ABC - Cultural

« Creo que la edad de Biden no importa. Pero no sé si es muy inteligent­e»

Gay Talese leyenda viva del periodismo estadounid­ense nos recibe en su casa de Nueva York para hablar de él de su carrera de siete décadas y de su último libro Bartleby y yo Alfaguara que acaba d

- JAVIER ANSORENA

Gay Talese está fastidiado. Hace tres meses que no va a un restaurant­e ni se toma un martini. Problemas de salud. Una infección de riñón pesada, con una recaída que obliga a retrasar una semana esta entrevista con ABC Cultural. Y un covid malencarad­o en la última Navidad que le ha quitado el gusto. ¡El gusto! A él, que no perdona el chaleco y la corbata, el zapato duro y el sombrero, que hoy es de fieltro granate y descansa sobre una escultura en el salón de su casa de Nueva York.

Tres meses sin hacer algo que te gusta son una gran pérdida temporal cuando tienes más de noventa años. Y a Talese le encanta acompañars­e de amigos –o de cualquiera que le dé buena conversaci­ón– y comerse unos ‘spaghetti’ boloñesa en un italiano del Upper East Side, su barrio desde finales de los años cincuenta.

«Ni siquiera bebo ya, no me da placer, no le encuentro el sabor. Y lo que como tiene que ser blando. Es horrible», dice la leyenda viva del periodismo estadounid­ense. Talese siempre ha tenido una complexión fina, el rostro alargado. Pero se le notan los kilos que confiesa haber perdido, y a sus piernas como hilos le cuestan levantar la figura de un sofá de cuero.

«Pero basta ya de quejas, tengo 92 años, la culpa es mía», corta Talese y embiste con sus preguntas, como siempre hace, al preguntado­r. En qué reportajes estás trabajando. Cuál es la situación política en España. De qué habla la gente en tu país. Cómo están los Borbones. Cuántos hijos tiene Rafael Nadal.

Talese se pasaría la tarde así, pero hemos venido hasta su coqueto ‘ brownstone’ de la calle 61 a hablar de él, de su carrera de siete décadas y de su libro. Talese publicó el otoño pasado en EE.UU. ‘ Bartleby y yo’ (Alfaguara), que ahora encuentra su traducción al español.

Son, en realidad, tres grandes reportajes. El primero es un repaso biográfico a sus inicios en el periodismo, desde las conversaci­ones que escuchaba en la sastrería de su padre, emigrante italiano, a su interés por los personajes corrientes que marcarían su carrera. En la segunda parte, Talese bucea en su célebre reportaje de Frank Sinatra, publicado en 1966 y considerad­o una de las grandes obras del periodismo del siglo XX. Nunca logró hablar con la estrella, pero hizo de la escasez virtud y bordó un retrato de su figura y de su entorno, con el estilo ágil, vívido y elegante que define sus textos.

El tercero es una pieza periodísti­ca original: la historia de Nicholas Bartha, un médico anodino que hizo saltar por los aires su casa –con él dentro– para no entregárse­la a su exmujer. Era un ‘brownstone’ que estaba a dos manzanas del de Talese, y al periodista le picó la curiosidad cuando vio el solar desocupado que durante años dejó la explosión. «Era una historia poco atractiva porque el doctor era poco atractivo», dice ahora sobre su último protagonis­ta. Pero se metió a fondo en la historia para entender qué lleva a alguien a cometer esa locura. El resultado es otro perfil de personajes que nunca están en los focos, que quedan en la trastienda y que él saca a la luz. «Es apasionant­e ser un cronista, un observador, estar cerca de estas historias. He tenido una gran vida», dice mientras cruza la pierna y se recompone su chaqueta de tweed con ribetes.

— ¿ No hay gente demasiado plana, aburrida, cuya historia no merece la pena?

—No, no. Hay una historia en todo el mundo.

—¿Y todas esas historias importan?

—Los grandes escritores, Tolstoi, García Márquez, Arthur Miller, quien quieras, cuentan historias de gente ordinaria. Los periodista­s cuentan la historia de gente importante. Biden, Trump, Lady Gaga o Taylor Swift. Yo quería escribir, como periodista, sobre gente ordinaria. Si escribes sobre ellos, si te importan, si te implicas en su historia, te conviertes en su cronista, en su historiado­r. Su voz no muere un día después de que escribas sobre ellos, como pasa con el periódico.

—¿De dónde surgió ese interés?

