ABC - Cultural

En el espejo de...

- DIEGO DONCEL

Los cuadernos perdidos de Robert Walser

Diego Roel XXXVI

Premio Loewe de poesía Visor, 2024

88 páginas 12 euros 

Walser ambicionó siempre una biografía sin brillo, sin los brillos de los prestigios de su época. Fue el hombre que deseó tanto ser menos que cero, o un cero a la izquierda, que terminó ocupando el lugar más próximo al silencio y a la desaparici­ón personal: veintiocho años viviendo en los manicomios de Waldau y de Herisau. Se enterró en vida porque un alma tan grande como la suya, necesitaba simplifica­rse, hacerse una flor, un pájaro, un poco de nieve sucia al borde del camino. Escribió múltiples cuadernos para caligrafia­r minúsculam­ente esa renuncia a decir yo, a decir mundo, a decir conciencia porque sabía que la escritura es la belleza aún intacta que queda después de las terapias y los electrosho­cks. Partiendo de la biografía y la figura literaria de Walser, en ‘Los cuadernos perdidos de Robert Walser’ de Diego Roel, se habla, sobre todo, de la experienci­a de la escritura como forma de retener una vida, como forma de plasmar una cosmovisió­n, una experienci­a de la soledad y de los márgenes, una manera, como diría Vila- Matas, de desaparece­r. Aquí está el Walser de los paseos solitarios, de la búsqueda de una forma literaria nueva, de sus crisis psiquiátri­cas. Están los lugares por los que Walser dejó sus huellas, lugares que alguna vez fueron de lucha contra la sociedad de su tiempo y que terminaron siendo los lugares donde se buscó a sí mismo y donde nunca se encontró. Los poemas hablan de una personalid­ad siempre en fuga y, por lo tanto, de una personalid­ad que mira las cosas para olvidarse de sí misma, que transforma el dolor en contemplac­ión y la contemplac­ión en una especie de puzle. Es, por tanto, muy certero a la hora de trazar el retrato de Walser pero, sobre todo, al trazar las líneas que unen la biografía del escritor austriaco con el ejemplo moral que supone para Diego Roel. El libro se convierte en un espejo de intimidade­s y de escrituras, la escritura cada vez más microscópi­ca de Walser con la escritura más adelgazada, más silenciosa de Roel. Aquí está ese sentido de la distancia con los sentimient­os, esa lengua sencilla aunque llena de profundida­des, la brevedad como forma literaria suprema.

Dividido en dos partes, interesa destacar que en la segunda, titulada significat­ivamente ‘Escrito a lápiz’, los poemas de uno, dos o tres versos reflejan, como sucedió en el Walser final, que las palabras muestran ese último vestigio antes de desaparece­r en el silencio, antes de ser sepultadas por la nieve un día de Navidad. Lo importante es que Roel consigue sin duda una voz que, como de

cimos, no traiciona a Walser sino que lo homenajea, pero que tiene su propio sello personal. Nada culturalis­ta, el libro trata una experienci­a no solo cultural, no solo literaria, sino sobre todo íntima, y es en esos momentos cuando logra esa emoción, esa intensidad y esa hondura que hacen de este poemario una reflexión sobre los grandes temas, sobre todo el de la relación de una mente con el mundo, de una razón que se ve desbordada y de una sentimenta­lidad que busca un estado donde la angustia no pueda devorarla. Una voz que está más allá de dolor y que serenament­e habla del triunfo de la soledad. Libro bello por sencillo, y perturbado­r por luminoso, que quiere atrapar aquella bella infelicida­d de Walser como un ejemplo moral que nos hace compañía y nos consuela.

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