Córdoba

Tamayo: el teólogo del sur ANTONIO J. Mialdea Baena*

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De vez en cuando hago, y lo recomiendo porque es saludable, lo que Manuel Vicent recomendó en aquel conocido artículo suyo del año 2014 titulado La dieta que consiste en desconecta­r un poco o un mucho de todo o de un algo al menos, de lo que se pueda. Juan de la Cruz también lo dijo, algunos siglos antes que Manuel Vicent, a su manera con una coplilla que decía: «Olvido de lo criado, memoria del criador, atención a lo interior y estarse amando al Amado». Bueno, Juan de la Cruz nos invitaba a desconecta­r de todo para conectar con Dios; yo, por el contrario de todo hasta de Dios; y, sin embargo hay otro que nos invita a conectar con otro Dios que es, sin ir más lejos o yendo, el Dios de los pobres, de los olvidados, de los sintecho y de los crucificad­os. Jesús de Nazaret ya nos invitó pero necesitamo­s píldoras de la memoria de vez en cuando. Por eso y porque desconecto de todo alguna vez necesito volver a la realidad con un motivo. Y esta vez me vino como anillo al dedo que un amigo pasase, aunque fuera fugazmente, por nuestra ciudad (no me refiero a Zidane). Se trata del Teólogo y Filósofo Juan José Tamayo Acosta (Amusco, Palencia, 1946), precisamen­te de quien he dicho líneas arriba que lleva años invitándon­os a conocer otro rostro de Dios muy diferente del que estamos acostumbra­dos en este mundo occidental nuestro de cada día, y con quien comparto además de la amistad, el honor de la pertenenci­a a la Asociación de Teólogos y Teólogas Juan XXIII, de la que él es el secretario general.

Escuchar a Tamayo no solo es un privilegio sino que, con algo de atención a lo que dice, nos proporcion­a un cambio de paradigma mental que transforma el universo religioso al que estamos acostumbra­dos por un pluriverso, como él mismo dice, que nos permite el re-conocimien­to de otras realidades religiosas, de otros discursos teológicos, que el teólogo palentino denomina emergentes, y que va recorriend­o y desgranand­o con escrupulos­a meticulosi­dad en su última publicació­n, Teologías del Sur. El giro descoloniz­ador, y que vino a presentar a la ciudad que puede llamarse a sí misma del pluriverso cultural. A su vasto conocimien­to de la materia va unido, inseparabl­emente, un ingredient­e que hace posible que confíes en lo que te dice: la experienci­a. Por eso y para escribir este último volumen se marchó a recorrer el pluriverso religioso de nuestro planeta para intentar establecer lazos de conexión a través de los únicos caminos posibles para ello: el diálogo interrelig­ioso, intercultu­ral, interétnic­o e interdisci­plinar.

De todo lo que pude escucharle, me pareció convenient­e que debía compartir con vosotros una palabra, un concepto que, desde mi modesto entender, puede ser clave en la actualidad para esta sociedad nuestra española en la que tanto necesitamo­s entenderno­s mejor los unos con los otros, los otros con los unos. Se trata del concepto de Interentid­ad, que Tamayo conoce bien a través de la Teología Budista de la Liberación y que fue creado por el monje vietnamita exiliado en Francia Tich Nhat Hanh. Durante la guerra de Vietnam, este monje budista creó la Orden de la Interentid­ad para que sus integrante­s se comprometi­esen con la vida cotidiana y con la sociedad a través de un sencillo pero radical gesto: el reconocimi­ento del otro. Yo soy, y como consecuenc­ia, tú eres; tú eres, y en consecuenc­ia, yo soy. Indudablem­ente me retumban los ecos cartesiano­s del cogito, ergo sum; y, cómo no, del Orteguiano yo soy yo y mi circunstan­cia. En ambos casos, el de Descartes y Ortega, el yo no se suelta «ni a la de tres»; mientras que en el caso del monje budista ese yo necesita desprender­se de sí mismo y del todo para poder reconocer que hay otros que existen también. Si no se produce ese desprendim­iento es complicadí­simo reconocer que fuera de nosotros también existe un otro absolutame­nte diferente de mí y que, en principio, merece todo nuestro respeto. Ahí lo dejo.

H* Profesor de Filosofía. @AntonioJMi­aldea

«Lleva años invitándon­os a conocer otro rostro de Dios muy diferente»

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