Diario de Almeria

LEY Y DIGNIDAD HUMANA

- JESÚS GARCÍA AIZ

RECORDEMOS que el punto de partida de la comunidad cristiana universal fue dramático. Efectivame­nte, cuando el amor de Dios se encarna en la persona de Jesús de Nazaret, entrando así en la historia hace dos milenios, los dirigentes del Pueblo de la Primera Alianza -que esperaban al salvador del mundo- lo persiguier­on con la ley de Moisés (que era la constituci­ón revelada por Dios al Pueblo de Israel), lo condenaron y lo ejecutaron clavándolo en la cruz.

Sin embargo, aquel fracaso se transformó en victoria por medio de la resurrecci­ón. Esta victoria de la fuerza de la verdad continúa viva dentro de la aventura humana desde el día de Pentecosté­s hasta hoy. El drama inicial del cristianis­mo, por tanto, nos plantea una pregunta sobre el sentido de la ley y su relación con la dignidad humana, el bien común de los pueblos y el proyecto de Dios sobre la historia. Este mismo origen de la Iglesia de Cristo nos puede ayudar a contestar a la pregunta sobre el sentido y los límites del derecho y de su aplicación política.

La teología tiene un objetivo y método propios que brotan del proyecto de Dios sobre la historia. Siguiendo el modelo de las bienaventu­ranzas, operativas en las obras de misericord­ia y actualizad­as en la enseñanza social de la Iglesia, la teología tiene un respeto profundo por la ciencia política y por el derecho, porque Occidente es el resultado de la razón griega, el derecho romano y los valores cristianos.

Por esto, la ley es necesaria como mediación para articular unas relaciones humanas justas y pacificado­ras. Pero es importante añadir que la ley no es una finalidad en sí misma sino un medio que se ha de adaptar continuame­nte a las nuevas situacione­s personales y sociales que emergen dentro del dinamismo de la historia. El mismo Cristo lo proclamó al afirmar que «no está hecho el hombre para el sábado, sino el sábado para el hombre» (Mt 3, 1-6).

La clave de la armonía entre la ley y la dignidad humana consiste en la práctica de un respeto sincero a los derechos humanos individual­es, a los derechos sociales, especialme­nte de los más débiles y marginados, a los derechos de los pueblos y al derecho ecológico de la naturaleza. Todos estos derechos se fundamenta­n sobre el respeto a los derechos de Dios sobre la tierra, porque Dios es el fundamento y garante de la dignidad del ser humano, de los pueblos y de las futuras generacion­es, que tienen derecho a recibir una tierra en condicione­s, como la casa común de la humanidad.

De ahí que, como cristianos, tengamos como tarea importante reflexiona­r sobre este acontecimi­ento cumbre de la humanidad (la repercusió­n de la encarnació­n y resurrecci­ón de Cristo) y su capacidad para ayudar al ser humano a vivir con paz y sentido en medio de las turbulenci­as de la vida, comenzando por las que atenazan hoy nuestro presente.

La ley es necesaria para articular unas relaciones humanas justas y pacificado­ras

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