Muere Joan Margarit, el autor que halló en los poemas su ‘Casa de misericordia’
El Premio Cervantes fallece a los 82 años a causa del cáncer El creador, que fue también un reconocido arquitecto, logró entre otras distinciones el Nacional de la Crítica y el Reina Sofía
“Un buen poema, por más bello que sea, será cruel”. Esta frase resume la concepción poética calculadamente realista de Joan Margarit, un arquitecto de formación que buscó en la poesía la “casa de la misericordia” para refugiarse de las experiencias dolorosas de la vida y construir versos emotivos y descarnados que interpelan al lector para que ref lexione sobre sus propias vivencias. Una obra que dejó como legado ayer, cuando falleció a los 82 años a causa del cáncer, menos de dos meses después de que los reyes le entregaran en Barcelona el Premio Cervantes, que la pandemia impidió que recogiera, como es habitual, en el Paraninfo de Alcalá de Henares.
Poeta vocacional de inicio tardío y pausado, con un período de silencio de una década, Margarit alcanzó la plenitud de su obra en la edad madura, cuando escribió sobre el paso inexorable del tiempo, de las heridas que va dejando la vida y de la necesidad de dejar constancia de la propia existencia, con los sentimientos, experiencias y reflexiones que provoca.
La poesía de Margarit resulta pues un antídoto contra el olvido, una forma de dejar constancia del sentimiento de un instante, un ansiolítico que calma la angustia por el carácter fugaz de la vida. Una vida que abandonó ayer y en la que le tocó transitar por la sórdida e infeliz posguerra, en el seno de una familia perteneciente al bando perdedor y alejado en diversos períodos de sus padres por motivos laborales, con frecuentes cambios del domicilio familiar –Sanaüja, Rubí, Girona, Barcelona, Tenerife– que le abocaron a un cierto desarraigo y a una introspección en su infancia y juventud.
Muy pronto conoce también los duros golpes de la vida –cuando tiene cuatro años muere su hermana Trini de una meningitis– y posteriormente pasa por el trance de ver fallecer a dos hijas: Anna, a los pocos meses de edad, y Joana, aquejada por el síndrome de Rubinstein-Taybe, a los 30 años a causa un cáncer.
Margarit traslada todo ese mundo interior a unos versos austeros, depurados, desprovistos de ornamentos superf luos y que interpelan directamente a quien los lee, pues sus poemas salen al encuentro del lector, que es quien le dará una nueva dimensión. “Yo cuando escribo un poema salgo de mí buscando al otro, al que después vendrá y leerá mi poema”, llegó a reconocer.
En 1968 consigue su cátedra de Arquitectura al tiempo que se convierte en uno de los más relevantes arquitectos de esos años en España, desde su estudio de arquitectura en Sant Just Desvern, que a partir de 1980 compartió con su colega Carles Buxadé. Entre sus trabajos destaca el Estadio y Anillo Olímpico de Montjuïc (1989), o sus colaboraciones con el equipo director de las obras de la Sagrada Familia de Barcelona.
Tal vez sea esa formación técnica la que le lleva a construir unos poemas de sólida base con una arquitectura de versos concisos y palabras precisas, que huye de la retórica y no deja material sobrante. Margarit decía que la poesía “es la más exacta de las letras, en el mismo sentido que la matemática es la más exacta de las ciencias”, y por ello buscaba el equilibrio necesario a la hora de expresar sus emociones mediante su capacidad expresiva.
Con ello encontraba también la claridad y la transparencia expresiva, evitando oscurantismos artificiosos, pues para Margarit un buen poema debe ser entendido por los lectores sin hacer especial esfuerzo.
Entre los libros destacados de su trayectoria están Crónica (1975), Aguafuertes (1998), Estación de Francia (1999), Los motivos del l obo (2002), Joana (2002), El primer frío, en el que reunió su poesía entre 1975 y 1995 (2004) y Cálculo de estructuras (2005).
