FERNANDO SIMÓN EN WUHAN
PENSEMOS en una novela inédita de Agatha Christie. El argumento manifiesta que el doctor Simón ha decido convertirse en detective privado. Se ha convencido de que, leyendo a la novelista británica, puede ser el nuevo Hércules Poirot. Razona, como un filósofo que no sabe si Kant es pensador o poeta, que ya ha llegado el momento de que la verosimilitud del romance LXXII del Romancero del Cid demuestre que el enunciado no es del Quijote, sino de estos octosílabos: Cosas tenedes, el Cid,/ que farán fablar las piedras, / pues por cualquier niñería / facéis campaña la iglesia. Con esta verdad literaria, da el paso adelante para ir a la República Popular de China y adentrarse en los misterios de Wuhan más solo que Iñaki Launaguerregaray, Laúna, en las elecciones locales de Ondarrea (Guipúzcoa) en el siglo XIX. El maletín de piel oscura que lleva el epidemiólogo contiene lo imprescindible: el pasaporte, el visado chino, un disfraz, un jersey beis, otro, gris, varios paquetes de mascarillas quirúrgicas, un Huawei Mate 40 Pro y algunas prendas de vestir. Pero el disfraz no es uno cualquiera, sino el que exige la atenta lectura de más de treinta novelas de Agatha Mary Clarissa Miller. El señor, que aparece casi todos los días, luciendo la estética del jersey, recién sacado de la lavadora, tras apagar el botón de prendas delicadas, ya no es el director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias del Ministerio de Sanidad, sino el Poirot español (el auténtico era belga).
La pregunta que se prodiga surge en el vuelo de un continente a otro: país de origen: España; lugar meta: la China de Xi Jinping y, en concreto, Wuhan: donde las discotecas son diversión y ritmo, mientras Madrid y España son Filomena y toque de queda, virus y contagio: las variantes británica y sudafricana, al acecho. ¿Cómo se ha convertido Simón en el más famoso de los detectives? El epidemiólogo ha hecho un gran esfuerzo para lograrlo. Poirot, según la descripción del capitán Arthur Hastings, era bajito, algo regordete y medía 5 pies y 4 pulgadas (1,62 metros). Su cabeza tenía forma de huevo y acostumbraba a inclinarla hacia un lado. El pelo, negro y lacio, era escaso. Sus ojos verdes de gato brillaban cuando se emocionaba. Poseía un bigote singular: tieso por la gomina y de aspecto militar. En verano, vestía traje blanco y una camelia blanca adornaba su solapa. Fumaba cigarrillos rusos. Desayunaba chocolate y cruasán. Su comida favorita se componía de asado, pastel de riñones, lenguado, huevos con tocino y sidra de Devonshire. Y de postre: budín al ron. Sus trajes eran a medida. Los zapatos, hechos a mano. Mas su secreto mejor guardado se hallaba en el bigote, al que su creadora, Agatha Christie, definía como «majestuoso e inmenso». Simón, con gran tesón y el asesoramiento de Salvador Illa y Grande-Marlaska, logró, en parte, el parecido. Tras 11 horas y 35 minutos de vuelo, llegó al aeropuerto internacional de Pekín-Capital. Poco después, tomó el primer avión, con destino a la capital de la provincia Hubei, que tardó 2 horas 20 minutos en aterrizar en el aeropuerto internacional de Wuhan Thiane.
El director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias, en la realidad, y Poirot II, en la ficción, llega en taxi al centro de la ciudad donde surgió el coronavirus. Percibe que, en lugar de COVID-19, hay alegría y pasión. Por la noche, entró en la discoteca Súper Mono. Antes, el portero le tomó la temperatura: 36.8. Baile. Tecno. Láser. Fumígenos. Mientras el resto del mundo sigue amenazado por el patógeno, la capital, que fue, hace un año, el epicentro de la pandemia, vive la vida con la intensidad del rock. Poirot II comienza a pesquisar. Mas, cuando le pregunta a la policía por el Instituto de Virología, un miembro, con cara de pocos amigos, le replica: «Usted ni es Poirot, ni nadie que se le parezca. Usted es un espía. Así que, si no quiere ver el día convertido en noche, vaya a Pekín y tome el primer vuelo directo a Madrid. Y allí, a lo suyo: a seguir dando los partes de contagiados y fallecidos. Póngase el jersey antes de que Hércules Poirot resucite y lo denuncie por usurpación de personalidad. Y recuerde que en boca cerrada no entran moscas». Ni en la de Simón. Ni en la de los miembros de la OMS que investigan el origen de la pandemia. El régimen chino no habla: calla a quien lo hace. Simón fue con el bigote de Poirot y volvió con la mordaza de Jinping. Desvelar el enigma de la COVID-19 en China no es una metáfora de Joyce, sino una imposible, que puede costar hasta la vida.
La pregunta que se prodiga surge en el vuelo de un continente a otro: país de origen: España; lugar meta: la China de Xi Jinping y, en concreto, Wuhan