San Valentín y Santa Cándida (I), “pareja de novios”
Alejada de su ignoto origen catedralicio, la onomástica de san Valentín, tenido por patrón de los “enamorados”, derivó hacia una fiesta consumista, edulcorada y mimética
ATENDIENDO al Día de los Enamorados, cuya onomástica no es viable festejar este año, adelanto los dos últimos capítulos dedicados al convento de Las Puras. Como si de un totum revolotun se tratase, en el San Valentín almeriense conviven el plano histórico con la patraña, la desinformación con los juicios más osados, especialmente los referidos al destino final de sus reliquias. Incluso lo de
VALENTINO
No hay un único Valentín en el santoral. Contamos cinco, con diferentes fechas de celebración: 14/febrero, 21/mayo, 16/julio, 11/noviembre y 16/diciembre; e incluso hay autores que lo elevan a diez. La mayoría son mártires cristianos de los siglos II-III, e incluso un español, de Segovia, “torturado por los moros” cuatro centurias más adelante. En medio del maremágnum suscitado por tantos individuos dispares, bien pueden tratarse de los llamados “valentinus”, apelativo genéricamente otorgado a quienes sufrieron persecución cruenta por defender la fe católica durante la dominación romana: peregrinus in pace y valentinus in pace. Sea como fuere, nuestro san Valentín es quien goza desde décadas del general beneplácito entre
ENCICLOPEDIA ESPASA
No se sabe muy bien el porqué de la celebración ya que mientras en Inglaterra se trata de una tradición arraigada, en España prácticamente se ignoraba hasta hace dos centurias. La “entradilla” dedicada al folclore, la muy prestigiosa Enciclopedia Espasa (alejada en cuanto a veracidad documental a las “pedias” que circulan por Internet) ilustra sobre la influencia de un san Valentín –cuyos restos se depositan en la basílica de Torni, pequeña ciudad italiana en la que nació el mártir y presbítero- entre la juventud europea, en especial la anglosajona. Shakespeare ya lo citaba en los diálogos de “Hamlet” y diversas autoridades protestantes la tienen por antiquísima fiesta “pagana de procedencia romana y papal”. Y ello sin que en la biografía del santo se registre ningún pasaje que indique que pudo ser protector de tiernos sentimientos y galanterías.
Ahí nos dice que los jóvenes de Inglaterra y Escocia –varones y féminas- escriben cada uno su nombre por separado en un papel, los enrollan y posteriormente sortean, formando parejas que, enamoradas o no, asistirán a fiestas y bailes e intercambiarán regalos. Entre ellos se cruzarán asimismo misivas de amor (cartas valentinas) hasta el 14 de febrero siguiente. Que se casen formalmente, arrejunten o permanezcan en el piso de los padres ya es harina de otro costal.
Junto al enamorado Valentino almeriense, el calendario católico celebra a otra decena
ECLESIÁSTICOS Y ARCHIVO HISTÓRICO
Por increíble que resulte, con esto de las reliquias ocurre como con las apariciones marianas: tienen su público, sus adeptos y forofos. La Iglesia le da crédito a unas y otras las tolera, simplemente. Tal fiebre por acumularlas llevó a Felipe II, por ejemplo, a ocupar estancias del monasterio escurialense con despojos humanos (están inventariados en el libro-asiento “Relicario del Real Monasterio del Escorial”). Es más, si juntaran todas las astillas y trozos de madera que hay repartidas por el mundo, tenidas por auténticas, se alzarían varias cruces como la utilizada en la crucifixión de Jesús de Galilea. Ítem más: por venerar, en la localidad Navarra de Sangüesa veneraban incluso ¡las alas! con las adornan al arcángel Gabriel.
Aun cuando san Valentín no caló entre las tradiciones locales y el clero urcitano diocesano tampoco le prestó excesiva atención, los historiadores eclesiásticos José Benavides (Historia manuscrita de la Catedral) y Carpente Rabanillo (Revista de la Sociedad de Estudios Almerienses) se extendieron sobre el tema, sumándose a su rebufo Bernardino Antón, Tapia Garrido o Juan López Martín. Escribía Carpente que durante el obispado de Anselmo Rodríguez colocaron en el centro del retablo del altar de San Indalecio, al pie del camarín (en dicha capilla enterraron al obispo, Rosendo Álvarez Gastón), una urna en forma de sepulcro que contenía el “santo cuerpo del glorioso mártir San Valentín, y que permanece cubierta todo el año, hasta la fiesta de San Indalecio en que se expone a la veneración de los fieles”. El jugoso proceso se plasma en actas del cabildo catedral y protocolos notariales del Archivo Histórico. Su desaparición definitiva durante la guerra incivil de 1936 se señala en una fuente documental inédita, de la que mañana daré debida cuenta.
SANTA CÁNDIDA
La historia se repite con esta otra advocación semidesconocida. Tres “valentinas” diferentes con sus correspondientes onomásticas: 6/junio, 29/agosto y 4/septiembre, cuyas reliquias se hallan dispersas en iglesias italianas. Y una cuarta santa Cándida en el convento de Las Puras, festejada, al igual que san Indalecio y san Valentín, cada día 15 de mayo. Ante la creciente demanda de particulares, a finales del siglo XVIII existió un lucrativo mercado de restos humanos extraídos del cementerio romano de san Ciriaco, certificados posteriormente como milagrosos tras la “autentificación” vaticana. A la vista de actas catedralicias, Carpente afirma que la documentación que acompañaba a la reliquia fue revisada y aprobada por Gregorio de Hormida y Camba, provisor y vicario general del Obispado de Almería. Prosigue:
La auténtica está expedida y autorizada por el Rvdo. P. Fr. Nicolás Ángelo María Landini, del Orden de San Agustín, Obispo Porfierense y Prefecto del Sagrario Apostólico. El Sagrado Cuerpo con su vaso de sangre de la Santa Mártir colocado en la Urna de madera de mandato de Ntro. Stmo. Padre Pío VI, se extrajo del Cementerio Ciriaco. Fue donado en Roma al R.P. Maestro Fr. Francisco Antonio Gutiérrez de la Orden de San Agustín.
Aunque lo toleró y dio culto, el clero urcitano no le prestó excesiva atención y honores