deja un silencio] Vale, ella se quedó dormida esa mañana. ¡ Se quedó dormida! Y ese fue el principio de la esperanza. De repente tenía esperanza en que mi vida podía tener sentido. Sé que había muchísima gente en Nueva York en el 11-S. Todo el mundo tiene una historia que contar. Esta es la mía » .

Moshfegh ha publicado cinco novelas, cinco éxitos: ‘ McGlue’, ‘ Mi nombre era Eileen’, ‘ Mi año de descanso y relajación’, ‘La muerte en sus manos’ y ‘Lapvona’, todas editadas en España por Alfaguara. La primera es la historia de un marinero borracho y demente que mata en un estado de semiincons­ciencia a su mejor amigo, al que ama; la segunda es de una mujer asqueada por su propia sexualidad que cuida a su padre alcohólico; la tercera, de una aspirante a galerista de arte que decide contratar a la peor psiquiatra de Manhattan para conseguir la mayor cantidad de somníferos posible y así dormir durante un año; la cuarta, de una viuda que vive con su perro en el campo y encuentra una nota que anuncia un asesinato; la

quinta, de un niño cojo y deforme y con la percepción de la realidad alterada que pasa de vivir en una aldea medieval a codearse con la corte. Sus cuentos, reunidos en ‘ Nostalgia de otro mundo’ ( también en Alfaguara), vibran en la misma frecuencia: una profesora cocainóman­a y divorciada que enseña álgebra en un instituto católico ucraniano; un hombre chino sin suerte ni belleza que se gasta el dinero en prostituta­s y videojuego­s; un joven con acné y bulimia que solo tiene a su tío, un hombre entregado a su sofá y su televisión.

En 2015, en una entrevista concedida a ‘ Vice’, el medio donde publicó sus primeros textos, le dijo a Rita Bullwinkel: «La atracción que la gente tiene por mi obra es similar a la que algunos tienen por los cronuts ( esos donuts de diez dólares) o cualquier comida de moda que se encuentre entre lo vulgar y lo intelectua­l. Comer cronuts nos hace sentir como si estuviéram­os en un barrio pobre sin tener que comer como si fuéramos pobres. (...) Mi escritura permite a la gente rozarse con su propia depravació­n, pero al mismo tiempo es muy refinada: su profundida­d se esconde detrás de su sofisticac­ión. Es como ver a Kate Moss cagar. A la gente le encanta ese tipo de cosas » .

En ‘ Mi nombre era Eileen’, Moshfegh se recrea en la escatologí­a. La protagonis­ta describe los efectos de los laxantes que toma o se despierta en un coche al lado de su propio vómito congelado. Los despertare­s de ‘Mi año de descanso y relajación’ no son más glamurosos. Las dos viven rodeadas de mugre. Hay algo en ahí de la estetizaci­ón de la miseria de Bukowski: suciedad con prosa fina. También es difícil leer ‘McGlue’ y no pensar en Ginsberg: « He visto a las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura, famélicas, histéricas, desnudas » . Solo que él no es la mejor mente de su generación, sino un pobre hombre desgraciad­o.

—Todos sus personajes son adictos. No será casualidad. — Los adictos son muy buenos manipuland­o a las personas, eso es muy interesant­e. Aunque el sentido de la adicción en mis historias es otro. Mis personajes no son dioses, viven con limitacion­es, les cuesta cambiar. Nos pasa a todos, en realidad: nos gusta la comodidad, el estado natural de las cosas, aunque digamos lo contrario. Necesitamo­s mucha energía para movernos de sitio, para cambiar de estado mental. Así que lo que tiene que suceder en la historia tiene que ser lo suficiente­mente poderoso para que el personaje quiera hacerlo… El paradigma de la adicción es muy útil para describir esa resistenci­a al cambio. Es más interesant­e que solo decir: no, no quiero ir al cine esta noche. Es peor: no, no puedo crecer.

En un momento de la conversaci­ón, Moshfegh aprieta la literatura entre el pulgar y el corazón y la deja ahí hasta que chasca los dedos y dice: ‘flashy’. Sí, así era el inglés de los periódicos de mediados del siglo XIX que leía por diversión («soy una rarita, siempre lo he sido » ): un idioma más publicitar­io que periodísti­co, el ‘clickbait’ antes de internet. «Era fácil imaginarse al niño vendiéndol­os a gritos en la calle: ¡tengo las mejores noticias! » , ríe ella.

En uno de esos diarios encontró una nota brevísima de apenas unas líneas que condensaba una biografía rota: un tal McGlue, un marinero que perdió sus cabales tras ser operado de urgencia por un traumatism­o en la cabeza después de haber saltado en un tren en marcha ha sido declarado no culpable por locura después de haber matado a su amigo, el señor Johnson, en Zanzíbar. « Lo vi y dije:

McGlue, allí donde estés, ten claro que voy a escribir tu historia » .

— La acción transcurre en 1851, el año de publicació­n de ‘ Moby Dick’.

—Siendo honesta, nunca he leído ‘Moby Dick’. He evitado leer los clásicos estadounid­enses en cierto modo para intentar mantener una pureza en cuanto a mis propias creencias y mi propio estilo. Pero 1851 fue un momento importante, poco antes de la guerra... Además, es una buena coincidenc­ia.

—¿No le gustan los clásicos? —A ver, ¿qué es un clásico? A lo mejor esta que habla soy yo siendo una adolescent­e rebelde todavía, pero no confío en las personas que me dicen: estos son los libros importan

Me interesa la adicción en la literatura porque es muy útil para explicar la resistenci­a al cambio de las personas El S me dije Si mi prima está bien saldré de la depresión Si no me suicido Se salvó porque se quedó dormida

tes, los que tienes que leer. Prefiero que un amigo me recomiende un libro porque le ha inspirado. Desde pequeña he pasado mucho tiempo en biblioteca­s leyendo lo que caía en mis manos por instinto, sin importarme quién los había escrito. Y esa es un poco la forma en la que lo sigo haciendo, aunque ahora tengo una carrera como escritora, estoy en el ‘ establishm­ent’, por así decirlo. Tal vez sería mejor escritora si hubiese leído más a Kafka, a Dostoyevsk­y y a otros clásicos. Pero esta soy yo. Así que, ¿qué más da?

Luego, mientras recuerda la gestación de ‘Mi año de descanso y relajación’, citará como referentes a Anaïs Nin, Silvia Plath, Charlotte Perkins Gilman,

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TANIA SIEIRA Ottessa Moshfegh, retratada en Madrid

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