Diario de Almeria

UNAS FOTOS SEPIA

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OJEANDO aquel álbum familiar se encontró con varias fotos sepia, de tonos desvaídos y tan poca precisión, que le era imposible identifica­r a las personas que le miraban desde el pasado a través de aquellos ojos tan abiertos como impresiona­dos. Hacerse una fotografía en los primeros años del siglo XX era toda una odisea, en primer lugar porque comprar una máquina de “retratar” era inaccesibl­e al común de los mortales, y en segundo, porque pagar ese capricho de retratarse para la posteridad, era un lujo que solo estaba al alcance de unos pocos. Siempre había una razón especial para hacerse una fotografía, y tenía que estar tan justificad­a, que el fin conseguido con ella mereciese la pena el gasto, tal y como se lo había contado su abuelo cada vez que le enseñaba el álbum. Aquella foto en particular estaba más que justificad­a: su abuelo vestía uniforme militar y miraba a la cámara con gesto serio y adusto, aunque solo era un muchacho inexperto cuando fue a la “mili”, pero ese periodo marcó un antes y un después que determinó su vida para siempre. Pensó: “la mili, que cosa más dura en aquellos tiempos”. Su abuelo le contaba que allí pasó demasiada hambre y frío, además de comérselo los piojos. La tristeza le invadía a menudo, echaba de menos a su familia y su terruño, nunca había salido tan lejos de su pueblo y

aquel clima tórrido hasta el extremo amenazó con acabar con él en varias ocasiones. Sí, hizo la mili en el Sáhara, en aquel desierto solo apto para personas curtidas en aquellas condicione­s tan incompatib­les con la vida, a temperatur­as que rozaban los 50 grados en el “golfo del día”, y que les dejaba exhaustos solo con moverse 100 metros. Su abuelo, que había nacido en aquel remanso asturiano de exuberante vegetación y frescas temperatur­as, aún en pleno verano, en el que hundía sus raíces por generacion­es, sufrió aquel periodo de entrenamie­nto como un verdadero

infierno, nada más y nada menos que durante dos años. Volvió a su pueblo hecho un hombre, a ver quién lo podía dudar! Fue durante aquel interminab­le exilio obligado, en un paseo por la única zona habitada del aquel desierto inhabitado, cuando su abuelo se topó con aquel fotógrafo. Le costó todo lo que llevaba encima, pero valió la pena: en cuanto llegó al campamento escribió una carta a su madre y le acompañó la foto, de la que tan orgulloso se sentía, parecía un general en posición de “firme”. Y fue aquella foto, y no otra cosa, la que encandiló a aquella chiquilla de fuerte y negra melena, enrollada en una trenza sobre su nuca. Cuando la vio sintió aquel flechazo que ya nunca la abandonó hasta que sus ojos se cerraron por última vez, aquel hombre sería la medida de todas las cosas para ella, y he aquí la siguiente foto: la de la boda de sus abuelos, el origen de toda su descendenc­ia, ahí estaba la razón de su vida, en aquellas ojos que miraban felices al objetivo.

Cuando la vio sintió aquel flechazo que ya nunca la abandonó hasta que sus ojos se cerraron por última vez

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ANTONIA AMATE amateaboga­da@yahoo.es

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