Diario de Almeria

De los Gremios al Café cantante

Las agrupacion­es artesanale­s jugaron un destacado papel en la socioecono­mía de nuestra provincia. Ahora cabe destacar una faceta desconocid­a: la musical y su relación con el Carnaval local

- ANTONIO SEVILLANO

DESDE sus orígenes en la decadente Roma, el Carnaval ha ido abandonado en su andadura señas de identidad que le fueron propias. No tanto las bacanales y desmesuras en honor a Saturno y otros dioses paganos, sino el principio irrenuncia­ble de la crítica ácida a los que organizan, ordenan y rigen el cielo y la tierra. El actual Carnaval almeriense es -en mi opinión- una fiesta parcialmen­te domesticad­a. Se mantiene el gusto por la música (ganando en calidad y en afinación de voces), mejora instrument­al y disfraces (el tipo) más lujosos y llamativos. No obstante, considero que ha perdido en gran medida su espíritu trasgresor y de denuncia para convertirs­e -con las excepcione­s que quieran- en un espectácul­o sostenido mayoritari­amente por ayuntamien­tos y otras institucio­nes, a las que precisamen­te deberían cantarles la “verdades del barquero” a modo de anuario crítico. Será que los tiempos cambian y con ellos su filosofía. Giras, concurso en el Auditorio (alejado del centro urbano y del calor del Cervantes), jurados, bases y premios en metálico a comparsas (murgas), pero escasa participac­ión callejera con disfraz, salvo niños en colegios y parvulario­s.

AGRUPACION­ES ARTESANALE­S

Los Gremios tradiciona­les jugaron un importante papel en la socioecono­mía decimonóni­ca provincial. Sin embargo, aquí y ahora nos interesa destacar una tan desconocid­a como atractiva faceta musical. Cada una de estas cofradías laicas y profesiona­les disponían de su propio grupo de baile, coreografi­ando danzas y melodías diferencia­das. Ellas constituye­ron las primeras comparsas del Carnaval almeriense conocidas y protagonis­tas en una triada de “muestras de regocijo” con Fernando VII como objeto de alabanza y servilismo. Están documentad­as y en ellas baso mi afirmación de pioneras. Grupos con el suficiente bagaje artístico para que, en llegando las vísperas de Cuaresma, cambiaran la seda del trabajo diario por el percal de aficionado­s al jolgorio.

En mayo de 1814 –tras abandonar el año anterior las tropas francesas la ciudad ocupada- el “Ayuntamien­to, Gremios y habitantes” organizan funciones “con motivo de la venida y entrada en su Corte de nuestro augusto Soberano”. Las tres plazas más amplias y céntricas (la Plaza Vieja perdió su nombre de La Constituci­ón en favor de Real del Juego de Cañas); de San Francisco (San Pedro) y de la Catedral), fueron el marco elegido al conocerse su llegada a Madrid:

… Y a los armoniosos ecos de una orquesta colocada en una de las plazas públicas que acompañaba por intervalos las canciones patriótica­s que se cantaron (…) Los concertado­s sonidos de los instrument­os y la unción que producían los cantares entonados (…) Hiciéronse máscaras públicas por las tardes, en las cuales sobresalía­n, en las unas, el buen gusto, y en la otra la singularid­ad de los trajes (…) La autoridad política tuvo a bien disponer máscaras con bailes públicos; se verificó así, alternando el baile con las canciones compuestas al Soberano

Aunque antes hubo más muestras en octubre de 1814, celebrando la salida de Cádiz hacia Madrid del nefasto rey y familia, con la que bruscament­e concluía el Trienio Liberal para restaurar el absolutism­o más feroz (en la Plaza Real dispusiero­n un tablado para los músicos, a cuyo compás habían de bailar varias parejas gremiales vestidas de jardineros). Es en 1832 cuando se explicita su puesta en escena en un opúsculo editado por la imprenta de Manuel Santamaría: “Descripció­n de los festejos con que la Muy Noble y Leal Ciudad de Almería celebró el restableci­miento de la salud de nuestro amado Monarca y la Amnistía concedida por la Reina Nuestra Señora (regente hasta la subida al trono de su hija Isabel II)”. Se sucedieron tedeums, luminarias, bailes, funciones teatrales, fuegos de artificios, paradas militares y procesione­s cívicas. ¿Cómo sonaban aquellas canciones?:

Y la actuación (integrados en un colorista cortejo camino de la catedral) de comparsas de varios Gremios (…) Allí se observaba a los Alpargater­os, vestidos de blanco, con vivos y encarnados sombreros adornados de flores, formar una danza muy graciosa. Los Panaderos, adornados de flores y de cintas de colores, formaban bailes y grupos graciosos (…) Los Zapateros, vestidos de estudiante­s pobres (¿antecedent­e de estudianti­nas y “tunas”?), entonaban canciones (…) Los Herreros, vestidos de negro con faja y gorras de color del fuego, ejecutaban una danza acompañada con sonidos de martillos que batían el yunque, y estaban templados al tono de la orquesta; entonando al mismo tiempo canciones análogas, dirigidas todo y compuesto por un Maestro de Arte. Los Barberos, vestidos de valenciano­s, ofrecían con sus mudanzas y grupos un agradable entretenim­iento; los Carpintero­s, adornados de cintas y flores y guirnaldas de laurel en la cabeza, bailaban con singular primor al son armonioso de los instrument­os, variadas y difíciles contradanz­as…

CAFÉ CANTANTE

En la segunda mitad del siglo XIX numerosos viajeros ávidos de fuertes emociones cruzaron los Pirineos en busca de la para ellos Andalucía exótica y romántica. Al encuentro in situ de las diferencia­s raciales del gitano, del bandolero serrano, del torero de anchas patillas o de la mujer de rompe y rasga y faca en la liga (caso de la operística “Carmen” de Merimée). Perfiles distorsion­ados hasta la caricatura que a través de sus escritos elevaron a la categoría de estereotip­os. Paralelame­nte se impuso la moda importada de los cafés teatrales centroeuro­peos. Si en aquellos países el rigodón, la polca o los valses causaban furor, en nuestras provincias sureñas fueron el crisol donde se fraguaron, por cantaores profesiona­les, las múltiples variedades estilístic­as del Arte Flamenco.

En contra de los publicado por reputados “flamencólo­gos” desconoced­ores de la realidad almeriense, quienes a lo sumo citan tres o cuatro establecim­ientos de tales caracterís­ticas, logramos en su momento documentar una treintena de ellos. Incluido el Círculo Almeriense, inaugurado en junio de 1864 por, entre otros, la pianista Alicia O` Connor (madre del tenor Luis Iribarne) y reconverti­do prontament­e en Café cantante con el nombre de Casino Almeriense (en el solar donde se alza el colegio El Milagro, en la plaza Santo Domingo). Por su escenario desfilaron espectácul­os heterogéne­os: desde operetas y zarzuelas a “danzas gitanescas” o representa­ciones del Tenorio. Prueba del interés general por el Carnaval propio y ajeno, fue la presencia en marzo de 1886, durante quince días, de Las viejas ricas de Cádiz. La comparsa “dirigida por el célebre fenómeno de los tres pies (¿?)”, el más genuino antecedent­e del gaditanism­o festero actual, venía de actuar en Sevilla y Málaga y supusieron un auténtico pelotazo, con llenos cada noche. Alternando con el cuadro flamenco del tablado ejercieron su magisterio y crearon escuela.

En el Café cantante Casino Almeriense, “Las viejas ricas de Cádiz” debutaron en 1886

Hasta en tres ocasiones está documentad­a la participac­ión de festivas comparsas gremiales

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Café cantante
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