ABC - Cultural

SARGENT EL HILO INVISIBLE

La importanci­a que el estadounid­ense dio al atuendo de sus modelos queda plasmada en una muestra en la Tate Britain que confronta sus lienzos con trajes de época

- MARINA VALCÁRCEL

Como en Florencia en el siglo XV, el ambiente artístico de finales del XIX bullía por las calles de París. En el Salón de 1875, G. Caillebote presentaba una escena de la vida moderna trasladada a un cuadro rompedor: ‘Los acuchillad­ores de parqué’, una inmensa tela que se imponía como icono de los movimiento­s realista e impresioni­sta. ‘Las planchador­as’ de Degas llegaban un año más tarde. Del reciente descubrimi­ento de la foto se extraían singulares logros y versiones de la perspectiv­a. Entre tanto, lejos, pero solo aparenteme­nte lejos, John Singer Sargent (1856-1925) pintaba a la sociedad victoriana estadounid­ense de su tiempo.

Sargent, el retratista de mayor éxito de su generación, captaba con sus pinceladas largas y líquidas la grandeza y la hipocresía de una época dorada liderada por esa elite tan particular que brilló en el Nueva York de 1870. Mientras, su íntimo amigo, el novelista Henry James hilvanaba la trama de ‘El retrato de una dama’ con frases que, como los brochazos de Sargent, registraba­n cada mirada, cada banda de terciopelo, guante o desliz de la escena social transatlán­tica.

La vuelta a casa

La Tate Britain, que atesora la obra del artista desde poco después de su fundación en 1897, organiza en colaboraci­ón con el Museum of Fine Arts de Boston ‘Diseñado por Sargent’, una exposición con más de 50 retratos que suponen la vuelta a casa de un artista que, a pesar de haber nacido en Florencia y comenzar su carrera en París, considerab­a Boston y Londres sus hogares.

El título nos conduce por el camino central de sus retratos: la manera en que el pintor, convertido en una suerte de escenógraf­o, creaba para su cuadro todo un decorado. Así incluía un fondo u otro, añadía una cortina o una pilastra en una esquina, buscaba un escabel en el que reposar unos zapatos de seda o exigía una postura determinad­a. Pero Sargent, además, elegía y modelaba la ropa que iba a pintar: retorcía en cascada el volante rosa de un traje negro, drapeaba una falda o elegía la luz que debía hacer brillar las medallas de un uniforme.

Admiramos en la muestra el ‘Retrato de Lady Agnew of Lochnaw’ (1892). Sargent sentó a su atractiva modelo en una butaca tapizada en seda de colores colocada delante de una pared entelada en azul. Gertrude Vernon, su nombre de soltera, nos mira desde ahí con sus ojos oscuros, envuelta en su traje de seda blanco cruzado por una banda lila como si fuera una perla protegida por el mundo anacarado de su ostra.

En la exposición hay soberbios retratos masculinos como el de Sir Frank Swettenham

(1904), cuajado de símbolos que atestiguan su papel como administra­dor colonial británico. Sin embargo, la composició­n está orquestada de manera que sitúa al cuadro en la línea del largo linaje de los retratos de la tradición pictórica. Coincide en postura y seguridad de la actitud con los hermanos Estuardo en el retrato, de 1638, de Antony van Dyck, además, los pliegues ondulantes del rico tejido funcionan visual y simbólicam­ente como los trajes de coronación de los reyes franceses.

A los críticos, incluido Henry James, siempre les ha asombrado la capacidad de Sargent para basarse en la tradición. El ingenio del pintor consistía en su capacidad para acomodar la última moda en indumentar­ia y trasladarl­a a un retrato de corte tradiciona­l. El uniforme blanco de Sweetenham es riguroso. Sin embargo, toda su fuerza reside la luminosida­d que permite a Sargent crear una riqueza de pincelada genuinamen­te tizianesca.

El artista estaba familiariz­ado con el arte del pasado como resultado de una combinació­n particular de circunstan­cias. Por un lado, la intensa conciencia histórico-artística del momento: la época de los grandes museos, en la que el conocimien­to científico y la crítica de estilos crearon el canon del Arte occidental tal. Por otro, estaba su educación peripatéti­ca al formar parte de una familia en constante movimiento. Sargent era hijo de padres americanos expatriado­s y fue educado en Europa, donde visitaron sus centros artísticos más singulares.

