EL VALOR DE UNA VIDA
CUANDO usted lea este artículo la provincia de Almería se acercará a los 500 muertos por la pandemia. Una cifra fría como las placas de hielo que Filomena dejaba hace unas semanas en las carreteras de este país, pero que arde como las llamas de un incendio en los corazones de todos y cada uno de los familiares que han perdido a un ser querido en este año maldito de pandemia que nos ha tocado vivir.
Mientras el luto de aquellos afectados por el dolor rompe la monotonía silenciosa de la tristeza, los datos vuelven a golpear un día sí y otro también en las ya doloridas almas de quienes soportamos de forma estoica la tensión de la goma en forma de datos o de ola, a la espera de que las vacunas, -no tengo preferencia por ninguna de las aprobadas-, sea capaz de sosegar el trasiego mundano de nuestras almas.
Y es que tirito sólo de pensar lo fácil que ha sido para todos, sin excepción, acostumbrarnos al goteo diario de muertes y como somos capaces de seguir viviendo, sin darle más importancia que la de mirar la cifra, tragar saliva, y seguir con la rutina como si no fuera con nosotros.
¿Cuál es el valor de una vida? Acaso cuando hablamos del bien más preciado del ser humano también hay clases o clasismo. Trago mis miedos y mis bilis cuando escucho en cualquier tertulia, como para tranquilizar nuestras conciencias, que la mayor parte de los fallecidos tienen edad avanzada o numerosas patologías.
No quiero ni pretendo ponerme en la piel de aquellos sanitarios que cada día deben enfrentarse a situaciones de este tipo y son incapaces de hacer frente a tanto dolor y rabia contenida, al ver que los pacientes se les van entre las manos. Es más que probable que hayamos perdido cualquier atisbo de sensibilidad. Los nuevos tiempos es posible que hayan acabado con ciertas reglas no establecidas, en las que el corazón y el alma estaban por encima de cualquier otro sentimiento materialista. Pero el intento permanente por ocultarnos aquello que no queremos ver ha acabado por vacunarnos, y no de coronavirus, sino de las emociones.
Visto así puedo llegar a entender lo que afirmaba hace unos días un juez retirado del Tribunal Supremo Británico, Lord Sumption, que apostaba en un debate de la BCC por aislar y darles todas las atenciones posibles a los más vulnerables de esta pandemia, los mayores, y dejar que los demás hagan una vida lo más normal posible. Entendía este juez retirado que los jóvenes están pagando un precio excesivamente alto en esta pandemia. Pero lo que hizo saltar las alarmas fue lo que dijo a continuación: “Todas las vidas no tienen el mismo valor. Cuanto más mayor eres, menos valiosa es la tuya porque menos de ella te queda”. Y la pregunta que les dejo sería. ¿Quiénes somos nosotros para poner precia a la vida de cada cual? Ref lexionen, por favor.
Con qué facilidad nos hemos acostumbrado a convivir con los muertos que nos deja la pandemia cada día