—De la sastrería de mis padres. Yo me crié en esa tienda. Escuchaba a los clientes, escuchaba a mi madre hablar con ellos. Eran los años 1942, 1943, hablaban de la guerra y yo escuchaba cosas que no leía en ‘ The New York Times’ o en el periódico local. Pero esas voces de los desconocid­os, esas voces anónimas, me parecieron históricam­ente importante­s. Mi padre tenía hermanos en Italia, en el bando fascista. Yo veía la guerra desde dos mundos. Aprendí entonces que hay muchos lados en una historia. La tienda me permitió una visión caleidoscó­pica de personalid­ades, historias, opiniones a través de esos clientes. Mi escenario siempre ha estado lleno de personajes menores con algo que decir pero que nunca aparecían en las noticias. Yo iba a escribir sobre ellos, yo iba a ser el narrador de la gente sin voz.

Talese despotrica de ‘The New York Times’ por su tratamient­o de Donald Trump o por su alineamien­to sistemátic­o con la política exterior de EE.UU. Pero lo lee sin falta cada mañana. En su redacción empezó como aprendiz, con 21 años y un sueldo de 38 dólares por semana. Su curiosidad insaciable y su ojo por las historias que otros no ven le permitiero­n publicar pronto en el periódico neoyorquin­o. Su primer artículo fue sobre el electricis­ta que manejaba el luminoso con titulares en el edificio del Times.

Cuando, ya como redactor, recaló en Deportes, escribió sobre el cortador de césped del estadio de los Yankees, de los recogepelo­tas del US Open, del herrador de los mejores caballos de carreras o del confeccion­ador de peluquines para que el boxeador Floyd Patterson se escapara del estadio sin ser reconocido. Después, en la informació­n local, Nueva York le ofrecía infinidad de personajes con una historia por descubrir: limpiabota­s, conductore­s de carruajes de Central Park, un chófer tan rico que tenía su propio chófer, el último integrante del desfile de San Patricio. —Ahora domina lo digital, la inteligenc­ia artificial es una herramient­a de trabajo. ¿Se

Mirada certera

imagina haber empezado su carrera en este entorno? —A veces me pregunto: si yo tuviera ahora 25 años, ¿me darían trabajo en un periódico? Y yo creo que sí. Porque creo que lo que tengo es vital, sea cual sea la tecnología. Lo que tengo es la determinac­ión de ir a los lugares, de hablar contigo, de mirarte a los ojos, de fijarme en dónde estamos, de describir la situación. Es el arte de estar en los sitios. Yo no quiero llamarte por teléfono o por Zoom, yo quiero estar ahí. Iré a Moscú, a Pekín, a donde haga falta. —¿Qué le diría a la gente que quiere empezar en periodismo?

—Si vas a los sitios, encontrará­s buenas historias. Si te tomas tu tiempo, recabas la informació­n al máximo y lo escribes con cuidado y con elegancia, tu trabajo tendrá vida. Mi trabajo publicado no envejece. Es como cuando mi padre hacía trajes, eran trajes que duraban. La gente se compra un traje en cualquier tienda y al año siguiente está destrozado. En los de mi padre, los pespuntes estaban firmes, los botones no se caían.

—La fórmula básica entonces es: ir a los sitios y escribir bien. —Pero además tienes que leer a escritores buenos.

—¿Usted sigue encontrand­o historias?

—Ya no viajo como antes. El otro día cogí el metro a la calle 42 para ir al médico. Soy un veterano de la ciudad, pero todavía la encuentro estimulant­e e inspirador­a. Camino por mi barrio, con mi bastón, y sigo viendo historias. Hay historias por todos lados. Pero tienes que ser capaz de verlas. Como periodista, siempre tuve un sentido visual.

—¿Cómo es?

—Por ejemplo, con aquel reportaje sobre Sinatra. La primera noche que lo vi fue en un bar, estaba ahí bebiendo con dos rubias. Parecía muy solitario, irritado. Yo estaba con amigos en el otro lado del bar, lo vi y ya supe cómo iba a ser el comienzo del artículo, antes de escribirlo. Lo vi como una situación. Casi como un director de cine, como Francis Ford Coppola en ‘El Padrino’ con la escena de la boda. Esto no es caracterís­tico en muchos periodista­s, pero lo es en mí. Y yo veo la ciudad como escenas, como una película que nunca acaba. Escenas, escenas. Gente, gente. No superestre­llas, sino gente ordinaria, pero que son parte de una ópera.

El interés de Talese por las historias diferentes y por contarlas con tiempo y detalle provocó una evolución natural. Dejó la redacción del ‘ Times’ para escribir reportajes en ‘Esquire’, donde retrató la trastienda de personajes célebres –Joe DiMaggio, Mohammed Ali, el propio Sinatra– y otros desconocid­os como Alden Whitman, el legendario especialis­ta en obituarios de su periódico.

Pero pronto combinó los grandes reportajes en papel cuché con la publicació­n de ensayos amplios en forma de libro, con firma personal, mirada subjetiva, estilo literario. Se convirtió, sin saberlo, en uno de los pioneros del llamado Nuevo Periodismo, junto con Truman Capote, Norman Mailer, Joan Didion o Hunter Thompson.

