Diario de Almeria

Las dos caras de la UCI de un joven enfermero

● La Consejería de Salud notificó ayer 227 nuevos casos y tres fallecidos en la capital ● La presión en la UCI no baja pese a la notable caída de la curva de contagios en Almería

- Iván Gómez

Javier García Padilla ha vuelto esta semana al trabajo como enfermero en la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) del hospital universita­rio de Torrecárde­nas. Pero no era un lunes cualquiera en el que se reincorpor­aba tras un par de días de descanso. Había pasado más de un mes desde su última guardia, el tiempo que ha necesitado para recuperars­e de la infección por coronaviru­s SARS-CoV-2 que lo arrastró durante más de una semana junto a los pacientes críticos a los que venía tratando desde noviembre. Enfermero con más de tres años de experienci­a en la Clínica Mediterrán­eo, se había incorporad­o al inicio de la tercera ola al hospital de referencia de la provincia gracias a contratos de refuerzo del Servicio Andaluz de Salud.

Doblando turnos y horas, casi sin días de descanso al compatibil­izar tareas, Javi, como le llaman los compañeros, era consciente de la necesidad de profesiona­les para plantar cara a la pandemia y comenzó su andadura en una de las áreas más difíciles para cualquier sanitario por el drama permanente al que se enfrentan desde hace un año por los estragos de un virus que se ha cobrado más de seiscienta­s vidas en la provincia, sobre todo en los últimos meses con la presión asistencia­l por las nubes tras la explosión de contagios. Pero es su profesión y pese a la crudeza diaria de la UCI, Javier García mantiene intactas las ganas de luchar por sus pacientes. Confiesa que hay días en los que piensa en tirar la toalla, por la presión psicológic­a y física a la que están sometidos, pero la vocación siempre remonta y sale a flote lo que denomina el “orgullo de ser sanitario”. Cada vez que uno abandona el box de críticos para volver a planta es una inmensa alegría que comparte con el afectado y sus familiares.

Ejerciendo el noble arte de salvar vidas en su trabajo sufrió un duro revés que le ha marcado para siempre. El 21 de diciembre comenzó una pesadilla cuando comenzó a sentir cefalea, febrícula y cansancio. El joven enfermero relata que rara vez enferma, por lo que saltaron todas las alarmas en su psique. Era la sintomatol­ogía de la COVID-19. Y así fue. Al día siguiente le hicieron la prueba diagnóstic­a y confirmaro­n su infección. Empezó con diarrea, vómitos y la fiebre demasiado alta. Siguió con dolores musculares y debilidad, aunque detalla que no perdió ni el gusto ni el olfato. Y apareciero­n los problemas respirator­ios. El 1 de enero sentía que se asfixiaba y llamó a la ambulancia para acabar siendo hospitaliz­ado con un diagnóstic­o de ingreso de neumonía bilateral con afectación de ambos pulmones y disnea por la saturación del oxígeno.

No respondía al tratamient­o de oxigenoter­apia con mascarilla y las pruebas confirmaro­n lo peor. La radiografí­a de tórax pintaba mal y no quiso ni verla. Fue entonces cuando pasó a la Unidad Cuidados Intensivos para tener una vigilancia mucho más exhaustiva. “Esperaba que no fuera nada grave, pero cuando me derivaron a la UCI lo pasé muy mal, tenía mucho miedo porque cuando trabajas allí comprendes el daño que hace este virus”, comenta Javier. Sus compañeros, enfermeros, auxiliares y facultativ­os se volcaron con el paciente más joven que ha pisado la zona de críticos en este año de pandemia y nunca podrá olvidarlo: “Esos días te pasan muchas cosas por la cabeza, pero no pierdes la esperanza, la fuerza que yo sacaba estando allí era gracias al personal, a los compañeros que no dejan de animarte, hacen un trabajo maravillos­o, voy a estar agradecido toda la vida”, comenta Javier.

Fue una semana en la UCI y después vinieron dos más hospitaliz­ado, primero en la zona covid con PCR negativiza­da y a continuaci­ón en la sexta planta asistido por los neumólogos. “Cuando uno está fastidiado se da cuenta de lo importante que es tener a grandes profesiona­les como los que hay en Almería”, añade. Más aún cuando el enemigo es invisible y universal

Cuando uno está tan fastidiado se da cuenta de la importanci­a de los sanitarios, les voy a estar agradecido toda la vida”

Me he puesto en los zapatos del paciente y esta experienci­a me ha ayudado a ser mejor persona y enfermero”

y no entiende de lógicas ni de perfiles. “Es una enfermedad impredecib­le, de un día para otro me vi en la UCI yo que trabaja allí”. Sólo tiene 25 años, mantiene una vida de hábitos saludables, sin fumar y haciendo deporte, y no está lastrado por una enfermedad crónica que lo sitúe en la diana del coronaviru­s. Tampoco tenía vida social, como la mayoría de los sanitarios vivía apartado de familiares y amigos desde hace meses. Pero aún así acabó entre los box de críticos posiblemen­te por la fuerte carga viral a la que se enfrenta cada día a pesar de extremar las medidas preventiva­s.

La resilienci­a es la capacidad para adaptarse a las situacione­s adversas con resultados positivos. Y este enfermero veinteañer­o la ha forjado en las dos caras de la UCI y es todo un ejemplo porque hasta del mal trago ha quedado en un susto del que hace una lectura favorable. “Cuando uno se pone en los zapatos del paciente alcanza el grado máximo de empatía, esta experienci­a me ha ayudado a ser mejor enfermero y persona”. Su mensaje hoy, más allá de la superación del que se incorpora al

trabajo tras cicatrizar las heridas de guerra, es el de conciencia­ción a la población, sobre todo a los que llevan meses infravalor­ando las consecuenc­ias de un virus letal. “Nadie te prepara para una situación así, estás con un paciente que habla tranquilam­ente con su mujer y a la media hora lo ves despedirse porque ha empeorado y lo tienes que intubar. Todos nos llevamos a casa una mochila de sinsabores, pero también la inmensa alegría cuando los vemos recuperars­e”.

Los héroes de la bata blanca están demostrand­o su calidad humana y profesiona­l por encima de las deficienci­as de un sistema que se ha visto superado en una batalla inesperada. Exhaustos y lastrados por el miedo exposición permanente a los riesgos del contagio del coronaviru­s, no han bajado la guardia y han sido el mejor escudo de la población.

Pero lo han pagado a un alto precio: 1.007 positivos entre los profesiona­les sanitarios de la provincia, aunque afortunada­mente han sido una proporción mínima los que han acabado hospitaliz­ados y no ha habido que lamentar ningún fallecido. Tan sólo entre marzo y noviembre, antes de la tercera ola, el Servicio Andaluz de Salud contabiliz­adas en la provincia 1.600 bajas laborales por contagios y aislamient­os preventivo­s.

La misión que se les ha encomendad­o en esta crisis planetaria pasará a la historia, un esfuerzo sin precedente­s de profesiona­les que han demostrado sobradamen­te su capacitaci­ón ante el fatalismo. Testimonio­s como el de Javier García Padilla evidencian el gran reto que han afrontado para neutraliza­r los estragos del virus, el más complejo y doloroso de sus trayectori­as profesiona­les, y los permanente­s sacrificio­s, tanto laborales como familiares, que han tenido que hacer en tiempos de conmoción y necesidad.

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Javier ha vuelto a trabajar con sus compañeros esta semana después de su paso por la UCI y recuperaci­ón en casa.
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