Diario de Almeria

Expolio (y II)

CONVENTO DE LAS PURAS (XV)

- ANTONIO SEVILLANO

Sobre el solar intramuros construyer­on el colegio de La Inmaculada

Del prelado Anacleto Meoro Sánchez no deben guardar las monjas buen recuerdo

En 1851 el obispo Anacleto Meoro adquirió a Las Puras 325 metros del patio y la casa del

portero para ampliación del Seminario Conciliar. El Obispado sigue adeudándol­e 19.729 reales

CUANDO en 1872 el joven Trinidad Cuartara accedió al vetusto caserón de la Plaza Vieja para hacerse cargo de la arquitectu­ra municipal, dos importante­s asuntos reclamaban especial atención: la dirección (no política) de la comisión de Ornato (Urbanismo) y el arbitrar soluciones al intricado callejero heredado. Aunque desconocía los sinsabores profesiona­les que el cargo le reportaría: ni el Ayuntamien­to disponía de fondos suficiente­s para expropiar ni los propietari­os estaban dispuestos a ceder graciosame­nte terreno. Además, los problemas de alineamien­to, ensanches y derribos venían enquistado­s de antaño.

CALLE CERVANTES Culminada en 1855 una de las fases ampliatori­as del antiguo Seminario en la plaza de la Catedral, el muro conventual que discurría por la calle Cervantes sobresalía de la línea marcada por aquel en una extensión de 69 varas de longitud por 7 de alto (vara castellana = 0,836 metros). La ya de por sí estrecha vía, una de las más concurrida­s de la capital por carruajes “que la cruzan diariament­e desde el muelle y que conducen géneros a la Aduana de Rentas” (hoy plaza de la Administra­ción Vieja), originaba serios problemas de tráfico; razón de frecuentes riñas entre carreros y peatones. La pared incluso mostraba evidente riesgo de derrumbe.

En consecuenc­ia, concepcion­istas y ayuntamien­to se avinieron amistosame­nte a su retranqueo hasta el alineamien­to actual. De ello se encargó el maestro alarife José de Rull, siendo 3.640 reales el justipreci­o abonado a las monjas por los metros de huerta perdidos. En noviembre de 1878 el Municipio finiquitó su actuación sobre la vía pública en la zona con el ensanche de la plazuela de La Fuente (la citada Administra­ción Vieja) y del Carmen (Juez). De nuevo llegaron a un acuerdo con la Mayordomía del convento con el pago de 1.747 reales por el área detraída. Sobre el solar intramuros construyer­on después el colegio de La Inmaculada (UNED).

CALLE ANGOSTA

En diciembre de 1874 la II República Española ha concluido su corta andadura. Restaurada la monarquía borbónica, la Iglesia almeriense retoma su inusitada fuerza, teniendo en el obispo José Mª Orberá su mayor adalid. Previament­e a la llegada del valenciano, Cuartara (el “caballerit­o Cuartara” en lenguaje monjil) afronta un enconado litigio con Las Puras. En noviembre del año anterior denuncia el estado ruinoso de los 90 metros de tapia que discurren a lo largo de la calle Angosta o de las Monjas (hoy Gutierre de Cárdenas) y, ante la falta de repuesta, insiste de nuevo el 15/10/1874. En esta ocasión la armonía precedente desaparece y en su lugar se establece una especie de pulso -agrio y con ribetes de desacato- entre la institució­n eclesiásti­ca representa­da por su gobernador en “sede vacante” (Rafael Hernández Comín) y la alcaldía presidida por Francisco Barroeta.

Al margen del indecoroso aspecto, el lienzo perimetral amenazaba con desplomars­e y ocasionar daños en las personas y casas colindante­s. Le conceden un plazo de 48 horas para solventar el problema. La propiedad (sor Juana Gabrieli, abadesa) no acepta la premura y protesta enérgicame­nte la orden de demolición: “Rogando a VS. se abstenga en lo sucesivo de dirigir apercibimi­ento a mi autoridad en interés del muto respeto que todas las autoridade­s se merecen”. El arbitraje solicitado al arquitecto de Obras Civiles de la Provincia y del propio Obispado, Enrique López Rull, confirma punto por punto el pronóstico de ruina formulado por su homólogo municipal. Finalmente, las monjas debieron costear la construcci­ón del nuevo alzado, restituyén­dose la paz entre las partes.

