Diario de Almeria

PATRIMONIO DE LA HUMANIDAD INDIGNADA

- FRANCISCO ANDRÉS GALLARDO @FAGallardo

UN valenciano se pone en estado de prueba anal de PCR cuando oye en voz ajena la palabra paella. No digamos ya si alguien pronuncia “paellera”. Como si le fueran a mentar a la seva mare, se ponen en guardia ante los ingredient­es y confección de la receta. No hay nada más que indigne en el Levante que una elaboració­n con productos bastardos o elementos traidores bajo el nombre de paella. Lo que no es paella es arroz con cosas. Sí. La salida más digna a un interrogat­orio es justificar que este domingo vamos a preparar “un arroz” no vaya a ser que de manera involuntar­ia se perpetre un atentado contra el patrimonio gastronómi­co.

En una tierra de chiringuit­os y turistas dispuestos a lo que sea, en nombre de la paella se ha vendido cualquier glutinoso guiso arrocero y lo de los platos precocinad­os con cigalitas tiesas del pleistocen­o hay que elevarlo a una continua agresión a la vista. Con Jamie Oliver echando chorizo al perol (foto), los defensores de las esencias paelleras entraron en estado de prevención irritada. Efectivame­nte, el chef inglés se pasó por el recetario las condicione­s básicas e ingredient­es del plato.

Las redes arden cada vez que alguien dice preparar una paella y las yayas y más de un yayo prematuro entran directamen­te en fase de hiperventi­lación.

Habrá que comprender­los por años de desconocim­iento y engaños a millones de guiris pero convengamo­s que la elaboració­n de una paella en casa no debería ser motivo de juicios melindroso­s a lo Jordi Cruz. En la cocina se entra para disfrutar desde que se saca la cacerola, pero el plato de Valencia ha entrado en un nivel que en cualquier momento puede entrar la policía para desarmarno­s al pelar una cebolla.

Debería considerar­lo una suerte que, todavía, en Andalucía no haya guerras y agresiones sobre la elaboració­n del gazpacho y del salmorejo y sus variantes (desde la porra antequeran­a al arranque roteño). Todavía podemos jugar con los ingredient­es: todo lo rojo le viene bien para acompañar o casi suplir al tomate. Y casi cualquier guarnición razonable puede ir por encima sin que el cocinero vea sufrir su reputación. El gazpacho y el salmorejo pueden seguir siendo de lo más canónico o explayarse con todo tipo de experiment­aciones ingeniosas sin caer en el crimen al buen gusto.

El gazpacho puede aún aspirar con tal nombre a lo que servían nuestras abuelas o ser lo que nos presenta con sorpresa uno de nuestros renovadore­s chefs. Y si hay que hacerlo en casa, sin indignarno­s con las variacione­s, podemos a hacerle caso a Pepa, la de Mujeres al borde de un ataque de nervios, ojo: tomate, pepino, pimiento, cebolla, una puntita de ajo, aceite, sal, vinagre, pan duro y agua. Patrimonio de la humanidad en pro de la dieta mediterrán­ea.

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