JACOBO CASTELLANO SOMBRAS DE LA VIDA PRECARIA
En su comparecencia en la galería MaisterraValbuena el joven escultor somete los materiales a la cura de su profunda herida
En el opúsculo ‘El arte y el espacio’ que Heidegger presentara acompañado por las ‘gravitaciones’ de Chillida este describe el ‘espaciamiento’ propio de lo escultórico, entendido propiamente como un radical modo de preguntar para el que es preciso realizar un vaciamiento.
Jacobo Castellano (1976) lleva años intensificando su proceso escultórico hasta llegar a una zona que es, al mismo tiempo, hermética y hermenéutica. Desde aquellos dibujos de puntos que realizó hace años que completaban elementos de tortura, ha esencializado su inquietante modo de mirar el mundo y las cosas. No hay nada arbitrario en sus obras, aunque recurra, en la estela de la tradición duchampiana, al azar, si bien no es ‘ la lógica’ lo que articula sus materializaciones, sino una suerte de equilibro poético.
La novela ‘Los errantes’, de Olga Tokarczuk, es el ‘pretexto’ de esta exposición que, ciertamente, no hace, por fortuna, ninguna concesión a la literalidad. El tendón de Aquiles al que se alude impulsa la imaginación hacia el mito del héroe que tiene un punto mortal. Las esculturas de Castellano podrían también caer por tierra o, tal vez, han surgido de ella, en una ‘resurrección’ extraña. Acaso los anhelos espirituales, en un mundo estupefacto y catastrófico tengan inevitablemente este aspecto de ‘ realidad abandonada’.
Un objeto, en clave lacaniana, solamente se revela cuando está perdido, anticipando el trabajo del duelo. La disposición instalativa de Castellano tiene un punto de ruda elegancia, cuando propiamente parecería una modulación del ‘Arte Povera’. Sin derivar hacia la teatralización ni caer en el ensimismamiento, en las antípodas de la datidad fenomenológica del Minimalismo, este artista recupera elementos que, en la mayor parte de los casos, han dejado atrás su memoria instrumental.
Cierto tono etnográfico y, especialmente, la materialidad erosionada que articula Castellano me llevan a establecer analogías con esculturas y objetos de los años setenta realizados por Nacho Criado. En ambos creadores late una preocupación por la ‘estrategia del tiempo’ y también una reformulación de la ruina sin seguir la estetización romántica. El detritus becketiano elude la sublimación sin tampoco encadenarnos a las letanías de las verdades amargas.
«La herida, la ausencia o el vacío –leo en la nota de prensa de esta exposición– es el receptáculo metafórico de la luz (lo que permite ver), físicamente presente en las esculturas de Castellano en grietas y cortes, frecuentemente resaltados con pan de oro en zonas donde los materiales han sido llevados hasta el límite de la ruptura, involucrando el azar, el riesgo y el accidente como pilares conceptuales, a la vez que se otorga a lo vulnerable una expresividad y fuerza protagónicas».
La vida precaria sedimentada en las obras de este artista me genera la impresión de que da espacio más a la sombra que a lo luminoso. Todo aquello que ha sido familiar o herramienta está desgastado y, al mismo tiempo, dispuesto ‘cordialmente’ en una restitución que pareciera «sacralizar lo profanado».
El desquicie
Estas esculturas tienen algo de ‘pinturas desquiciadas’ en las que propiamente la mano y el gesto del artista brillan por su ausencia o, mejor, solamente tienen la misión de subrayar una sombría tierra primordial. La madera, como materia resonante y primigenia, aparece en equilibrios frágiles o en composiciones que ‘enmarcan’ el vacío. Un par de zapatos habitan el interior y el exterior de un elemento que alegoriza acaso una trampa de cazador. El parergon es también la borda por la que, en ocasiones extremas, cuando todo se va a pique, hay que saltar.