El título de su último libro se debe al protagonis­ta de un relato de Herman Melville, ‘Bartleby el escribient­e’. Es un personaje tan oscuro como anodino, un asistente de un abogado de Wall Street que se niega a cumplir cualquier orden de su jefe.

‘Preferiría no hacerlo’, es la frase célebre de Bartleby. Talese asiente y sonríe con malicia cuando se le pregunta si él ha dicho lo mismo muchas veces: ha hecho y ha dicho siempre lo que le ha dado la gana. En su obra, se ha metido en líos por costumbre, como en su libro ‘ Thy

Me preocupa la falta de libertad de expresión en mi país los profesores universita­rios tienen que tener cuidado Si te tomas tu tiempo recabas el máximo de informació­n y lo escribes con elegancia tu trabajo tendrá vida

Neighbor’s Wife’, so▶▶▶

bre la sexualidad en EE.UU. y la cultura del amor libre –para empezar, casi le cuesta el matrimonio–, o el polémico ‘ El voyeur del motel’, en el que retrató a un dueño de un hotel que espiaba las actividade­s sexuales de sus clientes.

Decir lo que le da la gana le ha arrastrado a polémicas en los últimos años, en una era de vigilancia del discurso correcto, de cancelació­n de voces contrarias, que son las que precisamen­te más le interesan a Talese.

—¿Cree que está habiendo una reacción a esa dictadura de lo políticame­nte correcto?

—No es suficiente. Pienso en todo lo que he vivido y me preocupa mi país. En la década de 1970, de 1980, había una verdadera libertad de expresión. Podías protestar contra el presidente Johnson, contra la guerra de Vietnam, contra el Gobierno. Era una revolución por los derechos LGTBi, por la igualdad de género, por los derechos civiles de la minoría negra. Las voces que disentían llegaban al país. Podías escribir de cosas que ahora ya no te publican. Los profesores universita­rios tienen que tener cuidado con lo que dicen para que no les echen. La gente tiene miedo de hablar de la guerra en Palestina. Me temo que me costaría mucho mantener un puesto de trabajo ahora mismo. —¿No es lo suficiente­mente ‘woke’?

—No, creo que no. No soy irrespetuo­so. Pero tampoco soy alguien que se deje censurar. —¿Cómo percibirem­os nuestra sociedad actual dentro de veinte o treinta años?

— Este tiempo se caracteriz­a por no haber una mirada hacia fuera. Vivimos un giro hacia dentro. La gente se pasa todo el rato en el metro, todo el día, mirando a esas jodidas máquinas. Cuando yo voy caminando por la calle voy mirando al segundo piso. ‘Oh, mira, ahí hay alguien reparando un reloj de pared’. Pero la gente va mirando a sus zapatos, están aislados, solo se preocupan de ellos mismos. Hay un giro hacia dentro, cada vez más profundo, hacia la irrelevanc­ia. Nos dedicamos a la irrelevanc­ia y nos creemos que son cosas importante­s.

A Talese se le afila la lengua cuando habla de la prensa. Critica que la visión ahora es siempre parcial, que no se busca el punto de vista del otro. De los rusos, de los chinos, de los palestinos en Gaza. Ataca a sus colegas de los medios progresist­as por condenar la entrevista de Tucker Carlson, el presentado­r que fue estrella de Fox News y ahora va por su cuenta por entrevista­r a Vladimir Putin. Lamenta que hay voces que se silencian por cuestionar la línea del Gobierno en política exterior y otras se elevan por decir que « Zelenski es como Churchill», afirma en referencia al presidente de Ucrania y al líder británico en la Segunda Guerra Mundial.

Solo diez minutos de charla política con Talese son suficiente­s para entender por qué no aparecerá en televisión ni en ninguna columna. Es incómodo. Reconoce que el partido demócrata de Joe Biden y Barack Obama se olvidó de la clase trabajador­a y que Trump supo entenderlo. Critica la ofensiva generaliza­da en los medios contra el ex presidente republican­o, el gasto millonario en recursos públicos, como la investigac­ión de la interferen­cia rusa en las elecciones de 2016.

—¿Cree que Trump puede volver a ganar?

—No creo que vuelva a ser presidente. Su figura ha quedado mancillada desde que dijo que la elección de 2020 fue fraudulent­a y hay un ataque constante a su persona. No creo que pueda ganar a Biden, aunque Biden sea una opción tan mala. El problema es que no hay alternativ­a en los demócratas. Si a Biden le da un ataque al corazón la semana que viene, ¿ a quién ponen?

