CON TETAS NO HAY PARAÍSO WOKE
La actriz Sydney Sweeney conocida por su papel como Cassie Howard en la exitosa serie Euphoria recientemente señalada por agárrense sospechosa de ser de derechas
Como toda religión, y el fenómeno ‘ woke’ no es más que una nueva religión laica, necesita de un demonio al que perseguir. Y si su Dios es la justicia social, todo aquel que no comulga con su dogma, o que levemente discrepa, está, invariablemente, contra la justicia social. Es decir: a favor de toda injusticia social imaginable. Satanás mismo. ¿Y quién no señalaría, despreciaría y condenaría al mismísimo diablo de tenerlo delante? Y en eso están: ya no es suficiente con la exhibición impúdica de la propia elevación moral, que también. Ahora también reporta beneficio la fiscalización constante del otro. No basta con estar en el lado bueno: debe ser de manera explícita y palmaria, a riesgo de señalamiento. Cada uno de los fieles, algunos con más entusiasmo que otros, convertido en agente de policía moral.
Curiosamente (o no tanto), este fenómeno ha llevado a una reacción especular en el extremo contrario. Las señales de disidencia se buscan, con lupa si hiciera falta, también desde las antípodas del espectro ideológico. Es el caso de la actriz Sydney Sweeney, conocida por su papel como Cassie Howard en la exitosa serie ‘Euphoria’, recientemente señalada por, agárrense, sospechosa de ser de derechas. Parece ser, lo sostiene el muy conservador Richard Hanania, autor del libro ‘The Origins of Woke’, que habría suficientes indicios para afirmar que la actriz, contra todo pronóstico, no sería de izquierdas. Que es lo esperable (y parece que, no solo deseable, sino obligatorio) en una mujer joven con profesión liberal. Las pruebas: familia religiosa, seguidora del movimiento ‘trumpista’ y, no solo nunca ha defendido ni expuesto ninguna idea de izquierdas, sino que, cuando se supo que su familia no lo era, no solo no la repudió sino que ni siquiera donó dinero a Black Lives Metters ni a ninguna otra organización identitaria. Ergo Sydney Sweeney no es de izquierdas.
Esta interpretación, que bien podría haber salido de la boca de un fanático ‘woke’, es la explicación que Hanania da a las reacciones furibundas de aquellos ante su hiperbólica tesis de que las tetas de la actriz marcan el fin de la era ‘ woke’. La voluptuosidad de la actriz, sostiene el autor, dificulta al hombre medio mantener dos de las ilusiones capitales de lo ‘ woke’: que no hay diferencias entre sexos y que es una elección. «Si las tetas de Sydney Sweeney entran en una habitación, afirma, incluso Chris Hayes experimentará una transformación fisiológica » . Así, los pechos de Sweeney son casi un termómetro ideológico: el heterosexual de derechas, de manera desacomplejada y casi orgullosa, se la comería con los ojos nada más verla entrar; el de izquierdas trataría de reprimir lo que identificaría como el precio de una misoginia estructural e histórica subyacente a la que debe resistirse. Pero ambos sentirían lo mismo y tanto la extrema izquierda ‘ woke’ como la extrema derecha ‘anti woke’ lo detectan e interpretan en los mismos términos. Comparten paradigma, ya sea para despreciarlo o para adorarlo. Ambas corrientes, paradójicamente, coinciden.
Y es que, desde que lo ‘ woke’ (esa suerte de activismo cuqui hiperconcienciado con ligera cobertura crujiente de sofisticación intelectual) irrumpió en la sociedad (en las instituciones, en los medios, en la academia), todo es susceptible de ser interpretado en clave ideológica. Del desayuno (¿tostadas con aceite y tomate o tosta de aguacate con pesto?) a la indumentaria (¿chaleco acolchado o camiseta de rayas?), del tapeo ( ¿ torreznos o crudités con hummus?) a las aficiones (¿tauromaquia o meditación vipassana?). Y, quien dice « en clave ideológica » , dice « en términos de buenos y malos». Intercambiables en sus roles con respecto al objeto de delirio, tanto el militante entusiasta como el detractor acérrimo, y aunque por motivos y con fines diferentes, esperan lo mismo de todo individuo perteneciente a un colectivo identitario, ya sea un negro, un homosexual o una mujer. Le ocurre en nuestro país a Bertrand Ndongo y le ocurrió a la cantante Lourdes Hernández, conocida como Russian Red. Tras declarar públicamente que se sentía más de derechas que de izquierdas, su carrera musical se vio resentida. Su público no le iba a consentir mantener posiciones conservadoras si su aspecto y su música no encaja con el cliché acordado. Como los morlacos, la cantante ha desarrollado sentido y, ahora que vuelve a España con disco nuevo, sabe qué titulares puede permitirse dar: «La toxicidad estaba en la sociedad machista, no solo en la industria musical». Bien ahí, solo falta un poquito de terapia y acoso en la infancia y es redondo. Quizá en ambos extremos lo que se debería defender, además de la justicia y la libertad, es la olvidada pluralidad política. Obviar el pluralismo es desatender la verdadera tolerancia y, con ella, el debido respeto a la libertad de pensamiento como derecho fundamental. Y la del respeto, defendía Fernando de los Ríos, y yo estoy de acuerdo, es la verdadera revolución pendiente. *