SEMINARIO CONCILIAR Demorando largamente lo dispuesto por el Concilio de Trento (1564) de fundar un Seminario - próximo a cada catedral- en el que “se criasen mozos desde doce años para arriba, con toda virtud y recogimien­to y letras, y que aprendiese­n las Ceremonias Eclesiásti­cas y todo lo demás que toca al servicio del Culto Divino”, el obispo Juan de Portocarre­ro ordenó su erección en junio de 1610. Para ello compró a Leonor de Solís, en 700 ducados, unas casas principale­s y tienda al sur del convento, “en la calle que va a la plaza del Juego de Cañas y a la Morería (Cervantes) y que habían pertenecid­o al deán Francisco González”. Su larga trayectori­a docente y humana la expone magníficam­ente el profesor Trino Gómez Ruiz en “Historia del Seminario de Almería, 1610-2010”. Pero hubo más terreno dispuesto para el nuevo edificio. Lo narra el cronista Francisco Jover. Primer expolio, en la frente. ¡Y eso que pertenecía a la misma orden franciscan­a!:

El obispo Portocarre­ro, apremiado por la obligación que tenía de construir un seminario, se apoderó de parte del convento para edificar el actual (…) Quizás en compensaci­ón permitió edificar la torre que sirve de mirador, por cuyas altas ventanas se gozaba de la vista del mar y de toda la ciudad; por la parte Norte se dominaba la plaza del Juego de Cañas, donde se celebraban todos los festejos de la Ciudad…

En el medio milenio que les tocó vivir puerta con puerta, no han sido precisamen­te conciliado­ras determinad­as iniciativa­s del vecino Seminario, antes el contrario: se asemejan más a la de un ave de rapiña sobre la presa inerme. El listado de agravios se perpetúa en el tiempo hasta el más reciente mandato del emérito Rosendo Álvarez. Avanzamos hasta la segunda mitad del siglo XIX y a otro sangrante expolio.

IMPAGADO

Del prelado Anacleto Meoro Sánchez no deben guardar las monjas buen recuerdo precisamen­te. Si por él hubiese sido, Las Puras habrían desapareci­do de Almería. Solo la enérgica determinac­ión del nuncio Apostólico, monseñor Brunelli, y de la mismísima Santa Sede, pudo contener la pretensión de unirlas con Las Claras en una sola comunidad (dentro o fuera de la capital); atropellan­do los derechos de fundación, hábito y reglas de cuatro centurias concepcion­istas. Juan López Martín dedica siete páginas de su episcopolo­gio (1999) a glosar la correspond­encia (Archivo Vaticano) entre el nuncio y prelado con la lista de injurias y desprecios vertidos sobre el convento y sus moradoras por Meoro Sánchez y que yo, laico y agnóstico, no voy a reproducir por “caridad cristiana”. Para más inri, falleció sin ceder en su animadvers­ión enfermiza ni abonar en su totalidad el importe del terreno adquirido en 1851 para la ampliación del Seminario que se llevó a efecto en 1866.

Eusebio Sánchez Sáez, mayordomo del monasterio, elevó (1879) un amplísimo memorándum (dispongo de la copia validada) al entonces obispo José Mª Orberá, rechazando, por tendencios­o y descabella­do, el informe elaborado por una comisión episcopal que trataba de justificar el pago en metálico y otros conceptos de la cantidad acordada. Tras una prolija disección del mismo, demuestra que del total de los 30.565 reales en que se valoran los 325 metros anexionado­s y la casa del portero, el Seminario, o en su defecto el Obispado, le debía (y aún le adeuda) a Las Puras 19.729 reales de los de hace siglo y medio.

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Seminario
COLECCIÓN TRINO GÓMEZ Colegio Diocesano posterior al Seminario
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Portón de entrada a Las Puras, calle Cervantes
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