—Usted tiene 92 años. ¿Qué le parece las dudas sobre la edad que afectan a Biden? —Bueno, es diez años más joven que yo. Y el mejor presidente que tuvimos fue Franklin Delano Roosevelt y estaba incapacita­do, no podía andar. Creo que no importa. Lo que no sé es si es muy inteligent­e. Podría ser bastante estúpido. Al contrario que Trump, él está muy protegido por la prensa. Pero creo que la edad no importa mucho. La mayoría de lo que hace un presidente es una decisión colectiva, con sus asesores, tiene mucha ayuda, mucha gente inteligent­e alrededor.

—Usted ha sido demócrata toda la vida. ¿Le va a votar? —Preferiría que no se hubiera presentado. Pero creo que todavía le votaría a él antes que a Trump. Aunque odiaría tener que votarle.

—Como decimos en España, le votaría tapándose la nariz.

Legado

—Mucha gente piensa así, muchos demócratas preferiría­n que no se presentara.

Talese reconoce que con la edad y los embates de la salud trabaja menos. Se acuesta tarde, a las dos o tres de la mañana, prendido a las retransmis­iones deportivas o zapeando por las películas que se emiten hasta que encuentra un actor que le gusta. También amanece tarde, al mediodía. Lee la prensa durante un par de horas y luego baja a trabajar al semisótano, el sanctasanc­tórum de su obra, donde tiene cajas apiladas con documentac­ión acumulada durante décadas para cada uno de sus libros y una colección de recuerdos que algún día estarán en un museo.

Dice que le cuesta teclear, pero que escribir es «igual de difícil con 92 que cuando tenía 22: reescribo las frases muchas veces hasta que sean legibles y simples, claras, con un pequeño toque lírico, pero muy sutil».

Tiene entre manos un libro sobre su matrimonio con Nan, su mujer, una editora exitosa en Random House, un milagro que ya dura más de 65 años. « ¿ El secreto? Siempre tuvimos dos cuartos de baño», dice solo medio en broma. Y, por completo en serio, asegura que todo se reduce a una palabra: « Respeto mutuo » . Antes de que se publique ese libro, que Talese pronostica para el año que viene, vendrá otro, ‘ Una ciudad sin tiempo. El Nueva York de Gay Talese’. Es una selección de sus artículos sobre la Gran Manzana, escritos hace décadas, con una introducci­ón de cada uno de ellos por parte de Talese. El autor alarga su mano huesuda para mostrar una hoja con la portada provisiona­l del libro, en la que se ve una ilustració­n de su figura sobre un fondo de edificios neoyorquin­os.

—¿Le importa cómo será recordado?

—Me importa mucho.

— ¿Y cuál cree que será su legado?

— No quiero sonar vanidoso. Pero tampoco debo ser estúpidame­nte modesto. Lo que más me importa y lo que me hace sentir más orgulloso es que lo que escribí hace cincuenta años todavía se lee bien hoy. Mi periodismo no es poesía, no es teatro, no es novela. Pero es periodismo personal. Y no está anticuado, como le puede pasar a lo que se publica en un periódico. Siempre me enfrenté al periodismo como un escritor de relatos. Es como ficción, pero sin ser ficción. Y es una alegría leer algo que escribí en 1958 y que todavía me guste en 2024.

Me siento orgulloso de que lo que escribí hace cincuenta años todavía se lee bien hoy

La conversaci­ón se apaga. Es el momento de que Talese pose para las fotos que visten este reportaje. El viejo escribient­e se atusa el pantalón y se coloca el sombrero. Uno no puede evitar pensar cuántas veces volverá a ver un gesto que es historia del periodismo. Y aprovecha para preguntar si le queda algo por hacer en esta vida. «Javier, no puedo pensar en nada que haya querido hacer y no haya hecho», responde. «He estado en todos los sitios, he escrito las historias que quería. No me avergüenzo de nada de lo que he escrito».

 ?? ??
 ?? ?? Vivimos  un  giro  hacia   dentro    cada  vez  más   profundo    hacia  la   irrelevanc­ia
Vivimos un giro hacia dentro cada vez más profundo hacia la irrelevanc­ia
 ?? // A. LOZANO ?? Arriba, detalle de la biblioteca. Talese no perdona su zapato duro (sobre estas líneas, detalle)
// A. LOZANO Arriba, detalle de la biblioteca. Talese no perdona su zapato duro (sobre estas líneas, detalle)
 ?? ALFONSO LOZANO ?? Gay Talese, en su casa de Nueva York
ALFONSO LOZANO Gay Talese, en su casa de Nueva York
 ?? // A. LOZANO ?? Sombrero de fieltro granate que descansa sobre una escultura en el salón de su casa de Nueva York
// A. LOZANO Sombrero de fieltro granate que descansa sobre una escultura en el salón de su casa de Nueva York
 ?? // A. LOZANO ?? Talese, durante la entrevista en su casa de Nueva York
// A. LOZANO Talese, durante la entrevista en su casa de Nueva York

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain