BUSCO QUE SE PLASME EN EL CUADRO LOS PROCESOS DE ELABORACIÓN
Pintor académico representante de la pintura de los regresa a Marlborough con P L O D narrando de nuevo desde su taller
El estudio ha sido motivo recurrente en la pintura de Alfonso Albacete (Antequera, 1950), académico de San Fernando desde 2022. Podría parecer un tema limitado, pero a él le sirve para hablar de lo particular (con la reproducción de fotos personales) y lo colectivo; para desarrollar distintas técnicas (con la excusa de que son las de los cuadros que adornan el espacio); para introducir lo temporal (ese pequeño jardín que lo remata y que evoluciona con las estaciones)... Dicho esto, ahora verán con otros ojos los cuadros de la serie ‘P.L.O.D.’, que lo devuelven a Madrid antes de saltar a su antológica en Las Claras (Murcia). —Octava exposición en Marlborough, pero muchas más a sus espaldas. ¿Por qué comenzó a pintar Alfonso Albacete? —Probablemente, con esta ya supero las 90… Yo empecé muy jovencito. Mi madre era pintora aficionada y en casa había materiales, lo que coincidió con que vivíamos casi en el monte, en una pedanía cerca de Murcia, donde vivían personas, no represaliadas por el franquismo, pero que de alguna manera tenían que esconderse. Entre ellos, Juan Bonafé, que formó parte de las Misiones Pedagógicas, o el pintor Antonio Gómez Cano. En su ambiente de pintura me crié yo. Tenía 9 años. —‘P.L.O.D.’ pareciera un homenaje a la pintura. ¿Cómo entiende esta muestra?
—No es la primera vez que me enfrento al taller como temática. Ese ámbito en el que se fragua todo. Tiene también que ver con mi enseñanza infantil, porque cuando comenzaba con Bonafé, como su casa era muy modesta, allí no había motivos destacables, de forma que la mayor parte de las veces me pedía que pintara esquinas. Toda esa historia del cuadro dentro del cuadro, los cuadros que colgaba en las paredes e incluía en otras obras, me ha marcado de por vida. Ya en 1979, tras hacer escenas callejeras, volví a pintar el estudio y aproximar así la pintura al modelo. Todo eso se repite ahora pero de una forma más compleja.
—¿En que sentido?
—Se trata de plantear que cuando se pinta no se hace bajo un único argumento. El proceso es básico, está esa idea de la que partes, están esas interferencias que entran aunque no se quiera… Todo eso confluye en lo que se denomina ‘pieza única’. —¿Le es fiel al taller al retratarlo o acaba muy ficcionado? —La arquitectura es totalmente fiel. Y si te fijas, en él hay cuadros que cuentan historias parciales que aparecen contenidos en las nuevas pinturas. Eso me proporciona una ventaja y es la de poder pintar de distintas formas sin generar un pastiche. Esos cuadros aportan mensajes autobiográficos, incluyen fórmulas de experimentación pictórica… Menos la música que suena de fondo, todo lo demás termina filtrándose. Puedo incluso contar una anécdota… —Hágalo.
—El estudio actual tiene un pequeño patio en el que monté un jardín. Conforme he ido pintando los cuadros, la vegetación de ese jardín ha ido cambiando. Eso aporta un elemento temporal al conjunto con el que yo no había contado en un principio. Y no he reparado en ello hasta que vi las fotos para el catálogo. —No suele ser bien recibida la figuración pictórica. ¿Cómo la entiende usted?
—Yo fuerzo siempre la máquina para utilizar ‘la figura’ en mis obras y presentarla como una figura sin historia. Desde que comencé a definir lo mío como figurativo, mi intención fue que la figura apareciera como un elemento pictórico más, que no fuera nadie haciendo nada sino que irrumpe allí como podría hacerlo otro elemento. Y al tiempo, elementos que aparentemente son abstractos, en un determinado clima pueden adquirir un carácter simbólico fuerte. En ese sentido, a mí siempre me atrajo la tradición de la pintura española que nunca utiliza fantasmagorías pero carga de un contenido muy fuerte a un cardo o un limón. Sánchez Cotán es un buen ejemplo. Esa fue mi formación de origen que nunca quise perder, la importancia que se le aporta al modelo, que es una forma de establecer contacto con la realidad a través de algo reconocible por mí y por el espectador. —¿Impide eso que la pintura cuente historias?
—No. Lo que ocurre es que las historias que yo quiero contar no pertenecen al terreno de la literatura. Por ejemplo, a mí algo que me interesa que se manifieste en los cuadros es el proceso de elaboración. Los procesos pictóricos. En ellos intervienen toda una serie de azares, incluso de estados de ánimo, que alteran un guion previo. Desde hace mucho tiempo, esto lo he asumido como imposición. El acto de pintar lo he sentido siempre como una ‘performance’, una especie de ritual.
—¿Es quizás el color una seña de identidad?
—Es cierto que durante una época me sentí muy atraído por los abstractos americanos, sobre todo De Kooning o Richard Diebenkorn. Pero el color, yo no lo veo como seña de identidad. Para mí es una forma natural de enfrentarme al cuadro. Quizás sí que tiene que ver con los medios con los que me inicié. Cuando me enfrentaba a una pared vacía, había que sacar de la misma todos los ocres, los violetas, los rosas… Te acostumbras a llevar los colores al límite. Y ese proceso de los abstractos americanos, también de Matisse, de Motherwell, los incorporé, solo que ellos buscaban una abstracción total. Como eso ya estaba hecho, yo recogía esa experiencia del abstracto para contar cosas con ella.
—Y todo eso se hace con una mochila: en España tenemos una tradición pictórica de gran volumen. ¿Se convierte más en un lastre o una lanzadera? —Eso nunca es un lastre. Sobre todo porque siempre he pensado que la pintura es una sola. Tiene muchas caras y es lógico que uno se sienta más atraído por unas que por otras. Igual que me siento identificado con De Kooning, lo he hecho con Della Francesca o Sánchez Cotán. —Usted, sin embargo, estudió arquitectura.
—Hay enseñanzas que directamente las apliqué a la pintura. Sin embargo, son procesos totalmente contrarios. En la arquitectura partes de lo simbólico para convertirlo en algo real, habitable y útil. Y en la pintura, partes de un modelo triste y humilde para dotarlo de un carácter simbólico. Ahora, reconozco que una de las cosas que más me influyó de la arquitectura fue su rigor.
Alfonso Albacete P. L. O. D. Galería Marlborough. Madrid. C/ Orfila, 5. Hasta el 25 de mayo