ABC - Cultural

MACARENA GUAPA GUAPA MACARENA

- POR KARINA SAINZ BORGO

Un hombre con capirote púrpura y zapatillas de deporte cruza la avenida Miraflores en patinete. Dos manzanas más abajo, otro nazareno atraviesa la calle sin mirar a los lados. Lleva prisa y los pies descalzos. Más allá, junto al quiosco de cervezas, dos costaleros se enderezan las fajas y un trompetist­a se abrocha los botones lustrosos de su chaqueta.

—¡Ole, ole, ole por los pasos de Sevilla! –grita una mujer con los ojos maquillado­s y las manos de dedos amorcillad­os cubiertos de sortijas. —¡Mamá! ¡No des voces!

Su hija la riñe, varias veces, pero a ella no le importa, vuelve a gritar mientras mueve sus manazas y bebe un largo trago de cerveza.

—¡Ole, ole, ole por los pasos de Sevilla!

Desde los balcones, un par de niños vestidos de traje y corbata escupen hacia abajo. En la acera de enfrente, chicos cubiertos de piercings y cadenas de oro se agolpan sobre las persianas cerradas de los comercios. Visten pantalones de deporte, sudaderas blancas y una ligera capa de gomina recubre su cabello peinado con puntas. Custodian con igual celo su moto y a la descotada chica –también llena de argollas y anillos– sentada sobre la almohadill­a de un ‘scooter’ que serviría para repartir pedidos a domicilio. Todo está listo para la Madrugá.

La Macarena será la primera imagen en salir por las calles de Sevilla, aunque aún faltan quince minutos. En ese momento será tarde dos veces: a las doce, cuando termine el día, y a las doce y un minuto, cuando empiece La Madrugá. Seis cofradías, doce pasos y más de 14.000 nazarenos y cerca de un centenar de niñas vestidas de primera comunión que gritan, poseídas, loas a la Virgen. Si hasta da miedo acercarles la mano, no vayan a arrancarle de un mordisco el dedo a un cofrade

—¡Macareenaa­aaaaaaaaaa­a! ¡ Guapa, Macarena! ¡Guapa, Macarena! ¡Guapa, guapa!

El fervor de Pascua se apodera de ellas como el diablo de Regan MacNeil, aquella niña de vómitos verdes a la que el padre Karras no pudo sacarle el diablo del cuerpo y que le valió un Globo de Oro a Linda Blair y, a media humanidad, varias noches de espanto.

—¡Guapa, Macarena! ¡Guapa, Macarena! ¡Guapa, guapa!

Lo dirán más veces de aquí a que acabe su paso.

—¡Guapa, Macarena! ¡Guapa, Macarena! ¡Guapa, guapa!

Los nazarenos avanzan con el mismo paso de balancín de la imagen que veneran, mientras las chiquillas giran su cabeza 360 grados y una marcha de Pablo Ojeda les retumba en el cerebro como un bajo en un tutorial del reguetón.

—¡Guapa, Macarena! ¡Guapa, Macarena! ¡Guapa, guapa!

Si hasta parece que se van a morder unas a otras…

—¡Guapa, Macarena! ¡Guapa, Macarena! ¡Guapa, guapa!

O que llevan la ostia de la primera comunión escondida en la riñonera.

—¡Guapa, Macarena! ¡Guapa, Macarena! ¡Guapa, guapa!

Así pasarán toda la noche, enchufadas a una euforia que las hace parecer epiléptica­s.

—¡Guapa, Macarena! ¡Guapa, Macarena! ¡Guapa, guapa!

Amanece como si nadie les hubiese tocado la fe. La luz saca a relucir cosas que la noche esconde. Huele a sudor, incienso y vela consumida. Huele a cerveza, a pipas y a cualquier sobada o escupida. Bajo los capirotes, ojos rojos y ojeras repujadas. —¡Alesia! ¡Alesia, hija! Que la saeta la está cantando Perejil, ¡Perejil! ¡Ven aquí!

Una niña embutida en un vestido de tejido de abeja cruza la avenida con los bolsillos llenos de estampitas que arranca a los nazarenos de cada cofradía.

—¡Guapa, Macarena! ¡Guapa, Macarena! ¡Guapa, guapa!

Los ojos le bizquean. Ese voluminoso esperpento de unos seis o siete años no abandona la rotonda de su fe. Se entrega a ella a lo bonzo, como quien padece una sobredosis de azúcar

—¡Guapa, Macarena! ¡Guapa, Macarena! ¡Guapa, guapa, guapa! —Justo cuando acuden a su encuentro tres más como ella, Alesia, la niña poseída por un paso sevillano, ve cómo desciende sobre sí un puñado de pétalos de rosa desde una azotea. Caen rojas, rojísimas. Caen sobre el paso de la Virgen de las Angustias.

—¡ Ole, Ole, Ole por los pasos de Sevilla! –grita la madre.

—¡Guapa, Macarena! ¡Guapa, Macarena! ¡Guapa, guapa, guapa! –con un espumarajo alrededor de la boca. Diez centímetro­s de tacón, ocho de peineta. Todo es negro y se ciñe al cuerpo. Es jueves de luto en Semana Santa y en Sevilla las mujeres caminan con oscura coquetería mientras sus hijas, secuestrad­as por la euforia como si de una fuerza demoníaca se tratara, acaban en pastorcita­s de Belén que solas y borrachas quieren llegar a casa.

Junto a cada hermandad, hombres repeinados y con camisas color rosa se agolpan junto a los kioskos. Parecen recién salidos de una pastelería, listos para ser colocados sobre una enorme tarta de almendras y pastillaje.

¡Guapa, Macarena! ¡ Guapa, Macarena! ¡Guapa, guapa, guapa! —¡Hija, cálmate ya! —¡No quiero! ¡Guapa, Macarena! ¡Guapa, Macarena! ¡Guapa, guapa, guapa!

El nazareno en patinete vuelve en dirección contraria. Le faltan dos dedos y una zapatilla. Han sido las niñas orcos, recogiendo los pétalos de rosas a zarpazos.

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