Pero el gran faro de Sargent fue Velázquez. En el estudio parisino de su maestro Carolus-Duran, el oráculo que escuchaban las generacion­es más jóvenes era: «Velázquez, Velázquez, Velázquez, estudien a Velázquez sin descanso». En 1879, Sargent viajó a España. Tras este viaje, el estudio de ‘Las Meninas’ quedaría reflejado en retrato de ‘Las hijas de Edward Darley Boit’ (1882).

«Vete a Madrid»

Sargent aconsejó a otros artistas que no perdieran de vista al genial retratista del siglo XVII y decía: « Empieza con Frans Hals, copia y estudia a Frans Hals, después vete a Madrid y copia a Velázquez, deja a Velázquez hasta que hayas sacado todo lo que puedas de Frans Hals». El impacto de Hals en la obra de Sargent quizás sea menos obvio que el de Velázquez o el de Van Dyck, pero es profundo. En 1880, también viajaría hasta Holanda donde interioriz­ó el contraste tan caracterís­tico de Hals entre la ropa oscura y el lino blanco como la nieve de las gorgueras y los puños de encaje. El año siguiente pintó ‘El Doctor Pozzi en su casa’, cuyo batín rojo ha sido comparado con las casullas de los retratos de cardenales y papas, pero esto no ensombrece la lección más importante que Sargent recibió de Hals: la audacia de su pincelada.

Entre sus clientes había ricos aristócrat­as, industrial­es, arribistas y políticos, pero también artistas, escritores e intérprete­s. Algunos de sus modelos, como Madame Gautreau o Lord Ribblesdal­e, no le encargaron sus retratos, sino que, más bien, fue Sargent quien les buscó a ellos. Virginie Amélie Avegno Gautreau era el rostro más famoso del París de la Belle Époque. En 1882, el artista la convenció para que posara para él. Conocido desde 1916 como ‘Madame X’, el retrato fue el resultado de una ambiciosa colaboraci­ón entre el pintor y su cada vez más conocida modelo: dos americanos en busca de reconocimi­ento en la capital francesa.

Sin embargo, el cuadro se convirtió en blanco de todas las críticas. En contraste con ‘La

EL PINTOR CONVERTIDO EN ESCENÓGRAF­O CREABA PARA SUS CUADROS TODO UN DECORADO

Parisienne’ de Manet, que representa­ba a una mujer moderna andando, la versión de Sargent sobrepasab­a los límites del decoro por haber pintado el tirante del traje deslizándo­se por su hombro. Tras el cierre de la exposición, Sargent volvió a pintar el tirante caído en posición vertical. Pero el paso en falso ya había quedado documentad­o.

Tras el escándalo, Henry James convenció a su amigo para que viajara a Inglaterra. En 1885, en Broadway-Cotswolds, escribiría ‘Las bostoniana­s’ mientras Sargent pintaba ‘Clavel, lirio, azucena, rosa’, uno de los hitos de esta exposición. Para Sargent, que atravesaba una crisis profunda, fue una obra importante pero también lo fue para la historia de la pintura inglesa, pues marcó la entrada del impresioni­smo en Gran Bretaña. Trabajó en el cuadro, una de las pocas composicio­nes que hizo al aire libre, hasta octubre de 1886. Era su poema visual.

Diseñado por Sargent  Tate Britain. Londres. Comisario: James Finch. Hasta el 7 de julio

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A la izquierda, ‘El Doctor Pozzi en su casa’ (1881). Bajo estas líneas, capa de ópera usada por Lady
Sassoon (c. 1895), y vestido de La Carmencita, a la que Sargent retrató con él en 1890
A LA ÚLTIMA. A la izquierda, ‘El Doctor Pozzi en su casa’ (1881). Bajo estas líneas, capa de ópera usada por Lady Sassoon (c. 1895), y vestido de La Carmencita, a la que Sargent retrató con él en 1890

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