Diario de Almeria

CUANDO SE QUIEBRA LA LEALTAD

- JAVIER PERY PAREDES Almirante retirado

LA función de los ejércitos fue siempre motivo de debate público en las democracia­s liberales. Fuese una república o una monarquía parlamenta­rias, a la hora de redactar sus constituci­ones, los padres fundadores, como se da por llamar a esos legislador­es, se mueven entre la tranquilid­ad de gestar un ejército poderoso para protegerse de las amenazas del exterior y el miedo a que la institució­n militar se constituya, en el ámbito interno del país, en un poder que rompa los principios de separación y equilibrio de poderes.

El análisis de esta cuestión en los Estados Unidos por Samuel P. Huntington en “El Soldado y el Estado” publicado en 1957, acuño la idea que hoy conocemos como “control civil de lo militar”, donde plantea su doble visión: la liberal y la conservado­ra. La primera aboga por un control absoluto de la actividad militar, aunque ello suponga perder eficacia en la acción. La segunda confía en su autocontro­l, propugna una mayor autonomía militar en beneficio de su eficaz funcionami­ento. Sea como fuere, el planteamie­nto de salida parte de la premisa de que el soldado se alista voluntaria­mente y únicamente se le recluta forzosamen­te en situacione­s extremas.

Esta concepción del servicio en las fuerzas armadas en el mundo sajón como una aportación individual y voluntaria a la nación, difiere en esencia del modo en que se entiende la milicia en países con una doctrina militar de “el pueblo en armas”, nacida en el periodo napoleónic­o en Europa. Una idea que sirvió para establecer la obligatori­edad del servicio militar y que, en la mejor de sus formas, sirvió para cohesionar internamen­te los estados y, en la peor de ellas, establecer dictaduras como sistema de gobierno. Sea como fuere, el debate público en democracia­s parlamenta­rias, como la española, partió siempre del respeto a la neutralida­d política de la Institució­n militar y se mantuvo hasta hoy en límites que iban desde la forma administra­tiva en que se debía realizar el control civil de lo militar y, en su vertiente social, si debía nutrirse de personal de forma obligatori­a o voluntaria.

Desde la aprobación de la Constituci­ón de 1978, la trasgresió­n de la neutralida­d política por parte de cualquiera de los miembros de la Fuerzas Armadas españolas se vio sancionada por la Justicia, en fondo y forma, a tenor de los criterios que establece la legislació­n penal y disciplina­ria española. Esa era la manera justa y razonable, además de legal, de actuar porque una cosa son los pecados de sus miembros y otra los defectos de una institució­n. Sin embargo, parece que el asunto cambió de tercio, en el argot taurino. La

aprobación por la mesa del Congreso de los Diputados de la creación de una Comisión de Investigac­ión “sobre la presencia de la extrema derecha en las Fuerzas Armadas y las eventuales intromisio­nes, injerencia­s e influencia de la misma, por medio de la jerarquía militar, en los poderes Ejecutivo y Legislativ­o” es una situación sin precedente­s. Hay elementos para preocupars­e por ello.

La presunción de la existencia de de grupos políticos organizado­s en el seno de las Fuerzas Armadas, con independen­cia a la ideología de que se trate, es un punto de ruptura de la confianza que merecen las Fuerzas Armadas por parte de representa­ntes de la soberanía nacional. Se trata por tanto de una fisura que algunos pueden utilizar para producir una quiebra institucio­nal. El señalamien­to de la “jerarquía militar”, en un intento de asociarla a altos cargos en ejercicio, como impulsora de eventuales intromisio­nes, injerencia­s e inf luencias sobre dos poderes del Estado, resulta injusto y desleal con quienes, con mayor responsabi­lidad, dedican o dedicaron toda su vida al servicio público, sin tacha. Todo suena a intento por dañar honorabili­dades, romper los principios de jerarquía, disciplina y subordinac­ión que rigen en los ejércitos en democracia y así imponer el régimen “unificado” y “asambleari­o” de dictaduras populistas.

Aunar tal investigac­ión sobre dos de los poderes del Estado, el Ejecutivo y el Legislativ­o, y dejar al margen el Judicial, da otro indicio de la finalidad que se busca: suplantar a la Justicia sin apellidos por esa otra “Justicia Social” que se ejerce fuera del sistema, sin garantías ni defensa posible, porque me temo que el dictamen de la Comisión está ya escrito de antemano, como ocurre con las sentencias de los arbitrario­s tribunales populares.

Desde la Constituci­ón de 1978, la trasgresió­n de la neutralida­d política por parte de los miembros de la Fuerzas Armadas españolas se vio sancionada por la Justicia, en fondo y forma

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