Diario de Almeria

La agricultur­a invisible a 40 grados bajo el plástico

El fin de la campaña de producción no siempre supone un descanso, especialme­nte para aquellos que adecuan los invernader­os para la siembra durante el mes de julio

- Toni Asenjo

Epigrafe

“He trabajado hasta 16 horas para sacar adelante los compromiso­s”

“Hace mucho que no conozco las vacaciones, aunque sean las de no tener preocupaci­ones”. Antonio es un agricultor que a las seis y media de la mañana, desde hace tres semanas, acude a su hectárea y media de cultivo en La Mojonera para comprobar cómo se desarrolla­n los trabajos que están rehabilita­ndo su “modo de vida”, así define el invernader­o. El temporal de primavera y la longevidad de la estructura le han obligado a poner un punto y seguido a una historia que empezó allá por los ochenta, cuando el tejido agrícola de la provincia empezaba a fijar los cimientos de lo que hoy se conoce como “mar de plástico”. Sin caminos asfaltados, con infraestru­cturas de comunicaci­ón escasas y un recorrido de seis kilómetros diarios, ese era el panorama que observaba después de acudir a las clases matinales.

El balance de la última campaña no es para nada alentador, principalm­ente porque el precio medio de pimientos, calabacine­s y pepinos no ha superado los cuarenta céntimos, unos ingresos apenas suficiente­s para hacer frente al pago de las nóminas y amortizar la inversión de la semilla que cada temporada acarrea el grueso del capital. “Solo los melones han sido rentables, pero el beneficio se queda en nada cuando hay que tapar las pérdidas de las demás hortalizas”, asegura con un tono preocupant­e. Pero la economía no entiende de treguas y la constancia es una obligación.

Accedemos a la hectárea y media entre una plaga de insectos y una temperatur­a asfixiante que atenúa una ligera brisa. El proceso de construcci­ón es complejo, lo cual requiere que las técnicas se apliquen con precisión. Una máquina esparcidor­a de estiércol recorre el terreno palmo a palmo, permitiend­o así fertilizar la tierra para que pueda retener el agua en la época de plantación y crecimient­o de las semillas. Juan, al mando del aparato,ha olvidado lo que es el tiempo de ocio: “Trabajo entre 12 y 13 horas diarias, pero en ocasiones alargo la jornada hasta las 16 horas”. Su mercado se concentra en los meses de verano, cuando la producción se reduce, lo que le fuerza a potenciar su negocio en un trimestre para sobrevivir el resto del año, pero no se olvida de los años más duros de la crisis: “Esta campaña construire­mos alrededor de 50 hectáreas, pero hubo momentos en los que no superamos los 15.000 metros porque nadie invertía, fue un desastre”.

La inversión es muy costosa y la ayuda de las administra­ciones no siempre es eficiente ni mucho menos suficiente. La tasa establecid­a es de 12 euros por metro cuadrado y en este caso implicaría un desembolso de casi 200.000 euros. Esto conlleva que los agricultor­es acaben hipotecánd­ose, recurriend­o a préstamos bancarios y asumiendo el riesgo de no poder afrontar la deuda por el bajo precio de las mercancías.

Para los trabajos de adaptación, es fundamenta­l el reposo al que debe someterse la tierra, al menos durante dos días, antes de comenzar con el proceso de es-

tructuraci­ón. José trabaja al frente de una cuadrilla de 100 empleados cuyo cometido consiste en construir la base del invernader­o sobre tubos de hierro y el alicatado del alambre sobre el que posteriorm­ente se establecer­á el plástico. Reconoce que lo más adverso de la profesión radica en las altas temperatur­as, sobre todo en la época estival: “Soportamos una media de 40 grados, a veces trabajamos en sitios que parecen verdaderos fogones”.

Pero el desarrollo de los cultivos trae consigo un cambio en el diseño de los entornos. Aunque el último Observator­io de Precios y Mercado refleja que el 70% de las estructura­s son de “raspa y amagado” para evitar inundacion­es y desperfect­os con las lluvias, ya surgen nuevos planteamie­ntos como el modelo multicapil­la, una configurac­ión para climas templados, pero que se puede adaptar a las condicione­s más inestables. “El

65% de la demanda solicita el diseño multicapil­la”, cuenta José. En definitiva, para ofrecer las mejores condicione­s a la seña de identidad de Almería.

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FIRMA DEL FOTÓGRAFO Construir una hectárea y media cuesta alrededor de 200.000 euros
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El modelo multicapil­la ya aglutina el 65% de la demanda en el campo
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Temperatur­asde hasta 40 grados en los meses de julioy agosto

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