El arte dormido
Puede advertirse un uso coloquial del término “artista”, adoptada una connotación algo ambigua del mismo, para aludir a pericias o habilidades de distinta condición, un tanto rebajado el arte de su más propia entidad. Pero abandonarse al sueño, hasta que el arte despierte, acaso sea una forma de las que se valga el artista para reunirse con la inspiración y esperar que, de tan creativo encuentro, resulte una obra de valor artístico. Ahora bien, si el arte duerme, si no despierta, mala cosa es que tomen su sitio otras producciones creativas que desvirtúan el arte genuino. Adviértase, entonces, que las produccio- nes más o menos estéticas no son, en sentido pleno, obras artísticas. Como tampoco muchas de esas “instalaciones” de arte contemporáneo que se confunden con objetos descuidados y no pocas veces maltrechos por los servicios de limpieza. Este joven dormilón, sin embargo, que reivindica el desperezo del arte en un grafiti callejero, tal vez prefiera los productos a las obras y le contraríe el arte mayor o las manifestaciones artísticas canónicas, los modelos perfectos, porque ya no “pega” lo categórico, el arte dormido, sino la subversión rompedora del arte que despierta.