Uno de los aspectos que hacía de Joan Margarit un poeta único era su condición de creador bilingüe, de poder proyectar una voz poética expresada en dos lenguas. Empezó escribiendo poesía en castellano, se decidió después por el catalán, su lengua materna, y acabó componiendo en los dos idiomas, que no traduciéndolos, según advirtió en más de una ocasión, pues aseguraba que los escribía casi a la vez en ambas lenguas.
Su relación con el castellano empezó de forma tortuosa, pues en su infancia el franquismo se lo impuso “a patadas”, según afirmó él mismo, si bien nunca lo llegó a rechazar, lo hizo suyo y decía que nunca pensó en “devolverlo”. Y es que una de las más reconocibles constantes de la obra de Margarit es la de apropiarse de todo aquello que le causó daño o pesar en la vida, destilarlo en su interior y convertirlo en poemas cargados de pureza poética para el deleite de sus lectores.
Premio Nacional de Poesía 2008 por su libro Casa de Misericordia, en edición bilingüe cata
En su obra habló del paso inexorable del tiempo y las heridas que va dejando la vida
Margarit escribió unos versos despojados de artificio que interpelan a quien los lee
lán-castellano, había recibido anteriormente los premios Nacional de la Crítica, el Rosalía de Castro y el de Poesía de la Generalitat de Catalunya.
En 2019, el jurado del 28º Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, le concede el galardón, en un fallo que le define como “el gran artífice de la poesía como instrumento moral”.
El 14 de noviembre de 2019 fue galardonado con el Premio Cervantes de las Letras, máximo reconocimiento de las letras hispanas, un premio que se entrega el 23 de abril, día del libro, pero que en 2020 debido a la pandemia del coronavirus, su ceremonia de entrega quedó pospuesta. Esto no impidió que amigos y compañeros l e homenajearan con un emotivo vídeo en el que le califican y destacan como “la dignidad hecha poesía”.
Finalmente, el 21 de diciembre de ese año los reyes se desplazaron a Barcelona de forma privada para hacerle entrega del premio en un acto de carácter “íntimo y familiar”, que tuvo lugar en el Palacete Albéniz y en el que Margarit leyó sendos poemas en castellano y catalán.
JOAN Margarit nació en Sanaüja la madrugada del 11 de mayo de 1938, en plena Guerra Civil. De hecho, su padre (que se encontraba acantonado con un destacamento republicano no muy lejos de allí) llegó con el médico militar para asistir al parto. Una anécdota que tiene algo de metáfora: nacer a la dureza y a la dificultad. También a la derrota. Y en este sentido no es de extrañar que las memorias que escribió de sus años de infancia y juventud se titulasen: Para tener casa hay que ganar la guerra (2018). En ellas relata, por ejemplo, cómo su hermana pequeña muere de meningitis cuando él tenía cinco años. O el acoso que sufrió su madre, que era maestra de escuela, por parte de un alcalde falangista. O cómo sus abuelos maternos tuvieron que vender la casa familiar (aquella en la que Margarit había nacido) por necesidades económicas.
A partir de entonces su vida se volvió un tránsito: Barcelona, Rubí, Santa Coloma, Girona… Hasta que en noviembre de 1954 se sube por primera vez a un avión, que habría de llevarle a Santa Cruz de Tenerife. De un día para el otro –literalmente, porque un día entero es lo que tardó aquel cuatrimotor de dos hélices en completar el viaje, previa escala en Madrid, Sevilla, Casablanca y Las Palmas– el entorno cambió de manera brusca y significativa para aquel muchacho de dieciséis años: pasó de la Barcelona temerosa y sombría de la posguerra a una ciudad que en sus memorias define como “tranquila, provinciana en el sentido de cómoda y de que respira confianza, y a la vez cosmopolita, sobre todo por los barcos que continuamente atracan o zarpan del puerto”. Fue allí donde descubrió la poesía, de la mano de un profesor de instituto llamado Pablo Pou que le dio a leer a Antonio Machado.
Así las cosas, Tenerife se convertiría para siempre en “La isla del tesoro”. Un lugar y un tiempo que nunca iba a olvidar. Cito el comienzo de uno de los poemas de Un asombroso invierno (2017): “Llegué en la adolescen