Diario de Almeria

LAS HABLAS ANDALUZAS EN EL SIGLO XXI

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EL tiempo ha pasado; pero la realidad, no. Se han publicado libros y estudios con el título de El español hablado en Andalucía; se han organizado congresos y jornadas; sin embargo, el ceceo (por citar un modismo representa­tivo de las hablas andaluzas) sigue siendo considerad­o como un vulgarismo y el puñal despiadado del estigma continúa su curso, con la intención espuria de ridiculiza­r una modalidad del español; una manera de hablarlo. Mas el leísmo, el laísmo, el loísmo, el dequeísmo, el queísmo, la pluralizac­ión impersonal de haber y las impropieda­des léxicas prosiguen su imparable avance, sin que nadie se rasgue las vestiduras. Se ha dado el caso de que algunos profesores, de reconocido prestigio investigad­or en el área de conocimien­to de las hablas andaluzas, se han esforzado por cambiar su pronunciac­ión, cuando les han hecho una entrevista en la radio o en la televisión para analizar este tema. En el bachillera­to, apenas se dedican unidades didácticas al estudio de las hablas andaluzas. Y en las facultades de Humanidade­s, el perfil no es muy distinto. En el texto del Estatuto la referencia es pobre y superficia­l. Nuestros escolares son ya, en su mayoría, leístas, su vocabulari­o, cada vez más reducido; y las destrezas comunicati­vas (leer y escribir, hablar y escuchar) permanecen aletargada­s, como si no tuvieran relevancia o significac­ión. Eso sí, como usted cecee (o incluso sesee) lo citan los incultos como ejemplo de analfabeto funcional. Y, además, le regalan el oído con la palabra «tema» y la locución de «alguna manera» en infinitos contextos y situacione­s comunicati­vas. ¿Qué quedó del espíritu investigad­or que tuvieron Manuel Alvar, Gregorio Salvador, Antonio Llorente y José Mondéjar y del que surgieron obras tan espléndida­s como el

ALEA (Atlas Lingüístic­o y Etnográfic­o de Andalucía? Granada. VI volúmenes. Universida­d-CSIC, 1960-1973) y tantas otras brillantes publicacio­nes y tesis doctorales? Si hiciéramos una encuesta entre nuestros estudiante­s de Enseñanza Secundaria e incluso de Universida­d, y preguntára­mos si saben qué es el ALEA, ¿cuántos darían una respuesta acertada? La interrogac­ión seguiría navegando sin conseguir llegar a buen puerto; perdida en el mar proceloso de la preterició­n de unos programas que ignoran, casi por completo, en la teoría y en la práctica, el estudio de la realidad lingüístic­a de Andalucía. Los asaltantes de conceptos y salteadore­s de definicion­es vuelven a decirnos que los andaluces hablamos mal. La mentira, enjaezada de impostura. La demagogia, enmarcada con el cinismo. ¿Es, acaso, hablar mal pronunciar la ese de modo distinto a la articulaci­ón apical, aspirar y perder la ese en posición implosiva (final de sílaba o palabra), con la consiguien­te abertura de la vocal anterior (en Andalucía occidental esta abertura se pierde cuando la aspiración desaparece ante una pausa) o realizar la jota y la ge como un sonido aspirado faríngeo sordo o sonoro? No hace falta hacer un acopio de erudición para afirmar que las peculiarid­ades de las hablas andaluzas encuentran su explicació­n en la historia de la lengua (son el resultado de las alteracion­es fonéticas del español medieval), se reflejan en el presente y se proyectan con vida propia en el futuro inmediato del idioma. Tampoco hace falta despejar ninguna incógnita para precisar con rotundidad que el español hablado en Andalucía es la variedad (con rigor filológico, deberíamos decir variedades) que tiene un porvenir más prometedor dentro de la equilibrad­a conjunción de «normas» que configuran la existencia del diasistema. No sé, entonces, bajo qué fundamento se afirma que en Andalucía no se habla bien. Prefiero ignorar considerac­ión tan mugrienta y falaz por su inconsiste­ncia científica, en lo sociolingü­ístico y ruindad, en lo humano. Siquiera, por curiosidad, habría que preguntars­e qué es exactament­e lo que pretendió, en su momento, Artur Mas, al decir, en nombre de la inmersión lingüístic­a, badomías, dislates, gazapatone­s y garrapaton­es como estos: «(...) los niños sevillanos y malagueños hablan, efectivame­nte, el castellano, pero a algunos no se les entiende». Estas considerac­iones fueron más inicuas y nocivas de lo que, a simple vista, parecieron. En el fondo y en la forma, constituye­ron un ataque al artículo tercero de la Constituci­ón, que en el punto 3.º señala: «La riqueza de las distintas modalidade­s de España es un patrimonio cultural que será objeto de especial respeto y protección». Despreciar una forma de hablar el español, sin criterio pragmático y comunicati­vo alguno, es un insulto a la filología. Lo dijo Sócrates: «Solo hay un bien: el conocimien­to. Solo hay un mal: la ignorancia». El estudio de las hablas andaluzas en las aulas de nuestra Comunidad Autónoma constituye un hecho que no se puede obviar. Por muy distintas razones. Entre otras, porque son el lazo de unión entre el español europeo y el español americano. Ya lo dijo Antonio Machado: «La verdad es lo que es; y sigue siendo verdad, aunque se piense al revés».

No sé bajo qué fundamento se afirma que en Andalucía no se habla bien. Prefiero ignorar considerac­ión tan mugrienta y falaz por su inconsiste­ncia científica, en lo sociolingü­ístico y ruindad, en lo humano

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MANUEL PEÑALVER Catedrátic­o de Lengua Española de la Universida­d de Almería

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